Explica por que “nos recluimos un poquito” y por que eligio volver a la
Ciudad de Buenos Aires en este momento. Recuerda el exito y algunos
malos tragos producto de la exposicion y dice que ya entiende como es el
juego.
Con la frescura y la calidez a flor de piel, Piñón Fijo, el payaso más aclamado de los últimos tiempos, encara nuevo ciclo de TV en El Trece (luego de varias temporadas de repeticiones) y una serie de shows en el Teatro Opera Citi, ahora en vacaciones de invierno, diariamente a las 15.30. Este actual referente de los más pequeños se muestra como un hombre campechano, de hablar sincero, cómplice en su manera de decir y cargado de sentido del humor. Piñón Fijo es mi nombre, fuera y delante de la fascinación infantil, se abre paradójicamente a su infaltable máscara pintada sobre un rostro que parece irreconocible sin ella, sin maquillajes. “Nosotros hicimos en 2002, 2003 y 2004 televisión aquí. Nos recluimos un poquito, repitieron los ciclos y ahora volvemos con ciclo nuevo. Es volver después de 3 años a los mismos compañeros y a los pasillos de un canal querido por mí”, comenta con agrado este querible personaje cordobés.
“La base de lo que yo hago está muy apuntalada por la música y las canciones”, señala Piñón entre sonrisas. “Entonces cada canción nueva es un pretexto nuevo para hacer un sketch u otro gag u otro aprendizaje compartido u otro personaje. Hay muchas canciones y temas nuevos y todo lo que trae a colación cada canción. Y están las de siempre como La Mamadera y el Chupete o Chu Chu Ua porque sino las hago me matan”, dice sonriente de lo que se ve en teatro y en la pantalla chica. “En el teatro se encuentran con la primera placita donde como Piñón pasé la gorra, junto a hijos que me acompañan en la música, apuntalándome en coros, guitarra y percusión. Es un disparador arriba del escenario para emociones que van a suceder entre la propia familia. Uno sigue componiendo, sigue escribiendo, sigue haciendo cosas, pero las coordenadas del universo de la tele no las maneja uno”, sostiene este atípico personaje.
“Yo tengo poco que ver con los payasos”, responde cuando se le indaga en el envase que proyecta. “La música tiene mucho que ver y también la complicidad con los adultos. Me ayuda mucho esa esencia de poder entablar algo tanto con los más chiquitos como con los grandes”.
El payaso que capturó la idolatría de los más chiquitos, un buen día, en plena sobreexposición y saturación de su imagen, sintió que debía dar un paso al costado y recluirse en su terruño natal, las sierras de Córdoba. “Hice tele en Córdoba, desde allí exportábamos el programa para otras provincias y para el exterior”, prefirió cuando en 2004 vio cómo algunas cuestiones, generadas por los irrefrenables golpes de fama, se comenzaban a tergiversar.
¿Cómo se vivieron esos días de extremada figuración?
-Yo lo viví intensamente. Lo que pasa es que cuando se corría un poco el eje de lo que debe ser el payaso infantil uno también piensa en la familia, en los hijos, en los padres viejitos que sufrían quizá alguna injusticia y uno piensa en la vida y pone eso en la balanza. Y gracias a Dios uno ha sido bendecido por la vida porque en las decisiones que tomó, el tiempo, en definitiva, te termina dando la razón. Se tergiversaron las cosas. Tantas cosas que se hablaban y se decían y uno pensaba: “¿Cuál es el objetivo final?”. ¿Sumar rating o entradas o vender tickets o ser feliz con lo que uno hace? Y obviamente yo sigo apostando a la felicidad. Un payaso sin felicidad, ¿qué puede brindar?
¿Sentiste que no estabas preparado para transitar una fama capitalina tan repentina y hasta despiadada?
-Puede ser, ahora uno aprendió otras cosas. Es experiencia, uno hace autocrítica. Uno entiende cómo es el juego y prepara a los seres queridos para que sepan cómo es el juego. Uno aprendió a manejar las cosas de otra forma. Pero de todas maneras yo agradezco, siempre viendo el vaso medio lleno, que esa etapa a mí me tomó grande, con 37 años. Yo no sé qué le pasaría a un chico de 20 años que le explota esa historia de la exposición. Con esa edad no sé lo que harán para manejarlo. Yo, por lo pronto, tengo a mis hijos siempre conmigo y trato de acompañarlos, aconsejarlos y darles opciones. Por lo menos para que digan: “Este hizo esto y no le fue tan mal”. Uno en la medida que puede trata de dejar una huella para que si algo le sirve, sea bienvenido.
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