De exigir a la Selección una tercera Copa del Mundo se pasó en muy poco tiempo a prender velas para clasificar a Rusia 2018. En la absurda reivindicación de ganar de cualquier manera se termina perdiendo de cualquier manera. Afirmar que con Messi todo hubiera sido distinto es quedarse con un pequeño retazo de la realidad. La reconstrucción de la Selección es imprescindible.

Cambian de forma notable las expectativas de la Selección nacional. Y cambian en un sentido totalmente negativo. Hace un par de años el objetivo era ganar el Mundial. Hoy, a 4 fechas del cierre de las Eliminatorias (Argentina tiene que enfrentar a Uruguay en el Centenario, a Venezuela y Perú de local y a Ecuador en Quito), es entrar por la ventana a Rusia 2018.

Nada de exigencias mayores ni de paladares refinados. Nada de eso. Es ganar de cualquier manera, como suele proponer sin ambigüedades el entrenador Edgardo Bauza y otros resultadistas siempre inescrupulosos que pululan por todos los rincones y por todos los escenarios. Resultadistas que por otra parte promovieron el arribo del Patón Bauza con la promesa de que podía armar lo que se desarmaba. Resultadistas que por otra parte promovieron el arribo del Patón Bauza con la promesa de que podía armar lo que se desarmaba.

Se puede poner arriba de la mesa la suspensión fulminante de 4 partidos que FIFA le aplicó a Messi en las horas previas al cruce frente a Bolivia, las dificultades históricas y objetivas de jugar a 3650 metros de altura sobre el nivel del mar, el desguace de la AFA después de la muerte de Julio Humberto Grondona y otros desenlaces desfavorables, pero el derrumbe que viene experimentando la Selección tiene un guión propio. Es un derrumbe de raíces futbolísticas.

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En este contexto caer ante Bolivia en La Paz formaba parte de la naturaleza de las cosas. No estaba escrito porque en el fútbol nada está escrito de antemano, pero era una posibilidad muy firme. Tan firme que la derrota por 2-0 no sorprendió a nadie. La Selección que ahora sueña aunque sea con participar del repechaje y depender de victorias y caídas ajenas, está en pleno período de emergencia y de altísima complejidad.

Y no pasa solo porque juegue Messi o porque Messi se quede afuera como en esta oportunidad, aunque con Messi se hayan conseguido mejores resultados como, por ejemplo, lo denuncia la marcha de las Eliminatorias. La crisis trasciende largamente a Messi. El problema es sistémico. Ataca por todos lados: por la constitución del plantel, por el cuerpo técnico, por las frustraciones acumuladas y por los niveles de impotencia que crecen en forma progresiva, hasta tornarse inmanejables.

¿Qué expresa hoy la Selección en sintonía directa con lo que estuvo ofreciendo en los últimos partidos y en los últimos meses ya en caída libre? Expresa tristes memorias del pasado. Feas memorias del pasado, cuando la Selección antes de la llegada del Flaco Menotti en octubre de 1974 no era otra cosa que una casa abandonada en medio del diluvio.

La sensación que prevalece es que aquella vieja foto de la realidad de los 60 y parte de los 70 se está reactualizando. Por supuesto nada es igual. No hay películas idénticas. Pero hay máscaras y momentos parecidos. La sensación que prevalece es que aquella vieja foto de la realidad de los 60 y parte de los 70 se está reactualizando. Por supuesto nada es igual. No hay películas idénticas. Pero hay máscaras y momentos parecidos.

Está desprestigiada la Selección. Y el desprestigio va mucho más allá de un par de derrotas que debilitan o erosionan la autoestima. Los jugadores transmiten esas búsquedas desesperadas. Como si no supieran que es lo que hay que hacer. Como si no interpretaran cuales son las urgencias del presente. Como si les quedara grande el desafío de los tiempos que corren. Son las brumas del desconcierto.

Cuando se acumula este descrédito no hay salvadores. Salvo que un protagonista inesperado tenga la épica de un elegido fenomenal. Esa dimensión intransferible de la épica esta Selección no la manifiesta. No la tiene. Porque tampoco la tuvo en otras circunstancias más positivas. En las cumbres de La Paz, en definitiva, no hubo milagro. Ni algo parecido a superar sus propios límites.

Hizo lo que pudo Argentina. Y como lo viene haciendo efectivo, hizo poco. Ahora con Messi mirando los flashes de una derrota anunciada en un televisor instalado en el vestuario. La reconstrucción de la Selección es una tarea imprescindible. No puede haber demoras. Con el voluntarista Bauza o sin Bauza. Con la presencia de Messi o con las ausencias de Messi. Con este plantel o con otro plantel. El ciclo de no pocos jugadores parece estar agotado. Y no es algo ignorado. Lo puede ratificar cualquiera que frecuente las vidrieras del fútbol.

Aquella invocación celebrada a conquistar el Mundial para levantar la tercera Copa del Mundo después de la consagración en Argentina 78 y México 86, hoy se dibuja en la superficie como la imagen de un optimismo insustancial. De un optimismo real pero muy lejano. Y cayó la ficha. Ahora tenemos los bolsillos agujereados. Llegar a Rusia 2018 es una odisea. Y a la vez es volar demasiado bajito. Es cambiar aquella ilusión que todos fueron construyendo hace unos años por estas monedas.

De aquí al final de las Eliminatorias, Argentina tendrá que hacer cuentitas. De sumar, de restar, de dividir. Y no victimizarse. Aunque los victimarios que esperan su festín, siempre van a estar presentes. Y los exabruptos también. Como el que expuso Bauza cuando antes de caer ante Bolivia y frente a una pregunta formulada por un periodista (¿A qué juega Argentina?), respondió: “Juega a ganar”.

Lo disimula bastante bien.

Por Eduardo Verona.

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