La historia de un can que fue rescatado hace una década, cuando estaba muy flaco y enfermo. Ahora, con más de 12 años, se acostumbró a viajar en auto pasea por La Feliz 

MAR DEL PLATA (Enviado especial).- Los consejos de un especialista para saber cómo debemos comportarnos con nuestra mascota a la hora de llevarla de vacaciones, son muy útiles. Pero, al mismo tiempo, resulta muy interesante conocer algún caso que ejemplifique este tipo de experiencias. Y en nuestra recorrida por las playas, nos encontramos con la historia de Tito, un perro callejero que recién a los 12 años y después de una vida singular, tuvo la posibilidad de conocer el mar.

"De hecho -cuenta Cecilia- Tito nunca se había subido a un auto, al menos para hacer un viaje. Y ahora, es increíble ver cómo se adaptó y lo que está disfrutando las vacaciones".

Tito apareció por las calles de un barrio de Florencio Varela allá por marzo de 2009. Estaba muy flaco -se le notaban los huesos-, enfermo y maltrecho por los castigos que había recibido. Fue entonces cuando Francisco -de 9 años- se enterneció con el animal e impulsó a María Laura, su mamá, a intentar salvarle la vida.

Roberto, el abuelo de Francisco, era muy delgado; su apodo familiar era Tito. Al encontrar al perro, entre la madre y el hijo se dijeron "está tan flaco como el abuelo" e, inmediatamente, quedó bautizado con el mismo apelativo. El primer dato curioso que recuerda María Laura, es que a poco de la adopción del perro, falleció el abuelo de Francisco, por lo que los vecinos empezaron a dudar del estado mental de la familia cuando escuchaban que llamaban a Tito…

Pero su adopción no fue tan sencilla. Una vez curado de sus heridas y después de recuperar su peso normal gracias a una buena alimentación, Tito se quedó como custodio del barrio junto a compañero de ruta (más pequeño y de color blanco y negro) al que Francisco bautizó como Renzo, que justamente era un amigo del abuelo.

Una noche, protegiendo al barrio de presencias extrañas, entre Tito y Renzo le ladraron de manera amenazante a una vecina (de ésas que nunca faltan) y ésta, muy enojada, hizo la denuncia a la perrera municipal. Llegó un camión, de alguna manera doparon a los perros, Renzo logró escapar (pero quedó mareado) y Tito fue capturado y llevado tras las rejas.

El pequeño Francisco no tenía consuelo. "Yo estaba trabajando en la escuela -relata María Laura- por lo que le tuve que pedir a mi hermano que fuera a buscarlo a ver si podía hacer algo". En la perrera le dijeron al tío que, si nadie reclamaba al animal lo iban a sacrificar; el perro, desde su encierro, se puso muy contento cuando vio a "uno de los suyos" y el empleado aceptó la fianza que significó esa reacción del animal.

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Por segunda vez, esta familia le salvaba la vida a Tito que, en el viaje de vuelta desde la perrera, se arrojó por la ventanilla del auto en clara muestra del pánico que sentía por el encierro. El tío lo buscó por las calles hasta que lo encontró, le puso una correa y, caminando, lo llevó a lo que fue su nueva casa, ahora de puertas para adentro.

Desde entonces Tito vivió en compañía de Assmann (otro callejero rescatado por el primo Valentino) y, en ocasiones -cuando se llevaba mal con Assmann- con Chirusa, otra rescatada por María Laura. En uno de esos encuentros, Tito y Chirusa se enamoraron y tuvieron cuatro cachorros: Júpiter y Celia fueron regalados, Titán se quedó con su mamá en la casa de Francisco y Lolo (nombre elegido por Morena, la otra prima) se quedó con su papá Tito, en la casa del tío.

Luego Tito fue castrado, dejó de pelear con Assmann pero nunca perdió sus deseos de escapar y salir a dar una vuelta. Sin embargo, nunca se animó a subir a un auto; con pocas pulgas y cara de "no me peguen" (como si hubiera sido muy maltratado en sus primeros meses) tardó en perder la desconfianza.

Hasta que este año, ya con unos 12 de edad, Cecilia (la tía de Francisco) hizo un nuevo intento: le compró la correa especial para ajustarlo en el asiento del auto, y lo llevaron a pasear por el centro de Varela. Protestaba mucho al subir al auto (casi siempre obligado) y se lo veía nervioso en los viajes. Sin embargo, Cecilia tomó la decisión de llevarlo a la costa, teniendo en cuenta que si se quedaba en casa iba a sufrir mucho con la pirotecnia de fin de año, problema que se incrementó con el correr de los años.

Algo alterado, llegó a Lezama sin demasiados problemas pero jadeando mucho, y allí se bajó a estirar las patas. "El veterinario recomendó que no le diéramos pastillas porque, como está grande, le podían hacer mal al corazón". Cuando llegaron a Villa Gesell, se encontró con la abuela Irma y se puso muy contento. La adaptación estaba en marcha.

Después llegó a Mar del Plata. A esa altura el cambio había sido formidable: ya sube y baja solo del auto y disfruta de los viajes. Conoció el mar con sorpresa y no mucho entusiasmo (nunca fue muy amigo del agua) y, en esta ciudad, tuvo su más esperado reencuentro cuando llegó Francisco, que hoy tiene 18 años, y hace una década, le cambió la vida a Tito.

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