Un domingo cualquiera, dos matrimonios maduros se replantean sus vidas, sus deseos, su propia felicidad. Nelson Valente vuelve a apostar al costumbrismo tragicómico... y, otra vez, gana.   

Nelly está apoyada sobre la mesada. Habla despacio, pero no para. Encadena un tema con otro. Temas sin aparente trascendencia, como esos chismes que nos cuenta una vecina sobre gente que hace mucho no vemos. O ni siquiera conocemos.

Susana la escucha, mientras se come una manzana. Desde el patio, interviene la voz firme y áspera de Tito, sólo para corregir a Nelly o para putear al perro.

Pasarán unos minutos hasta que llegue Antonio. Antonio y su calma.

Los primeros minutos de El declive son la escena que podría reproducirse cada día en cualquier casa de familia. Amigas sesentonas que se visitan, maridos que acompañan e intervienen, vajilla que se lava, canillas que gotean, sillas que se corren.

Todo transcurre, en esos primeros momentos, en una cotidianidad plácida, plagada de silencios incómodos, esos que hacen reacomodarse en la butaca y lanzar una risita nerviosa. Porque El declive incomoda.

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Nelson Valente (El loco y la camisa) vuelve a estamparnos en la cara que las miserias más profundas pueden soltarse de nuestros cuerpos un día cualquiera, sin un motivo aparente. Su nueva pieza teatral retrata un domingo apacible en la vida de dos matrimonios ya maduros que comienzan a replantearse, nada más y nada menos, sus propias vidas.

El declive habla de la libertad y de la felicidad y, a la vez, las cuestiona. ¿Es acaso la primera un anhelo inalcanzable después de los 60? ¿Y antes? ¿Es la felicidad un entramado ficticio de pequeñísimos instantes incapaces de ser contados con palabras? ¿Hasta cuándo uno puede seguir soñando, deseando? ¿Cuándo es tarde para barajar y dar de nuevo? ¿En qué momento nos resignamos a que la vida sea sólo esto?

Valente nos para frente a un espejo. Alguna escena o apenas un diálogo logrará la empatía, el nudo en la garganta, la sonrisa cómplice de vernos en él. Los personajes nos interpelan. Y los actores que los encarnan (porque no los interpretan, los hacen carne) son indispensables. Cualquier podría decir que, claro, que todos los actores lo son en una obra. Pero que se entienda: estos actores son indispensables en esta obra. No debe haber mayor elogio para un actor que confesarle que nadie hubiese podido desentrañar, caracterizar y (vuelvo a este verbo tan preciso) encarnar un personaje. Pues vaya para ellos este parecer y para el guión tan certero, crudo por momentos, insólito por otros, un aplauso tan extenso como el que se escuchó en la función del sábado.

El declive nació en el Banfield Teatro Ensamble, compañía teatral ícono del conurbano bonaerense. Se puede ver todos los sábados de julio, agosto y septiembre, a las 20.30, en Timbre 4 (México 3554). Este sábado 22, en el Banfield Teatro Ensamble (Larrea 350, Banfield) Dirección, dramaturgia y puesta en escena: Nelson Valente Actores: Enrique Amido, Pachy Molloy, Carlos Rosas y Lide Uranga.

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