FIFA no suele castigar a los jugadores si los árbitros no lo hacen previamente. Es como un código: no los puentea. En este escenario, la sanción a Lionel Messi por cuatro fechas es una rareza. Sin ningún tipo de informe de las autoridades del encuentro se ocuparon de poner en penitencia al rosarino a través de imágenes televisivas desde las cómodas oficinas de Zúrich, Suiza. La decisión marca un antecedente peligroso.
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La última vez—y la más recordada— que FIFA actúo de oficio es con Luis Suárez. El delantero uruguayo mordió a Giorgio Chiellini en el choque entre Uruguay e Italia durante el último Mundial de Brasil. El mexicano Marco Rodríguez, árbitro del encuentro, no expulsó al atacante, y los Charrúas ganaron por 1-0. Una vez que las imágenes dieron la vuelta al mundo, desde Zúrich cayó la pena: la imposibilidad de jugar con la camiseta uruguaya por nueve encuentros, y cuatro meses sin "hacer ninguna actividad relacionada al fútbol". Debió irse de Brasil.
En el Mundial de Estados Unidos '94 Italia se midió contra España en cuartos de final. Mauro Tassotti, mientras llovía un centro en su área, le pegó un codazo feroz a Luis Enrique. Le rompió la nariz al español, quien dejó la cancha. El juez no vio la jugada y no castigó al defensor. La sanción llegó desde FIFA: se perdió ocho partidos —entre ellos, la final de ese campeonato—.
El iraquí Samir Shaker, durante el Mundial de México '86, escupió al árbitro en el partido contra Bélgica que terminó con victoria del equipo europeo por 2-1. El referí le sacó tarjeta amarilla, pero FIFA fue más allá: durante un año, Shaker no pudo jugar al fútbol con su seleccionado. Y no volvió a hacerlo nunca más.
En todos los antecedentes hay agresiones físicas: una mordida, un escupitajo, una trompada. Messi insultó al juez de línea brasileño Emerson Augusto de Carvalho. Ninguna autoridad del encuentro contra Chile informó sobre los insultos. En Zúrich los vieron por televisión. Y eso alcanzó para penar con cuatro fechas al mejor jugador del mundo.
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