El dirigente político, conocido como "El fiscal de la Nación", fue un hombre honorable que defendió la república y los intereses de la Nación. El autor recuerda la trayectoria y el triste final de Lisandro de la Torre.

Este 6 de diciembre se cumplirán 157 años del nacimiento (ocurrido en 1868) de Nicolás Lisandro de la Torre, quien fuera un destacado dirigente político, abogado y escritor argentino, el cual el 5 de enero de 1939 decidió poner fin a su vida, suicidándose.

Sé que no llegaré, pero llegará la juventud si trabaja, estudia y persevera ”. Sólo con atenernos a esta frase ya podemos hacer un primer y adecuado acercamiento a la personalidad de quien fuera senador nacional (1932/1937) y decidió poner fin a sus días descerrajándose un disparo.

No hay que confundirse. Lisandro de la Torre no había perdido la esperanza en el crecimiento de esa Argentina por la cual trabajara siempre, empeñado su mayor esfuerzo e invertido su cuantiosa fortuna personal.

Aquel hombre austero, dejaba este mundo exiguo en recursos por que todo –incluyendo sus campos situados en la provincia de Santa Fe– los había utilizado para poder seguir dedicado al ejercicio de la política. Una actividad para la cual –según su entendimiento– había que utilizar el dinero personal y, en modo alguno, tomarlo del Estado.

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El fiscal de la Nación

En 1914, siendo uno de los cofundadores del Partido Demócrata Progresista, fue elegido presidente del mismo. Estaba acompañado en aquella ocasión fundacional por Joaquín V. González, Indalecio Gómez, Carlos Ibarguren, José María Rosa, Alejandro Carbó, Carlos Rodríguez Larreta y Mariano Demaría, entre otros que han quedado en la Historia de la Argentina. Lisandro de la Torre fue llamado, en su época “El Fiscal de la Nación” a raíz de las investigaciones que realizó sobre el comercio de exportación de carne argentina a Inglaterra, en el marco del Pacto Roca – Runciman que estaba sospechado de corrupción.

Al igual que Alfredo Palacios, de la Torre practicaba esgrima con destreza en la pedana del Jockey Club. También tenía ejercicio con armas de fuego.

El duelo con Hipólito Yrigoyen

Acostumbrado a aceptar duelos, fue retado en varias ocasiones. En uno de ellos, casi cortó un dedo de un sablazo, a su contrincante. En 1897 se batió con Hipólito Yrigoyen quien cortó la mejilla de De La Torre por lo que, a partir de ese momento, éste utilizó siempre barba. El último lance tuvo lugar el 25 de julio 1935 –fue en Campo de Mayo– cuando lo retara Federico Pinedo (ministro de Hacienda del presidente Agustín P. Justo) donde los contendientes se enfrentaron con pistolas, resultando ambos sin heridas. Lisandro afirmó: “En mi vida tiré con una pistola más ordinaria.” Los padrinos consideraron suficiente el lance con tales resultados, dando por terminado el duelo.

En esos días, de la Torre era senador de la nación. También fue diputado nacional y diputado provincial en su Santa Fe natal.

Iniciado en la Masonería en 1892

Como la mayoría de los políticos de fin del siglo XIX e inicios del XX, Don Lisandro perteneció a la Orden Masónica de la Argentina. Fue “iniciado” (término masónico para señalar que ingresó) el 29 de agosto de 1892 en la Logia La Luz Nro. 114, cuyo templo estaba en la ciudad de Rosario.

Muy afectado por el asesinato –en el ámbito del Senado de la Nación– de su discípulo Enzo Bordabehere, renunció a su banca en enero de 1937 y, a partir de ese momento, pocas fueron sus apariciones públicas, salvo para dar algunas conferencias.

Asesinato en el Senado M(1)

La noche de su partida

El 4 de enero de 1939, como todas las noches, fue a cenar al restaurant Pedemonte (situado en aquellos tiempos a poca distancia de su sobrio departamento en la calle Esmeralda número 22, a media cuadra de Avda. de Mayo, de la ciudad de Buenos Aires (el edificio fue demolido hace décadas para dar lugar a una plazoleta y sólo una plaqueta lo recuerda), donde vivía solo) en el que siempre había siempre una mesa reservada para él. El mozo que usualmente lo atendía se acercó para confirmar que cenaría el menú de siempre. De la Torre era hombre de costumbres. Siempre comía lo mismo. Y bebía agua. Pero esa noche –después relataría el mesero– Don Lisandro los sorprendió diciendo que esta vez empezaría por una entrada y no –como siempre había sido– directamente por el plato principal. La única vez, comentaría el personal del restaurant, que modificó la cena.

Antes de marcharse, saludó como siempre. Y fue a su residencia. Escribió algunas cartas de despedida. Se aseguró que ninguno fuera acusado de su muerte. Y dejó dinero para cubrir las deudas que tenía. Finalizado todo lo que entendió debía realizar para que sus cosas quedaran ordenadas, disparó su revólver directo al corazón quitándose la vida. Ya era el 5 de enero de 1939. Y el momento elegido, el mediodía.

El destacado dirigente socialista Alfredo Palacios (también Maestro Masón) dirá "se fue un varón ilustre, cuya voz poderosa y magnífica llegaba hasta lo más profundo del corazón de su pueblo. Ha entrado con paso resonante en la historia".

En su última carta –mecanografiada– Lisandro de la Torre escribió su último pedido: "… desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento, me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo".

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo, escritor e historiador. “Masonería en la Argentina: Enigma, secreto y política” es uno de sus recientes libros. www.antoniolasheras.com

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