El autor recuerda su encuentro con el profesor universitario, excelente esgrimista, Maestro Masón, candidato presidencial en las elecciones de 1958, tres veces diputado nacional, dos senador y convencional constituyente en 1957.
Esa mañana, mientras desayunaba refugiado del porteño frío invernal y disfrutando del cielo despejado y el Sol radiante, estuve recordando cómo fue que conocí a don Alfredo Palacios (10 de agosto de 1880/20 de abril de 1965),el destacado dirigente socialista, abogado, primer legislador (1904) –en toda América Latina– de esa afiliación, famoso por sus lances caballerescos, profesor universitario, excelente esgrimista, Maestro Masón, candidato presidencial en las elecciones de 1958, tres veces diputado nacional, dos senador y convencional constituyente en 1957.
Fue durante la tarde de un domingo otoñal hace de esto, ya, 64 años. Era yo un niño de 9 años de edad llevado por su madre a pasear en el Jardín Botánico. Precisamente el que se encuentra frente a ll que por entonces era el Jardín Zoológico, al cual ya habíamos concurrido en otras ocasiones y mi madre –apasionada por la Botánica– deseaba hacerme conocer ciertos detalles sobre los árboles que allí había y sobre los vegetales en general.
Ingresamos al lugar, en aquella jornada fresca de cielo despejado, que estaba concurrido por cantidad de paseantes: señoras con vestidos cuidados –algunas luciendo sombreros vistosos para protegerse del Sol– y caballeros de traje y corbata. Aunque fuera la informalidad de una tarde dominguera, el estilo no se perdía.
A poco de andar por los senderos, advertí la presencia de un señor quien, sentado en un largo banco de madera, llamaba la atención. Extraños bigotes, cabellos renegridos que salían de entre el sombrero negro de anchas alas que llevaba puesto y sus manos apoyadas delante del cuerpo sobre un bastón que lucía sólido, macizo, a la vez, esbelto y brillante.
No eran pocos quienes se acercaban a aquella persona. Unos limitándose a saludarlo desde la distancia, otros buscando estrechar su mano y también los que deseaban iniciar una conversación. Él, con notable señorío, respondía todos los saludos, conversaba brevemente, sonreía y todo ello sin perder la elegante compostura.
Mi madre me dijo: “Ese es don Alfredo Palacios, un político muy importante… Con inevitable curiosidad de niño, respondí que entonces quería yo también conocerlo. Caminamos hasta donde se encontraba. Él sostenía su mirad sonriente. Recuerdo cual si fuera hoy que le dije “yo quiero saludarlo a usted.”
Don Alfredo extendió su mano y estreché la suya. Como notó que yo miraba mucho su bastón me preguntó si, tal vez, me interesaba usar uno cuando fuera adulto. Todo esto dicho con tal cadencia en la voz que transmitía serenidad y alegría. Alrededor la gente miraba la escena. Muchos sonriendo también.
Llegado a ese punto mi madre decidió que era momento de seguir la recorrida. Volvimos a saludarnos y seguimos camino.Nunca olvidaré aquel momento. Tiempos en que un político discutido y discutidor podía sentarse tranquilo a descansar, una tarde de domingo, en un sitio tan concurrido como el Jardín Botánico.
Una de sus frases más conocidas será siempre aplicable tanto hoy como en el futuro: "La política para mí es una disciplina moral, tiene un contenido ético y si no es una cosa despreciable".
Al morir su único patrimonio estaba constituido por una biblioteca que contaba con 30.000 volúmenes.
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo e historiador. “Masonería en la Argentina: enigma, secreto y política” es su más reciente libro. www.antoniolasheras.com