El 5 de marzo de 1988, Mar del Plata sufrió el segundo golpe de un verano trágico: tras el crimen de Alicia Muñiz en manos de Carlos Monzón, el mejor de los humoristas populares caía al vacío desde el piso 11 del Maral 39. ¿Qué pasó en las horas previas?

Tenía 54 años y estaba en la cresta de la ola en su carrera. Convivía con la mujer que amaba, después de haber seducido más de una decena de las más bellas del país. Pero algo le jugó en contra a Alberto Olmedo esa madrugada del 5 de marzo de 1988 para caer de un piso 11 del Maral 39 y desatar la segunda tragedia en pocos días en Mar del Plata, ya que hacía poco Carlos Monzón había matado a su esposa Alicia Muñiz.

Por eso son claves las últimas horas de Olmedo, quien había mantenido una discusión con su pareja, Nancy Herrera, quien se encontraba cursando un embarazo de dos meses. Hasta el cielo, gris y oscuro a las 8.30, se solidarizó con la muerte. El sol brilló por su ausencia.

Ese verano el capocómico quería la revancha: la reconciliación definitiva con Nancy, luego de que un año antes ésta apareciera en las revistas del corazón manteniendo un romance con Cacho Fontana, íntimo amigo del rosarino. Habían viajado a Mar del Plata por separado, pero con toda la intención de una reconciliación incipiente.

Los amigos de ambos aventuraban un regreso definitivo de la pareja. Por lo que no resultó nada raro que Nancy se mudara al Maral 39, que había alquilado Olmedo para toda la temporada mientras hacía Éramos tan pobres. Había estado todo el 1987 luchando por reconquistar a Nancy, con quien había iniciado una relación hacía 7 años cuando ella tan sólo tenía 20 años. Se recluía en su casa de Punta del Este y en el alcohol para tratar de tapar lo que circulaba en los medios. Ella con otro, y ese otro su amigo.

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Se lo vio, incluso, en varios lugares en estado de ebriedad y ahuyentando a los periodistas que se acercaban para sacarle algunas palabras sobre esa relación. “Estoy hecho polvo, destruido. Esto no es vida”, le comentó a quien quiso acercarse mientras sólo comía dos porciones de pizza pero con varias botellas de champagne.

Esos días en Punta del Este le sirvieron para montar la estrategia de la reconquista de Nancy. Se lo fijó como un objetivo a pesar de tener el corazón roto.

Sobre su lomo tenía más de veinte películas -dos días antes de su muerte se estrenó la última, Atracción peculiar, que nunca llegó a ver- y antes de viajar rumbo a la temporada de Mar del Plata había terminado su temporada televisiva de No toca botón. En el teatro, en la temporada de 1987, consiguió el récord histórico de taquilla, con más de 119 mil espectadores.

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<p> Así reflejaba DIARIO POPULAR en su edición del 7/3/88 las últimas horas de Olmedo</p>

Así reflejaba DIARIO POPULAR en su edición del 7/3/88 las últimas horas de Olmedo

Sus días transcurrían con la rutina del trabajo y los encuentros con los amigos. La noche previa a la tragedia cumplió con su función de Éramos tan pobres, para luego ir a cenar junto a su hijo Javier y algunos amigos al restaurante Hamburgo. Cerdo, vino blanco y panqueque de manzana.

Dos horas donde ya le tenían la mesa guardada todos los días. Estaba apurado por volver a su casa: sabía que Nancy lo estaba esperando. Lo supo ni bien abrió la puerta, al leer en el espejo, escrito con rouge, un escueto “Te amo”. Fue el momento de empezar a descorchar champagne, y del bueno, ya que a la medianoche había terminado el cumpleaños 28 de Nancy. El cumpleaños de quien esperaba un hijo suyo. Ese fue el momento en que Olmedo se enteró de que sería padre por sexta vez.

Los festejos con champagne y otras sustancias, sumados los eróticos, hicieron que la noche se transformara en hilos amarillentos en el cielo. La altura de ese departamento frente a Playa Varese permitía apreciar el amanecer sobre la extensión del mar.

Los festejos dieron paso a los gritos en el momento en que los cuerpos se despegaron. El reloj marcaba las 8.30 y los vecinos de un piso más arriba lograron escuchar, y así se lo hicieron saber a la policía, el siguiente diálogo:

—¡Me caigo, mamita, me caigo! ¡Agarrame la pierna! ¡Agarrame la pierna!

—¡Yo te agarro, papito, te agarro! ¡Pero no puedo, no puedo, no puedo!

Quedó el misterio de por qué Olmedo asomó más de medio cuerpo y cruzó una pierna por la baranda del balcón, frente a la inmensidad del mar. Se especuló con un suicidio. Otros se montaron sobre la hipótesis del accidente. Que quiso jugar -bajo el influjo de lo consumido- a caballito con la baranda, con su torso desnudo y las botas tejanas puestas. Que se trataba de un juego más, como cuando simuló su muerte e incluso fue anunciada por la televisión.

Lo cierto, lo único cierto, es que algo pasó y que Olmedo tras la eterna caída quedó mirando hacia el cielo, como buscando con los ojos a Nancy, la mujer que amaba y que estaba esperando un hijo suyo. Luego vendría la muerte de su madre, el mismo día, al enterarse del fallecimiento del capocómico. Y el Maral 39 pasó a convertirse en un santuario, donde la gente se acercaba a dejar flores justo en el lugar donde Olmedo había impactado tras su planeo de 11 pisos.

Aquella Mar del Plata de 1988 no soportó dos golpes casi simultáneos. Se sumió en el silencio, sólo quebrado por las instancias judiciales de ambos hechos. El Negro nos había dejado el peor de sus chistes y el menos feliz de sus personajes, y el paso de los años hizo necesaria su reivindicación como el mejor de los humoristas populares.

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