Los dirigidos por Julio Lamas serán recordados como un gran equipo, un gran campeón de la Liga Nacional.

Julio Lamas debe estar muy feliz mientras prepara sus cosas para irse a dirigir a Japón.

No sólo por sumar otro título en su victoriosa trayectoria y dejarle a San Lorenzo un bicampeonato; sino porque concretó el sueño de cualquier entrenador, ver en la cancha que su equipo jugó como el lo imaginó, y que por ese camino llegó a ser campeón.

Lamas sintió y disfrutó esa sensación única, -exclusiva de los entrenadores- de ver como un plantel nuevo interpretó su idea basquetbolística, que luego fue desarrollada a lo largo de toda la temporada para ganar por demolición el título de la Liga Nacional de Basquetbol.

San Lorenzo será recordado como un gran equipo, un gran campeón. Y los grandes equipos tienen un gran juego, ejecutado por grandes jugadores y pensado por un gran entrenador.

Desde el juego, el campeón empezó por donde empiezan los campeones: la DEFENSA.

Esa fue la marca del equipo, el sello, un arma agresiva para desgastar a los rivales, desalentarlos y a partir de ahí descargar todas la variantes ofensivas.

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Tiró externo en las mayorías de las manos, puntos de contraataque, potencia en la pintura y un banco que siempre le entregó al equipo una segunda unidad que hizo que la diferencia a la hora de la rotación no se notara. Demasiadas buenas cosas para que los rivales pudieran doblegarlo. Un basquet moderno para lucir y ganar.

También lo tuvo a Gabriel Deck. El mejor jugador de la Liga ocupando ficha de Sub-23. El santiagueño fue la diferencia individual que tuvo San Lorenzo con el resto de los equipos a partir desde su nivel de elite internacional. Demasiado jugador para la competencia, ideal para ir por un título e incontrolable para los rivales. La LNB, ya no le basta.

Las críticas a San Lorenzo le caen por el lado de que detrás del bicampeoanto hubo un generoso presupuesto, una billetera bien nutrida para armar un equipo con jugadores nacionales de jerarquía y extranjeros cotizados; pero realmente quedarse en ese aspecto, -y habitual en cualquier Liga del mundo-, es perderse de ver, de disfrutar, a uno de los mejores equipos que tuvo la Liga Nacional en su historia.

San Lorenzo fue un campeón de punta a punta. Nunca pestañeó, ni tampoco trastabilló. Nadie se le pudo ni acercar. Jugó como nadie al básquetbol para ganar un título que no merece ni la mínima discusión.

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