Desde hace ocho años, cuando llega Semana Santa, Angel Domínguez viaja a varias escuelas del Chaco con un camión repleto de alimentos, ropa y otros elementos para ayudar a chicos de zonas donde la pobreza es la moneda corriente.

Todos los años, cuando llega Semana Santa, los chicos de ocho escuelas de zonas muy desprotegidas del Chaco tienen un motivo para esbozar al menos una sonrisa que matice su lucha por una vida mejor. Y es que reciben la visita de los Peregrinos Solidarios con sus camiones repletos de juguetes, ropa, alimentos, libros, útiles para la escuela y muchos otros elementos que resultan un remanso para sus corazones acostumbrados a tanta precariedad y sufrimiento.

¿Quiénes son los Peregrinos Solidarios?

No se trata de una entidad sino de un grupo de vecinos del sur bonaerense, más exactamente de Temperley y aledaños, que desde hace siete años ocupan buena parte del año en juntar todo tipo de elementos, acudiendo a la buena voluntad y ayuda de la gente de la zona y de algunas empresas y comercios, para estar presentes en ocho escuelas rurales de distintas ciudades y poblados chaqueños.

Al comando de esta aventura solidaria se encuentra Ángel Domínguez, un empleado de comercio de 45 años, con un hijo de 21 años, Lucas, y que junto a su mujer un día sintió la necesidad de hacer algo más por la gente que pasa por carencias a todo nivel.

Hincha fanático de Temperley, Ángel es vendedor en una empresa de elaboración de pollos, y también trabajó casi 20 años como repositor en un super de la zona. Pero además, con su familia, no han dejado de estar presentes, desde hace 33 años, en las peregrinaciones a Luján, ya que son devotos creyentes de la Virgen.

Ángel nos comenta que “asistir a Luján es importante, pero en determinado momento sentí que quería involucrarme un poco más en alguna acción de ayuda, porque creo que hay que poner en práctica lo que uno dice, y marca que su disparador fue enterarse que la cantante Patricia Sosa había estado en las zonas de Chaco y Formosa haciendo tareas de solidaridad en zonas muy pobres”.

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De a poco Ángel se puso a investigar. “Busqué datos por internet, y lugares posibles para empezar. Justo un compañero de trabajo me comentó que tenía ganas de hacer algo similar, y como él es del Chaco y sus sobrinas van a una escuela rural, quedamos en iniciar juntos algunos contactos para ver dónde y cuáles eran las necesidades”.

Ángel relata que “así, hablé con el director de la Escuela 644 de Villa Berthet, y le pedí que nos enviaran una carta contando sus necesidades. Al toque nos conectamos con otras dos de esa localidad, y en total, reunían a 80 chicos. Nos pareció un buen inicio pero faltaba encontrar un lugar para recolectar los elementos a llevar”.

Cuenta que “en el barrio de Villa Sastre nos prestaron un lugar que tenía la sociedad de fomento local. Se fue sumando gente, y el presidente del club nos pagó el primer viaje, que fue en 2011 para Semana Santa”.

Así, Ángel y un grupo de voluntarios y amigos cargaron en un camión alimentos, colchones, libros, bicicletas, guardapolvos, y otros elementos. En medio de un clima caluroso y húmedo, como usualmente sucede en el Chaco, llegaron a las escuelas, y recuerda que “cuando todos vieron la transparencia de nuestra actitud se fueron enganchando, y algunos pobladores aportaron algunas cosas más”.

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Villa Berthet es un pueblo cercano a la ciudad de Villa Angela, pero cerca de allí está Samuhú, donde los Peregrinos conocieron un par de escuelas más. Hubo pedidos varios, entre ellos, la necesidad de cocinas para los chicos, ya que no las había. Cuenta Ángel que “en una escuela de La Tigra, otra localidad vecina, las mamás cocinaban debajo de un árbol, y eso nos pegó mucho”.

Calzado, remedios, ropa y colchones

Según cuenta Ángel, los pedidos más usuales son de calzado, ropa, cochecitos para bebés, colchones y útiles de escuela, agrega que “hay zonas donde la situación es más complicada por la falta de luz” y destaca que “entre los problemas más graves para los habitantes de esa zona están la desnutrición y la tuberculosis”.

Sobre el trato con miembros de tribus originarias, Ángel relata que “al principio nos miraban con desconfianza, y es lógico, venimos de afuera, luego se van largando un poco más.

El tema pasa también por el idioma, ya que los wichis hablan mucho en su dialecto, en cambio los mocovíes hablan más castellano”. Ángel remarca que “en 2017 llevamos muchos remedios para la salita. Hay que ver que una quebradura o algo grave no se puede hacer ahí, hay que ir a Sáenz Peña o a Resistencia” y recuerda que “un año que fuimos el río desbordó, estuvimos diez días varados, allí una víbora picó a un nene y lo tuvieron que llevar en helicóptero a curarlo” y completa señalando que “a veces llevamos cosas que deberían ser básicas como cajas de guantes, Pervinox o pañales”.

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Ayuda para más de 400 chicos y sus familias

Ángel señala con orgullo que “hoy tenemos ocho escuelas a las que asistimos todos los años en Semana Santa, ayudando a más de 400 chicos, y a sus familias. Desde 2014 se agregaron dos más en El Sausalito, en la zona de El Impenetrable, de muy difícil acceso. El año pasado se agregaron la escuela de La Invernada, y la de Tres Pozos, donde asisten niños de la comunidad wichi”.

Explica que “las necesidades cada vez crecen más, ya que nos piden heladeras, cocinas, camas, colchones y cochecitos para bebé, y si bien siempre logramos interesar a vecinos y amigos, en esencia somos mi esposa y yo quienes encabezamos la movida”. Así, durante los primeros meses del año, el galpón de la calle Juramento al 2300 en Temperley se convierte en un gran reservorio de todo lo que pueda ser útil para la ayuda. Allí se acumulan cajas, aparatos, alimentos no perecederos, ropa de todo tipo, útiles escolares, calzado, libros, algunas bicicletas y muchos elementos más.

“Para cubrir los costos del viaje- acota- vendemos rifas, y comprometemos hasta a los directores de las escuelas de la zona. Para este último viaje sorteamos un TV smart, un lechón y un celular, y si aún no alcanza vendemos empanadas a los vecinos”.

Hace un par de semanas, los Peregrinos realizaron su octavo viaje, y se quedaron casi dos semanas, el tiempo necesario para distribuir lo recolectado. Cuenta Ángel que “para ellos es una alegría vernos, y nunca falta alguien que organiza alguna reunión o una comida para agasajarnos”.

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