Romina Atencio es coach y mentora de mujeres y parejas. Para cualquier consulta, comunicarse al correo electrónico [email protected]. Instagram: @diosalmica. YouTube: @rominaatenciocoaching.
Vivimos en tiempos donde el ruido exterior parece multiplicarse. Las pantallas, las rutinas, las exigencias y el ritmo del día a día nos arrastran a una velocidad que no siempre es la nuestra. Sin darnos cuenta, empezamos a actuar en automático. Cumplimos tareas, perseguimos metas, pero sentimos que algo falta.
Ese “algo” es la conexión con el propósito. No un propósito entendido como “logro” o “éxito”, sino como dirección del alma. Esa brújula interna que nos orienta cuando todo lo demás parece confuso.
Napoleón Hill, autor del clásico 'Piense y hágase rico¡, afirmaba que “el punto de partida de todo logro es un propósito definido”. Pero no hablaba de un propósito cualquiera, sino de uno que encendiera la energía interior. Hill observó que las personas sin un propósito claro tienden a dispersarse, a saltar de una idea a otra sin terminar nada, agotando su energía vital en múltiples direcciones.
Y si lo pensamos desde lo energético, tiene sentido: cuando no sabemos hacia dónde va nuestra vida, la energía se fragmenta. Nos cuesta concentrarnos, aparece la insatisfacción, la mente se llena de ruido. Desde la mirada metafísica, esto ocurre porque el alma pierde su centro.
Cuando no estamos alineados con lo que vinimos a expresar, la vida se vuelve un esfuerzo constante. Todo parece costar más.
El propósito no siempre se revela como una gran misión. A veces es algo simple: un deseo genuino de vivir con coherencia, de hacer lo que amamos, de compartir desde el corazón. Es una frecuencia. Una vibración que emite el alma cuando está siendo fiel a sí misma.
Cada persona tiene un propósito distinto, pero todos comparten un hilo común: el deseo profundo de expandirse. Cuando hacemos lo que nos llena de vida, entramos en flujo. La mente se calma, el tiempo se diluye, y sentimos una conexión invisible con algo mayor. Eso no es casualidad. Es el alma diciendo: “Estás en tu camino”.
Pero en el día a día, esa voz interna se pierde entre mil distracciones. La sociedad moderna nos enseña a mirar hacia afuera: la aprobación, el reconocimiento, el resultado. Perseguimos lo que “deberíamos” ser, y olvidamos lo que somos.
Nos desconectamos del propósito cuando dejamos de escucharnos. Cuando decimos que sí a lo que no queremos, cuando sostenemos vínculos que ya no vibran, cuando trabajamos solo para sobrevivir y no para crear. Esa desconexión no sólo agota el cuerpo. Apaga la energía vital.
El alma, cuando no puede expresarse, empieza a manifestarse en forma de malestar: ansiedad, insomnio, falta de motivación, vacío. Y entonces buscamos soluciones afuera: nuevas metas, cambios rápidos, distracciones. Pero nada llena ese hueco, porque el problema no está en lo externo. Está en la falta de alineación con el propósito del alma.
Volver al Ser es regresar a ese espacio interno donde la mente se silencia y la intuición guía. No es una idea romántica: es una práctica diaria. Volver al Ser es tomarte un momento para preguntarte: “¿Esto que estoy haciendo me representa? ¿Estoy viviendo desde lo que amo o desde lo que temo perder?” En esa honestidad empieza la transformación.
Cuando volvemos al SER, dejamos de tomar decisiones desde la carencia y comenzamos a actuar desde la verdad. La vida se simplifica. Las prioridades cambian. Empezamos a soltar lo que no nos pertenece y a atraer naturalmente lo que sí.
Napoleón Hill enseñaba que la mente es un imán. Atrae lo que piensa y siente con mayor intensidad. Por eso insistía en la importancia del propósito definido: porque una mente sin dirección no tiene poder creativo.
Desde lo metafísico, esto se traduce en frecuencia. Cuando tenemos claro hacia dónde queremos ir, el universo comienza a moverse a favor. Pero esa claridad no se logra desde la mente lógica, sino desde la conexión con el SER.
El propósito no se encuentra, se recuerda. Está ahí desde siempre, esperando que callemos el ruido suficiente para escucharlo.
La desconexión con el propósito no pasa inadvertida. El alma nos avisa. A veces lo hace con un cansancio profundo, con la sensación de estar viviendo una vida que no es nuestra. Otras, con crisis, cambios inesperados, relaciones que se desmoronan o proyectos que dejan de fluir. No son castigos, son llamados.
El alma utiliza el malestar como una forma de decirnos: “ya no estás en el camino”. Y cuando atendemos esa señal, algo se ordena. No porque todo se resuelva de inmediato, sino porque recuperamos el timón interno.
Volver al Ser no siempre significa cambiar todo de golpe. A veces es un movimiento sutil: una decisión más consciente, un no dicho a tiempo, un límite sano, un espacio para el silencio. El orden que se produce cuando estamos alineados con el alma es invisible, pero real.
Las sincronicidades aumentan, las oportunidades aparecen, las relaciones se armonizan. No porque haya magia externa, sino porque nuestra energía deja de resistir la vida.
Romina Atencio
Hill decía que “una persona sin propósito es como un barco sin timón”. Desde mi experiencia, una persona desconectada del alma vive igual: a la deriva, dejándose llevar por las olas del entorno. Pero cuando definimos un deseo profundo -no desde el ego, sino desde la verdad interna-, el universo responde. Ese deseo actúa como una frecuencia que organiza todo lo demás.
No se trata de planearlo todo, sino de alinear el sentir con la acción. De crear desde la coherencia.
Volver al propósito no siempre requiere grandes transformaciones. A veces, basta con pequeños actos diarios de conexión:
-Silencio y respiración. Unos minutos al día para estar presente, sin estímulos externos.
-Escritura consciente. Anotar lo que te da energía y lo que te la quita.
-Acción alineada. Hacer cada día una cosa -por pequeña que sea- que te acerque a lo que amás.
-Agradecimiento. Agradecer lo que ya está bien abre la frecuencia de abundancia y claridad.
Estas simples prácticas reordenan la energía. Porque el propósito no se piensa, se vibra.
Vivimos obsesionados con el hacer. Con producir, avanzar, demostrar. Pero el propósito no nace del hacer, sino del Ser. Cuando aprendemos a estar presentes, el propósito emerge solo. No como una obligación, sino como un movimiento natural del alma.
Volver al Ser es recordar que no tenemos que empujar la vida, sólo permitirle expresarse a través nuestro.
El propósito no es una meta externa, es un estado interno de coherencia. Y cada vez que nos alejamos de él, la vida nos lo hace notar. Volver al Ser es regresar al centro, a la fuente de donde todo nace. Es elegir vivir con conciencia, con presencia y con sentido.
Como decía Napoleón Hill, “todo lo que la mente puede concebir y creer, puede alcanzarse”. Pero sólo cuando esa mente está al servicio del alma. Porque cuando nos reencontramos con nuestro propósito, la energía se enciende. Y la vida -que parecía desordenada o sin rumbo- vuelve a fluir.
Si queres volver a conectar con tu propósito, puedo ayudarte. Agendemos una sesión. Te espero. Podes mandarme un WhatsApp para comenzar al +54-9-11-6016-5378. Te espero. Romi.i
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