La calificación de mejor equipo del mundo durante una década a la que se hizo acreedor el Barcelona incluye también como protagonista central a Lionel Messi, más allá de otras presencias de enorme influencia. Sin Messi, Barcelona seguramente no hubiera llegado adonde llegó. Superada esa década, lo que ahora transmite el Barça es que ya no es lo que era. Lo denuncian los desarrollos de los partidos en la liga española y la Champions League.
La reciente paliza que recibió frente a la Juventus en Turín cayendo 3-0 y despertando el pesimismo explícito de su técnico Luis Enrique, expresa algo más que el dolor por una derrota categórica que lo compromete para la revancha. Refleja que el equipo como estructura colectiva no le responde. Que pueden salvarlo algunas inspiraciones individuales o circunstancias irrepetibles como aquel 6-1 al París Saint Germain después de caer 4-0 en el partido de ida. Y en esa ausencia de respuestas futbolísticas importantes también se encuentra Messi.
Esto es, en definitiva, lo que nos convoca: el presente preocupante de Messi. Y una pregunta inevitable: ¿está será la medida del fútbol que hoy puede ofrecer? Aquella cumbre que alcanzó Messi hace algunos años (5 o 6 por lo menos) es muy improbable que vuelva a reeditarse. ¿Por qué? Por una cuestión biológica: el 24 de junio cumplirá 30 años. Y en la inminencia de las tres décadas ningún jugador llegó a su máximo nivel. Ni Pelé en México 70, cuando tenía 29. Ese Pelé que se retiró del scratch al año siguiente en un partido ante Yugoslavia en el Maracaná, no mostró en México la mejor versión de su historia, aunque integró la mejor selección de la historia del fútbol mundial.
El Pelé insuperable que armaba y elaboraba juego en el medio, gambeteaba a tres o cuatro rivales en hilera y conquistaba golazos infernales con una naturalidad impresionante, fue anterior a México 70. Es más: Pelé arribó a México 70 envuelto por críticas y desconfianzas de la prensa brasileña. Sin embargo caminó por arriba de esas brasas y fue una gran figura rodeado por grandes figuras de la talla de Jarzinho, Gerson, Tostao y Rivelino, más la circulación de un cinco total como Clodoaldo, una especie de Fernando Redondo diestro.
Diego Maradona descolló en continuado en México 86 con 25 años y a los 29 apenas tuvo pinceladas geniales en Italia 90, como en aquella memorable maniobra individual que terminó con el gol de Claudio Caniggia a Brasil, eliminándolo en octavos de final. Johan Cruyff, por su parte, la rompió en Alemania 74 con 27 años y en Argentina 78 prefirió dar un paso al costado en el marco de un sinfín de rumores que él fue desactivando. La realidad es que Cruyff a los 30 años se desvinculaba del Barcelona y elegía como destino profesional a la liga de Estados Unidos, denunciando su declive y su alejamiento de los grandes escenarios.
Messi no transita por esa ruta que Cruyff acusó a los 30 con su lastre de fumador empedernido, pero se advierte que todo lo que hacía antes ya no lo hace ahora con la misma frecuencia ni con el mismo grado de eficacia. Ese pique explosivo y demoledor que dejaba a los adversarios parados como si fuesen estacas, poco a poco lo fue resignando. Ese cambio de ritmo frenético y electrizante que parecía propio de un jugador de play station, tampoco lo sigue acompañando. Ahora mide muchísimo más cada pique y cada cambio de ritmo. Los mide tanto que en algunos partidos no los expresa porque físicamente le demanda más esfuerzos hacerlo. Y se preserva.
Este Messi con menor repentización y frescura para ganar como ganaba antes en el uno contra uno en nueve de cada diez oportunidades en que encaraba, igual es capaz en un partido de taparle la boca a cualquiera (entre ellos a quien suscribe) con una producción espectacular. La diferencia es que esas producciones estupendas ahora llegan de tanto en tanto. Son esporádicas. Son erráticas. Son pocas.
No es difícil analizar que su fútbol intenta reconfigurarse. Y adaptarse a su actualidad física. Por eso busca más el pase filtrado que la jugada descomunal. Sabe que esa jugada construida a máxima velocidad y amague zigzagueante sobre la pelota, es una pieza artesanal que hoy la ve lejana. No imposible, pero lejana.
Si en su etapa de plenitud no logró mostrarse imparable y todo lo resolutivo e influyente que se esperaba vistiendo la camiseta de la Selección nacional, ahora, en virtud de su inocultable declinación, será mucho más complejo que Messi conquiste esos grandes territorios. Esto también deberá ser tenido en cuenta por el próximo entrenador de Argentina, más allá de los partidos de suspensión con que FIFA lo sancionó.
Los límites de Messi los captura un reloj interno implacable. El reloj que nos termina controlando a todos.
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