Luis Sandrini, uno de los actores más populares del espectáculo argentino, fallecía hace tres décadas, un día como hoy pero de 1980, luego de una extensa carrera en el cine, el teatro, la radio y la TV.
Nacido como Luis Santiago Sandrini Lagomarsino, en San Pedro, Provincia de Buenos Aires, el 22 de febrero de 1905 e hijo de un actor genovés, nunca ejerció la profesión de docente ya que su pasión por la actuación comenzó a temprana edad.
Sus comienzos fueron en el circo Rinaldi como payaso, para luego incorporarse a la compañía de Enrique Muiño y Elías Alippi, en la que alcanzó una importante repercusión en la pieza Los Tres Berretines, de Malfatti y De Las Llanderas, que luego fue llevada al cine.
Su debut en la pantalla se produjo en 1933, con Tango, de Luis Moglia Barth, considerado el primer título sonoro nacional, y donde acompañaba a diversas luminarias, entre ellas a Tita Merello, su pareja de entonces.
El carismático actor tuvo un reconocido éxito con el film Riachuelo, de Luis Moglia Barth y desde ese momento se convirtió en una referencia inevitable del cine argentino desde las décadas del 30 y el 60, con una personalidad que sobrepasó los personajes que le tocaron en suerte.
Sandrini conquistó al público de nuestro país, del continente y aun el español con un estilo único, que mezclaba el humor con lo sentimental y que era el espejo de una sensibilidad más bonaerense que porteña, hecha de ingenuidad y picardía. Se lo comparaba con el mexicano Mario Moreno Cantinflas y se decía de él que era el Chaplín argentino.
Por más que cambiaran los títulos, el público sabía lo que iba a encontrar cuando iba a ver “una de Sandrini”: un personaje tierno, generalmente tomado de punto por los villanos de la historia, que solía demostrar finalmente su inocencia aunque en algunos casos a costa de perder a la chica.
Curiosamente, el “malo” de muchas de sus películas era encarnado por su hermano Eduardo, quien, ayudado por su físico enjuto, sus bigotitos y la malignidad de sus cejas enarcadas, era el candidato ideal para esos papeles. Aunque se dice que en la vida real era todo lo contrario.
De Sandrini se recuerdan sus inolvidables expresiones como el tartamudeo en sus personajes y la frase “la vieja ve los colores”, como así también ese increíble amor a la madre, generalmente con el rostro de María Esther Buschiazzo, trampolín preferido a la hora de las lágrimas.
Felipe: un gran éxito
Ese personaje nacido en el cine y modelado en la escena terminó pasando a la radio y a llamarse Felipe, el prototipo de porteño bonachón que en los primeros años de la década del 60 desembarcó en TV, en Canal 13, en una primera fila compartida con Pepe Biondi y José Marrone.
A lo largo de su carrera realizó incontables films, como La Muchacha de a Bordo (1936), El Canillita y la Dama (1938), Chingolo (1940), La Danza de la Fortuna (1944), La Casa Grande (1953), Cuando los Duendes Cazan Perdices (1955), durante la época de oro del cine nacional.
Su carrera terminó casi al término de su vida, con ¡Qué linda es mi familia! (1980), junto a Niní Marshall y Palito Ortega, dentro de un pelotón de títulos en los que Sandrini parecía parodiarse a sí mismo. El intérprete estuvo casado con la actriz Chela Cordero, luego tuvo un largo y tumultuoso romance con Tita Merello, hasta que finalmente reincidió con la también intérprete Malvina Pastorino, con quien tuvo a sus dos hijas, Sandra y Malvinita.
Casada en 1952 con Sandrini gracias a la ley de divorcio establecida en la Constitución de 1949, Malvina opinaba que “la fuerza espiritual de mi esposo consistía en ser inflexible y generoso; el hombre más generoso que conocí en mi vida”.
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