Anciano y con serios problemas de salud, el General había vuelto definitivamente el 20 de junio de 1973, 23 días antes que el entonces mandatario Héctor Cámpora, y su vicepresidente, Vicente Solano Lima, renunciaran a sus cargos para dejarle a Perón el camino libre hacia la Casa Rosada.

El retorno de Juan Domingo Perón a la Argentina no encontraba al ex presidente derrocado en setiembre de 1955 por la Revolución Libertadora en las mejores de las condiciones para encarar una nueva gestión al frente de la primera magistratura del país.

Anciano y con serios problemas de salud, el General había vuelto definitivamente el 20 de junio de 1973, 23 días antes que el entonces mandatario Héctor Cámpora, y su vicepresidente, Vicente Solano Lima, renunciaran a sus cargos para dejarle a Perón el camino libre hacia la Casa Rosada.

En rigor, más allá de sus deseos de calzarse por tercera vez la banda presidencial, Perón estaba disgustado con el corto gobierno de Cámpora, iniciado el 25 de mayo de aquel año, porque a entender del creador de la doctrina justicialista le había dado mucho espacio al ala izquierda del peronismo.

La dimisión de Cámpora y Solano Lima también arrastró la del presidente provisional del Senado, Alejandro Díaz Bialet, el único habilitado por la Constitución Nacional para asumir el mando en caso de una acefalía semejante. Pero hubo un problema: el senador no era bien visto por Perón y no tardó mucho en aceptar la “sugerencia” de dar un paso al costado.

De ese modo, Perón estaba mucho más cerca de la presidencia aunque hacía falta un recurso administrativo que le permitiera acceder a su tercer mandato. Una posibilidad era que fuera nombrado ministro del Interior, que lo hubiera facultado constitucionalmente para el reemplazo de Cámpora, a lo que se negó rotundamente porque quería ser ungido por tercera vez con el voto popular.

El camino se despejó con un movimiento lógico: la designación del titular de la Cámara de Diputados y tercero en la línea de sucesión presidencial, Raúl Alberto Lastiri, yerno del nefasto secretario privado de Perón y por entonces ministro de Bienestar Social, José López Rega.

Lastiri convocó a elecciones para setiembre y la conformación de la fórmula fue un problema para Perón, que reconocía que tenía una vida limitada y necesitaba un vice que ante la peor de las eventualidades pudiera hacerse cargo del gobierno.

El movimiento peronista impulsaba a la esposa del General, María Estela Martínez, para conformar la fórmula Perón-Perón, la que a la postre ganó la pulseada aun ante la postura adversa del General que más allá de la lealtad, no le veía condiciones a su cónyuge para lo que iba a tener que afrontar.

La fórmula arrasó en los comicios del 23 de setiembre con el 62 por ciento de los votos y no tardó mucho en generarse la situación que el nuevo presidente había presagiado. Su salud declinó y el final de sus días empezaba precipitarse a pasos acelerados.

Balbín, solución

Consciente de esa realidad y ya muy deteriorado, a menos de veinte días de su muerte, Perón pensó que su derrotado en la contienda electoral, el líder radical Ricardo Balbín, podía ser una solución a futuro por lo que instruyó, sin éxito, a que se buscara una martingala que habilitara esa jugada.

De hecho, Perón había evaluado la posibilidad de sumar a Balbín como vice aún antes de los comicios cuando otras fórmulas posibles como con Cámpora, Lastiri, su médico Jorge Taiana y su propia esposa, no lo convencían del todo, por más que supiera que nominar al radical iba a disgustar a las bases peronistas.

Pero López Rega se encargó de eclipsar ese deseo del presidente viejo y enfermo quien en una de las últimas reuniones de gabinete que encabezó hizo participar el titular de la UCR.

Cuentan que por aquellos días cercanos a la muerte del líder justicialista, el impresentable Lopecito afirmaba: “que mal que está Perón que quiere dejar a Balbín en su lugar”. No obstante, aun vencido por los años y con un corazón desvencijado, el General sabía lo que se iba a venir.

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