"Hay que rodearlo bien a Messi", es la frase testigo que todos los técnicos de la Selección han repetido como un mantra. Rodearlo bien es encontrar el funcionamiento para que pueda fluir el desequilibrio y el talento del astro argentino. Sin un funcionamiento impecable, ya se vio que Messi (incluso en Barcelona) no alcanza a tener una influencia decisiva en los desarrollos de los partidos. El desafío inminente de Sampaoli.

Todos los jugadores tienen una altísima dependencia al funcionamiento que puedan lograr sus equipos. A mejor funcionamiento, mayores son las posibilidades de que las individualidades crezcan en los rendimientos.

Pero en Lionel Messi esta relación adquiere niveles casi absolutos. Si el equipo que integra (en este caso el Barcelona) no funciona como una orquesta, sus aportes van a ser claramente deficitarios, como lo fueron, por ejemplo, en los dos recientes cruces por la Supercopa española ante Real Madrid, cosechando derrotas por 3-1 En el Camp Nou y 2-0 en el Santiago Bernabeu.

Barcelona jugó fragmentado en todas sus líneas. Y Messi no apareció en los dos partidos, salvo con algunos destellos mínimos que no modificaron ningún rumbo. Nada del Barça y nada de Messi. Como si todo estuviera conectado. Y lo estuvo. Messi, en esas circunstancias colectivas adversas, ya denunció en otras instancias que no es capaz de imponer su genio creativo.

Y esto, es precisamente, lo que siempre se le reclamó en la Selección. Que haga la diferencia aún cuando la Selección no haya conquistado un buen funcionamiento. Es pedirle peras al olmo. Muy difícilmente ocurra. Messi nació y se fue construyendo futbolísticamente en esa máquina de jugar al fútbol que fue el Barça. El, por supuesto, desequilibró como nadie, pero el equipo expresaba la perfección. Cuando no encuentra esa perfección estructural de pase circulación, pressing y dinámica ofensiva, pierde en gran medida aquello que lo distingue como el mejor jugador del mundo, calificación que hoy está en duda.

Precisa como el agua Messi que a su equipo se le caiga el fútbol de los bolsillos, como Barcelona nos supo acostumbrar hasta que ese piolín se cortó, como lo revelan los últimos episodios. En este sentido, Messi es un rehén total del funcionamiento. El entrenador de la Selección, Jorge Sampaoli, por supuesto no lo va a plantear con estas palabras. Pero nadie lo desconoce. Tampoco los técnicos anteriores que pasaron por la Selección mientras Messi formaba parte del plantel desde el Mundial de Alemania 2006, cuando José Pekerman dirigía a Argentina.

La frase hecha una consigna, “hay que rodearlo bien a Messi”, repetida en innumerables ocasiones, remite a ese escenario. Al escenario de dotar a la Selección de un funcionamiento y una idea de juego muy similar al que tuvo el Barça. La realidad, repasando la historia es que no se logró, aunque fueron varios los entrenadores que intentaron recorrer ese camino.

Messi nunca jugó en la Selección con el nivel extraordinario que alcanzó en Barcelona. ¿Por qué? Porque no encontró ese funcionamiento ni esa sintonía. La apuesta de Sampaoli ya en la cuenta regresiva al partido por Eliminatorias ante Uruguay el 31 de agosto, es esa: cobijarlo a Messi dentro de un funcionamiento que lo respalde.

Porque es totalmente falso que Messi se autoabastece como se autoabastecía Maradona. En algunas oportunidades lo hizo en un marco muy confortable, pero no es lo habitual. En ese marco de alta gama colectiva puede romperla. Sin ese marco, su influencia se debilita de manera notable. Por eso Sampaoli tiene que crearle sobre la misma marcha de los acontecimientos condiciones plenas para que fluya con espontaneidad su talento. Condiciones ideales en el plano anímico, táctico y estratégico.

Esto fue y es el desafío de cualquier técnico en la Selección nacional. Y es un tema hasta el momento no superado. Porque Messi no va a resolver esa complejidad. No va a acomodar los porotos. Necesita una Selección que juegue en función de sus características. Y con un funcionamiento impecable.

Acá hay que hacer una mención obligada a Maradona. Diego, en cambio, no demandaba tanta riqueza conceptual del equipo o de la Selección que integraba para brillar y ganar los partidos. Bastaría con poner arriba de la mesa a aquel Argentinos Juniors del arranque de su carrera, al Napoli despojado de un buen funcionamiento o a la Selección campeona del mundo en México 86. Argentinos, Napoli y Argentina en el 86 no fueron equipazos ni aún con Maradona. Pero Maradona los convirtió en postales inolvidables de la victoria. Era el genio que armaba todo.

Messi nunca estuvo angelizado para armar todo. No contó con ese don. A él hay que construirle el tinglado. Después lo podrá decorar con su trazo de gran artista. Sampaoli tiene esa tarea por delante. Una tarea en la que sus antecesores fracasaron.

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