¿Desde cuándo José Pekerman pasó a ser Gardel para el ambiente farandulizado del fútbol argentino? Es muy sencilla la respuesta: después de la triste despedida de la Selección de Rusia 2018. Antes, Pekerman, no era considerado un hombre imprescindible, como ahora es calificado por la aldea globalizada del fútbol nacional.
Fue la caída de la Selección en el Mundial lo que provocó que Pekerman casi de la noche a la mañana dejara atrás el estigma elaborado por no pocos sectores de la prensa y de la dirigencia que le criticaban cierta tibieza y le marcaban que solo podía conectarse y lograr una empatía eficaz con los juveniles. Hasta que el 4-3 decisivo de Francia sobre Argentina en octavos de final modificó de raíz esos prejuicios y presunciones.
Esta resignificación majestuosa del universo mediático hacia la figura de Pekerman a sus 68 años, no sorprende, aunque sea una conducta errática y espasmódica que no despierta ninguna credibilidad. Es lo usual en estos tiempos líquidos. Es lo que se estila. Es lo que se reproduce sin pausa en todos los escenarios de la vida cotidiana. Proviene de las consignas naturalizadas por la sociedad de consumo. Del hombre atrapado (aunque no lo desee) por esa sociedad de consumo que hoy lo exalta y lo glorifica y mañana lo mancha y lo despedaza sin miramientos.
En el marco de estas jornadas muy agitadas, Pekerman, elogiado y muy valorado en Colombia por su estupenda labor en la selección desde hace más de seis años (asumió en reemplazo de Leonel Alvarez en febrero de 2012), se erigió para el statu quo nacional en el mejor candidato que podría tener Argentina en el rol de entrenador, manager o director de selecciones nacionales.
¿Qué ocurrió para que después del colapso en Rusia 2018, Pekerman generara en el fútbol argentino semejante grado de unanimidad y consenso de parte de los grupos de poder? Acá no se trata de cuestiones milagrosas. O de transformaciones fulminantes en la subjetividad de las personas que toman decisiones.
Obedece a que en las urgencias el establishment del fútbol quiere salir indemne de la crisis. Quiere salvarse del naufragio. Quiere también transferir todas las responsabilidades. Y elige a un protagonista sin aires de vedetismo (otro podría ser Alejandro Sabella) que lo lleve a la orilla. No porque cree en los valores e ideales de ese protagonista. No porque lo admire y reconozca sus calidades con absoluta sinceridad. No hay nada de eso. No hay reconocimiento ni admiración, aunque se lo proclame a viva voz.
Para ese círculo rojo del que participan lobbystas bien entrenados que pueden levantar cualquier bandera según los intereses específicos que representen, Pekerman es un formidable paraguas que los protege del diluvio que comenzó hace algunas semanas. Esa función, la de proteger, incluyen los elogios que están bañando al técnico que en tres oportunidades ( 1995, 1997 y 2001) se consagró campeón del mundo con los Sub/20 de Argentina.
Pekerman partió luego de Alemania 2006 (cayó en cuartos de final ante Alemania en definición por penales, después de derrotar a Costa de Marfil 2-1, a Serbia 6-0, empatar 0-0 con Holanda y vencer 2-1 a México en octavos) a buscar otro horizonte en el exterior : dirigió en México al Deportivo Toluca y Tigres, hasta que se afincó en Colombia.
"A mí los apuros nunca me condujeron a ningún lado”, sentenció en el 2001, casi configurando en pocas palabras su hoja de ruta. Los apuros también los veía en el fútbol. En las etapas de formación de los jugadores que se evaporaban en el aire por las imposiciones del mercado. Por la necesidad económica de que se quemen las etapas de los juveniles cuanto antes. “Esto no es así –explicaba José-. De esta manera se malogra a gente muy joven. Porque no hicieron todo lo que hay que hacer para afirmar su crecimiento. Los apuraron. Y fueron llevados a Primera o transferidos afuera cuando todavía les faltaba muchísimo por aprender”.
Esa lectura docente y humanista de Pekerman disociada por completo de la dictadura del mercado llevó a que una parte importante del ambiente del fútbol lo considerara un tipo chapado a la antigua. Un tipo que se quedó aferrado a la melancolía y sin capacidad real para advertir la velocidad imparable de los cambios sociales y culturales.
Sin embargo, el peso de las frustraciones que precipitó el juego ausente de la Selección en el Mundial, más la búsqueda por parte de AFA de un elegido que pusiera en marcha un proyecto, provocó lo que suele provocarse en estas circunstancias: Pekerman se reconfiguró para esos ojos despojados de panorama y estrategia en un verdadero fenómeno. En un salvador.
Con la sutil diferencia de que Pekerman siempre supo dónde estaba parado. Y que es lo que quería. Aunque los cantos de sirena digan hoy que el hombre que el 3 de septiembre cumplirá 69 años es Gardel.
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