El Teatro Gran Rivadavia congregó a varios de los históricos del género, convocados por el periodista y escritor Miguel Grinberg, en un concierto histórico, cargado de una gran emotividad y con el espíritu de los '60 y '70.

Nobleza obliga: la siguiente no es la habitual crónica de un concierto. Ni tiene la "objetividad" requerida para estos casos. Por el contrario, este texto está teñido de una carga emotiva importante, esa que se adueño del Teatro Gran Rivadavia la noche del pasado sábado, y que se extendió hasta casi las 4 de la mañana del domingo, cuando se bajó por última vez el telón y el Festival Mariposas de Madera dejó no solo una nueva marca histórica de duración (6 horas, superando al de Spinetta y las Bandas Eternas, con sus casi 5 horas y media) sino la sensación de que fue una noche única, histórica y, difícilmente, irrepetible.

La gran idea del periodista, poeta y escritor Miguel Grinberg (el autor del célebre Como vino la mano, libro que le enseño a varias generaciones como nació lo que hace más de 50 años llamamos "rock nacional") de que el rock premiara al rock, se concretó por fin y el espíritu de aquellos festivales de fines de los años ‘60 y comienzos de los ‘70, bajó del escenario y cubrió una sala repleta de un público "sub-60" que fue dispuesto a vivir una noche de celebración, nostalgia, recuerdos y, especialmente, de muy buena música. Sin la ayuda monetaria de una discográfica, ni de ningún sponsor pesado vendiendo su marca, y apenas con el aporte de un par de productores, una lista interminable de músicos pioneros tributó a aquellos solistas y bandas del género, con el ala protectora de ese Mariposas de madera que escribió el mítico Miguel Abuelo. De hecho hubo premios para los músicos (35 mariposas de madera hechas por la artista Marité García y más de 50 diplomas) para que todos se llevaran un recuerdo físico de la memorable noche. Ese espíritu de los ‘60 y ‘70 incluyó también algunas imperfecciones con el sonido, varios baches (que el conductor Gustavo Lutteral superó con su profesionalismo), alguna discusión en el escenario y hasta un telón ingobernable que "decidió" subir y bajar cuando se le antojó.

Un video de Miguel Abuelo cantando Mariposas de Madera y una versión a capella hecha por la cantante Marcela Romero, dieron comienzo al festival. Tras las primeras palabras del alma mater de la fiesta Miguel Grinberg, le tocó a Edelmiro Molinari abrir la larga noche con una versión de Mestizo, aquel temazo de Almendra, Edelmiro fue también el primero en recibir su premio el que dedicó a la memoria de Jorge Alvarez y Jorge Pistocchi, creadores del mítico sello Mandioca y de la revista Expreso Imaginario, respectivamente. El ex Sueter Miguel Zabaleta decidió homenajear a Luis Alberto Spinetta con una bonita versión de El Anillo del Capitán Beto, de Invisible. Bocón Frascino trajo con su inoxidable Engranaje dos clásicos de Pescado Rabioso: Algo flota en la laguna y Me gusta ese tajo. Dos ex Sui Géneris, Rinaldo Raffanelli y Juan Rodríguez, junto a Gady Pampillón, evocaron a Polifemo (una pena la ausencia de David Lebón, el otro miembro del trío) con Oye Dios, que me has dado, además de versionar El Viejo, de Pappo’s Blues y Going Down, de Freddie King. Y Kubero Díaz, ex guitarrista de La Pesada y de Los Abuelos de la Nada, entre otros, homenajeó a Miguel Abuelo con su Un abuelo de la nada y a la propia Pesada con La Pálida Ciudad.

Ovación de pie

La primera gran ovación de la noche se la llevaron los Alma y Vida. Con casi la totalidad de su formación original más Gustavo Moretto, quien viajó desde Estados Unidos (donde se afincó a fines de la década del ‘70), la banda entregó tres de sus clásicos (Del gemido de un gorrión, Hoy te queremos cantar y Don Quijote de barba y gabán) mostrando la misma calidad y profesionalidad de siempre y con un Carlos Mellino que mantiene intacta esa voz privilegiada. Por primera vez en la noche el público aplaudió de pie.

El aporte de la tecnología sirvió para homenajear a Pedro y Pablo y a Pastoral. Miguel Cantilo mandó desde España un video cantando Y que sea el sol, tema que Jorge Duritez (el otro 50 por ciento del dúo) acompañó con su voz y su guitarra desde el escenario. Así también regresó Pastoral con Miguel Angel Erausquín desde un video y en el escenario Aníbal Forcada por el recordado Alejandro De Michele, haciendo el clásico En el hospicio. El recurso de una filmación mostró a los ex Arco Iris Gustavo Santaoalalla, Ara Tokatlian y Guillermo Bodarampé, recreando estrofas de Mañana Campestre.

Junto a la citada Marcela Romero, otras dos de las mejores voces femeninas de nuestro rock dijeron presente: Claudia Puyó (cantó Blues de los plomos e Himno de mi corazón) y María Rosa Yorio (Figuración, Quiero ver, quiero ser, quiero entrar- aquel primer éxito de Porsuigieco- e Iba acabándose el vino).

La vuelta de Aquelarre fue otro de los platos fuertes de la noche. Emilio del Güercio, Héctor Starc y Rodolfo García, junto a Lito Vitale (ocupó el lugar del recordado tecladista Hugo Gonzalez Neira), hicieron cuatro gemas de su repertorio: Aventura en el árbol, Canto, Violencia en el parque y Brumas en la bruma y se llevaron la gran segunda ovación. También fue muy aplaudido Ricardo Soulé quien, pese a estar con la voz tomada por un resfrío, cumplió con dos hitazos del repertorio de Vox Dei: Ritmo y blues con armónica y el clásico de fogón El Tiempo en que estas (Presente).

La noche continuó con los hermanos Ronan y Adrián Bar haciendo por separado temas de Orions; con Ciro Fogliatta tributando a Pajarito Zaguri con un par de blues y con Litto Nebbia, uno de los “padres” del género, acompañado de su piano y cantando Ayer nomás, Solo se trata de vivir, Quien quiera oir que oiga y El Rey lloró.

Ya de madrugada y como previa al gran cierre, Gustavo Bazterrica y José Luis Fernández junto a Lito Vitale, Juanito Moro y Ana Quatraro evocaron a La Máquina de Hacer Pájaros con una explosiva versión de Boletos, pases y abonos y el negro Alejandro Medina -recuperado de un trasplante- dejó tres canciones de su álbum Yo Soy.

Minutos antes de las 3, subió Nito Mestre para recordar a Sui Géneris con cuatro canciones y junto a León Gieco cantar La colina de la vida. León dedicó La Memoria a las Abuelas de Plaza de Mayo y con Raúl Porchetto evocaron Bajaste del norte, Sentado en el umbral de Dios y Algo de paz. Con casi todo Porsuigieco en escena sonaron El Fantasma de Canterville y La mamá de Jimmy y cuando el reloj marcó las 3.45 volvió a sonar Mariposas de Madera, cantada por todos en un final antológico y emotivo, como fue todo el festival.

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