“Yo personalmente no creo que sea el momento de llamar a Agüero a la Selección ni tampoco a Messi. Están jugando instancias difíciles, con sus calendarios, copas”. Las palabras que pronunció el Flaco Menotti (Director de selecciones nacionales desde el 1º de febrero) la semana pasada sorprendieron al ambiente del fútbol argentino.
El técnico Lionel Scaloni convocó a Messi para los partidos de este viernes ante Venezuela en Madrid y el martes 26 frente a Marruecos en Tánger, mientras que Agüero no fue citado, lo que disparó una variedad de especulaciones respecto a su futuro con la camiseta nacional.
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Menotti planteó la necesidad de que esta nueva Selección que conduce Scaloni se fortalezca, defina una idea, un perfil, una convicción y un funcionamiento y recién a partir de logrados esos objetivos se sumen Messi (y quizás el Kun Agüero) para terminar de enriquecer los contenidos futbolísticos.
Lo que interpreta Menotti, focalizando su mirada sobre Messi, es que su presencia no debería estar atrapada por las urgencias que siempre visitan a la Selección. Esa aspiración de que Messi resuelva con su juego los problemas estructurales que viene padeciendo Argentina, en definitiva expresa la ilusión de que una individualidad ponga todo en orden para que fluya la magia que ilumine al equipo.
Y esto, más allá de algunos episodios recordados, no ocurrió en la dimensión de lo que se esperaba. Messi es un jugador extraordinario que siempre ha necesitado encontrar un estilo y un funcionamiento que camine en sintonía con su inspiración. A mayor funcionamiento, se revela un mejor Messi, como se viene manifestando con absoluta claridad en el Barcelona desde hace una década y media.
En cambio, si el funcionamiento denuncia serias dificultades y no logra plasmarse, Messi suele no trascender esa limitación colectiva. Como si le costara demasiado erigirse en una figura fundamental si su equipo no controla los tiempos y los ritmos del partido. Precisa Messi, por su formación y por los conceptos que incorporó en el Barça desde que arribó al club catalán con 13 años, integrar un equipo que reivindique la presión organizada, la circulación de la pelota y la elaboración del juego.
Menotti pretende ofrecerle en la Selección esa valiosa base o plataforma futbolística para que Messi a sus 31 años (cumple 32 el 24 de junio) no cargue con la pesada mochila de tener que armar lo que más o menos tendría que estar afianzado. Que es la idea de Argentina. El funcionamiento, en definitiva, que también es la marca registrada de un equipo y la identidad de un entrenador, si es que la tiene, porque no todos la tienen.
La realidad, por encima de las observaciones que manifestó Menotti públicamente, es que Scaloni contará con Messi para estos dos partidos ante Venezuela y Marruecos, mientras la Selección está en plena tarea experimental haciendo la cuenta regresiva para el arranque de la Copa América en Brasil, a realizarse entre el 14 de junio y el 7 de julio próximo.
Lo evidente es que una vez más Messi encontrará por estos días una Selección alejada de cualquier zona de confort. Porque está intentando construirse la Selección después del colapso en Rusia 2018, cuando Jorge Sampaoli se despersonalizó por completo. Llegará entonces Messi en plena etapa de construcción. Con todo por hacerse. Sin certezas. Sin funcionamiento. Y casi sin ensayos que pueden despertar complicidades adentro de la cancha.
Un panorama que Messi no desconoce en el ámbito de la Selección. Y que lo sufre en repetidas oportunidades alimentando distintas frustraciones. Porque este escenario despojado e incompleto es el que Messi solo visita en la Selección. No tuvo no tiene experiencias similares en el Barça. No conoce, por afuera de la Selección, el paisaje de cierto desamparo futbolero. Esas vivencias intransferibles ya se vieron que lo desalientan.
Menotti quiere encontrarle a Messi un tiempo y un lugar con menos demandas, con menos urgencias. O con las demandas que el talento de Messi puede satisfacer. Estas palabras de Menotti respiran sensatez. Aunque los torbellinos del día a día preanuncien que todo puede derrumbarse en cinco minutos.
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