Aunque parezca un contrasentido, uno de los aspectos más prominentes de la memoria es el olvido. Es que para los seres humanos, poder olvidar es tan importante como poder recordar. Podemos contar toda nuestra infancia y adolescencia (aun siendo estas etapas en las cuales vivimos aspectos muy importantes de nuestras vidas) en no más de unas horas. Aunque durante ese tiempo hayamos aprendido a hablar, a caminar, a experimentar el cuidado de nuestro padre y nuestra madre, el amor, la tristeza y la amistad, lo olvidamos casi todo.
Algunos olvidos son intencionales, establecidos por sistemas inhibitorios en el cerebro para suprimir memorias. En un estudio de la Universidad de Stanford, se observó a través de neuroimágenes que cuando se pedía a los participantes que activamente suprimieran ciertas memorias, había una gran activación de la corteza prefrontal (la parte más anterior de nuestro cerebro) y una menor activación del hipocampo, estructura con forma de caballito de mar que se aloja en la profundidad de nuestros lóbulos temporales. Estos mecanismos inhibitorios comparten estructuras con los procesos involucrados en la inhibición de los movimientos: por ejemplo, si vemos que una maceta está por caerse del marco de la ventana, tendemos a intentar atraparla, pero podemos inhibir ese movimiento si nos damos cuenta de que la planta es un cactus y nos podemos pinchar.
Pero esto no ocurre con memorias asociadas a emociones intensas. Muchos experimentos han demostrado que las memorias asociadas a una carga emocional intensa logran una mejor consolidación. Esto se debe a que estas emociones disparan cascadas químicas y fisiológicas en nuestro organismo que favorecen la formación de nuevas memorias. Además, el recuerdo de situaciones emocionalmente significativas tiene como finalidad protegernos frente a situaciones amenazantes y buscar eventos placenteros. Por ejemplo, si cuando éramos niños metimos un dedo en un enchufe y tras ello recibimos un shock eléctrico, recordar con miedo esta situación nos protegerá de cometer otra vez el mismo error. De igual modo ocurre con las emociones positivas. Si determinado estímulo, como comer un helado, nos provocó una sensación agradable, cuando pasamos por una heladería evocaremos esa misma sensación agradable con el fin de aumentar la probabilidad de revivirla.
Así, recuerdo y olvido se combinan en función de lo que puede resultar importante. En el sabio provecho del recuerdo en el presente podemos encontrar una de las claves de nuestro futuro.
Facundo Maneses neurólogo y neurocientífico. Presidente de la Fundación INECO.
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