Mientras las Eliminatorias entran en su fase decisiva, el presente de la Selección nacional a horas de medirse frente a Bolivia en La Paz, habilita el abordaje de un tema central: la ausencia de un 10 clásico que arme y organice. Sin ese jugador, Argentina queda partida al medio. Y despojada de la elaboración ofensiva. La deuda que hoy nadie puede cubrir.

En las horas previas al importante cruce ante Bolivia en La Paz, vale la pena hacer foco en un plano futbolístico cuya influencia es enorme. El dato objetivo es que Messi lleva la camiseta número 10 de Argentina. ¿Pero es un 10? ¿Juega de 10? ¿Se mueve en la cancha como un 10 clásico? La respuesta es clara: no.

Messi nunca fue un 10. Ni antes cuando era un pibe ni ahora al borde de los 30 años que cumplirá el 24 de junio. ¿Por qué? Porque no es un armador genuino aunque pueda armar algo. O mucho. Pero no tiene características de ser un organizador del juego de un equipo. En Barcelona esa función la cumplían Xavi e Iniesta. Ahora sin Xavi y con Iniesta en franco declive, el Barça se quedó sin elaboración.

La consecuencia es irrefutable: tiene menos fútbol, menos riqueza de maniobra, menos talento colectivo, más verticalidad, menos circulación. La consecuencia es irrefutable: tiene menos fútbol, menos riqueza de maniobra, menos talento colectivo, más verticalidad, menos circulación.

La Selección viene penando por la falta de un 10 que administre los ritmos, las descargas y las partidas ofensivas. Un 10 que, en definitiva, haga jugar. El Tata Martino mientras estuvo como entrenador de Argentina pretendió darle esa responsabilidad a Pastore para no transferirle a Messi ese compromiso.

Pero Pastore siempre fue un jugador que fluctuó entre la gran promesa y la gran defraudación. Insinuó muchísimo más de lo que concretó. Tiene talento, buen pie, registro de los espacios, pero además de ser muy errático en sus rendimientos (juega un partido bien y cuatro regular o mal), le queda grande la función de armar algo valioso en la Selección. O de ser el administrador de las pausas y las aceleraciones del equipo, por ejemplo. No está ni estuvo a la altura de ese alto nivel de exigencias. Martino lo probó. Le dio varias chances. Hasta que Pastore se fue sacando él solo de las convocatorias por las lesiones que padeció y por todo lo que no logró plasmar con continuidad y eficacia.

El último 10 de la Selección fue Riquelme. Después de la sorpresiva e irreductible renuncia de Riquelme a integrar el plantel que conducía Maradona, en camino al Mundial de Sudáfrica 2010, nadie apareció en el firmamento futbolístico de Argentina para conectar lo que estaba desconectado.

Messi hizo lo que pudo. Con Pastore y sin Pastore, pero faltó ese eslabón calificado con visión y lectura panorámica. Messi hizo lo que pudo. Con Pastore y sin Pastore, pero faltó ese eslabón calificado con visión y lectura panorámica.

El eslabón de un 10 que tenga la cancha en la cabeza para tocar cuando hay que tocar, para tenerla cuando hay que tenerla y para ir a buscarla cuando los hombres del fondo y del medio no pueden sacar la pelota limpia.

Ese jugador que falta en la estructura debilitada de la Selección para enganchar las líneas no se reemplaza con palabras, gestos ni voluntarismos. Tampoco con distintas recetas y consignas tácticas. Las tácticas no resuelven los grandes problemas del fútbol. Son un complemento más o menos valioso según la mirada y la sensibilidad de cada uno, pero no es lo esencial. ¿Qué es lo esencial? La construcción del juego que siempre trasciende a la táctica.

Si el problema de Argentina fuera estrictamente táctico algún tecnócrata de los que abundan en todas las áreas ya lo hubiera reparado consagrándose como un vehículo de la virtud. No ocurrió. Y no ocurrió porque está es una cuestión de jugadores. Banega es un buen jugador. Pero Banega no es un 10, aunque en más de una oportunidad le dan la titularidad para que haga de 10. Y él no es otra cosa que un buen pasador, que frente a Chile las pasó casi todas mal. Pero de la figura del 10 con el physique du rol de un estratega está muy lejos.

Pedirle a Messi que desarrolle algo para lo que nunca estuvo preparado es un ejercicio físico e intelectual que lo va a frustrar. Porque de hecho ya lo frustró en repetidas circunstancias, aunque haya conquistado con la Selección 58 goles. Acá no está en cuestión quien hace los goles o cuántos goles hace. Es la elaboración previa lo que Argentina adeuda y sufre.

Es la manija del equipo que brilla por su ausencia. Y brilla tanto esa ausencia que protagoniza los partidos aún sin participar de manera directa. Es lo que salta a la vista: el equipo partido, el equipo quebrado, el equipo desconectado, el equipo a la deriva. Sin línea, sin rumbo, sin estrategia. ¿Todo esto lo puede resolver un solo jugador? No, pero un solo jugador muchas veces define un estilo, una búsqueda, un control del juego, una idea a la que se suman otros. Y otros. Hasta que se suman todos.

Messi lo debe saber muy bien. El lo vivió a pleno en el Barcelona durante una década. Los que le acercaban la pelota con ventaja eran Xavi, Iniesta y a veces Busquets, con menos talento. Y Messi después inventaba todo lo que es capaz de inventar. Porque había otros que inventaban antes. Y creaban los espacios.

La Selección no tiene ninguno. Y padece a gran escala. Porque la pelota siempre está lejana. Y cuando está cerca, en general la tratan mal. El 10, el símbolo eterno del fútbol pensado, lo lleva Messi. Y está bien. Pero Messi y la Selección precisan una luz o una lucecita que los acompañe en la travesía ingrata o celebrada del juego. Si esto no ocurre, no habrá construcción posible. Y el fútbol nunca dejó de ser una gran construcción.

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