Donald Trump postuló a Mauricio Claver Carone para dirigir el Banco Interamericano de Desarrollo, quebrando una costumbre de décadas de conducciones latinoamericanas. Así, el republicano apuesta su ficha doble: ganar adeptos en estados claves de cara a las elecciones y condicionar el creciendo de China en la región

América Latina es el actual epicentro de la pandemia de Coronavirus, especialmente por Brasil, que multiplica los contagios cada día y añade cifras a una nómina que ya superó los 50.000 muertos, pero también por México y Perú, que le siguen a la saga, aún por debajo de Estados Unidos pero ya superando los registros que evidenciaron varias naciones europeas en sus respectivos picos de la enfermedad. Por eso, frente a ese panorama, las consecuencias de la crisis económica derivada son mayúsculas y la incógnita es total para saber cómo resolverla en el mediano plazo, pues requerirá una maniobra mancomunada, en sintonía con la que hoy se debate en el Viejo Continente.

Así es como toma relevancia un actor que generalmente se posa en un segundo plano, pero que, en medio de la hecatombe, salta al centro de la escena. Se trata del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el mayor ente de la región dedicado a la administración de fondos que sirven para generar créditos en pos de ayudas en diferentes rubros, entre los que se destaca la salud.

¿Por qué su trascendencia en este presente convulsionado? Se establecerá como uno de los ejes para solventar a los países que requieran financiamientos para recuperarse, una vez superada la pandemia.

Pero, más allá de los estrictamente burocrático, el contexto sumerge a la estructura en una pulsada que evidenciará a la zona como un tablero dentro del juego internacional de las potencias, más aún con el devenir de EEUU, que está próximo a definir a su presidente para los cuatro años siguientes.

Justamente fue Washington el que movió el avispero esta semana con una maniobra que rompió con una lógica de antaño. ¿Qué ocurrió? De cara a la designación del nuevo mandatario de la organización, pautada para septiembre luego de su postergación de marzo por la emergencia sanitaria, dispuso a un candidato propio, algo que, de forma tácita, estaba vedado, pues siempre el ejecutivo de ese bloque estuvo en manos de un funcionario latinoamericano.

Así, con la opción de Mauricio Claver Carone, quebró una costumbre que venía sosteniéndose desde 1959, año de la fundación, ya que previamente quienes tomaron el cargo fueron el chileno Felipe Herrera, el mexicano Antonio Ortiz Mena, el uruguayo Enrique Iglesias y el colombiano Luis Alberto Moreno, que deja el rol tras 15 años, en tres ciclos de un lustro.

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Por lo pronto, la apuesta deberá revalidarse en septiembre, pero ya trastocó los planes iniciales, a tal magnitud que provocó que muchos países que tenían sus propios candidatos, bajaran el nombre y trasladasen el apoyo al elegido por Donald Trump, especialmente aquellos con mayor afinidad, tanto histórica (Colombia, en la voz de Iván Duque) como presente (Brasil, con Jair Bolsonaro a la cabeza).

Ahora bien, ¿Por qué la jugada desde la Casa Blanca? Entre los argumentos hay dos básicos, uno relativo a lo coyuntural en el plano interno y otro más estructural en la faceta externa.

Aquel ítem se evidencia con el objetivo claro de la votación de noviembre, en la que el actual presidente buscará la reelección en la contienda con el demócrata Joe Biden. Es que, de momento, y con el lastre de la pandemia que todavía no tiene miras de menguar, los números en las encuestas le están siendo esquivos al neoyorquino, y apela a alternativas para consolidar su mensaje elemental en estás herramientas continentales. ¿Cuál? Claver Carone, de familia cubana, es un ferviente anticastrista y, en paralelo, antichavista, que desde su posición vigente como jefe del Consejo de Seguridad Nacional para América Latina de EEUU, fue pilar clave en las maniobras dispuestas para intentar sacar de la presidencia de Venezuela a Nicolás Maduro, por ejemplo, con el guiño, en su momento, a Juan Guaidó para que se proclamara mandatario de la Asamblea Nacional en Caracas. Es decir, es un hombre fuerte que propicia el respaldo de adeptos tanto en las filas de cubanos y venezolanos en Florida, un estado pendular en el que Trump ganó por apenas un 1 por ciento de diferencia en 2016 a Hillary Clinton y que lo catapultó al salón Oval; instancia que confía en emular cuatro años después.

En tanto, la otra meta estadounidense con su involucramiento en el BID radica en el conflicto de mayor aliento: la guerra comercial con China. Pekín ya tiene vínculos con el continente en diferentes ramas, pero el mundo post Coronavirus promete acentuar esa tendencia, como ya ocurre en mayor medida en África e incluso se insinúa, en menor grado, en Europa. Y eso es lo que busca evitar Washington, apelando a su peso específico y jugando la ficha de la estructura supranacional, marcándole la cancha a su rival asiático.

En el medio, por lo pronto, está de por sí América Latina, que sufre los avatares de la pandemia y avizora un drama financiero de envergadura, con la necesidad del plafón que pueda estipular el BID. Pero no se vislumbra sencillo el trámite, porque, a diferencia de Europa, donde tampoco parece fácil un salvataje rápido a las economías en crisis pero que está encaminado, de este lado del océano Atlántico se certifica un presente más complejo, con las deficiencias endémicas existentes, que corroboran a la zona como la más desigual del planeta, con la pobreza que eso conlleva.

Entonces, pese a la retórica resaltada por EEUU, y más allá de las proyecciones teóricas de una especie de Plan Marshall, similar a aquel que rescató a Europa tras la Segunda Guerra Mundial bajo la órbita estadounidense para romper cualquier vínculo con la Unión Soviética, en este caso la maniobra para quitar a China de su "patio trasero" resulta improbable, porque implica una inversión exorbitante que difícilmente esté dispuesto a hacer, y más aún, porque el escenario no parece estar unificado entre los líderes de la region pues, para colmo, este tipo de movimientos desde el norte generan más cruces entre los protagonistas, volviendo al ruedo ese cisma discursivo entre gobiernos más tendientes a izquierda o derecha de la palestra ideológica.

Igual, a la espera de ese duelo entre las potencias, primero habrá que observar qué ocurre con el calendario en el corto plazo: es factible la llegada al Banco Interamericano de Desarrollo de Claver Carone en septiembre, pero es una incógnita, cada vez más grande, qué deparará el destino de la Casa Blanca dos meses después. Y eso, siga Trump al frente o lo reemplace Biden, puede modificar el futuro de América Latina y su necesaria reconstrucción.

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