Gallardo tenía razón: el partido se jugó en condiciones irracionales. Pero se equivocó en un punto: Gamba Osaka, el rival que tuvo River en la Suruga Bank, fue mucho menos de lo esperado. Conseguir un nuevo título internacional no le costó nada al campeón de la Copa Libertadores. Se floreó y mostró su cara más vistosa, la del juego asociado y movilidad constante. Ganó 3-0, pero pudo ser una diferencia todavía mayor. Carlos Sánchez de penal, Gabriel Mercado y Gonzalo Martínez convirtieron los goles.
Aunque el partido carece de análisis, quedó una buena sensación: los destellos del fútbol elegante que había desplegado en el principio del ciclo Gallardo funcionaron bien, otra vez. El equipo japonés ofreció todo tipo de promociones ofensivas. Se dejó atacar, fue espectador de lujo de las triangulaciones "Millonarias" y evidenciaron una inocencia para marcar digna de un equipo amateur.
Gamba Osaka, a juzgar por lo que mostró en la Suruga Bank, es un equipo que pelearía el descenso en el torneo de 30 equipos.
El local tuvo todo para emparejar el nivel. Enfrentó a un rival que cruzó el mundo 24 horas después de ganar la Copa Libertadores, que se adaptó a un contexto horario opuesto, y sin embargo no hizo ni cosquillas. Recién se aproximó al arco de Marcelo Barovero al final del partido, después de hacer algunos cambios. O por alguna imprudencia defensiva, que se explica más desde el cansancio o desconcentración que por méritos del equipo japonés.
River fue una orquesta, y Gamba Osaka, una murga. La afinación y coordinación de uno fue demasiado para el desorden japonés. La ambición, a pesar de haber conseguido el éxito más importante de los últimos 19 años, está viva en el plantel que encabeza el Muñeco. Están destinados al éxito.