La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, sorprendió este jueves al anunciar su renuncia al cargo, después de haber sido una de las apariciones políticas más promisorias, incluso fuera de las fronteras de su país, tras haber asumido en 2017 como la más joven en ese cargo en el mundo, con 37 años.
"Para mí ya es hora, ya no tengo energía para otros cuatro años", dijo Ardern, en una reunión con dirigentes de su Partido Laborista. La política, ahora de 42 años, que se destacó por el manejo de tres crisis sucesivas -una masacre a manos de un supremacista blanco, la explosión de un volcán y la pandemia de Covid-, dijo que estos intensos cinco años y medio en el poder fueron "los más gratificantes" de su vida política.
Su renuncia tendrá vigencia como mucho a partir del 7 de febrero y la bancada laborista deberá elegir un nuevo líder en los próximos tres días; la premier señaló que no tiene un motivo oculto para dimitir, sino que quiere dedicarse a su hija, nacida poco después de que asumiera el cargo, y casarse con su novio.
"No me voy porque crea que no podemos ganar la próxima elección, sino porque creo que podemos y lo haremos", afirmó, y señaló que seguirá como parlamentaria hasta esos comicios, convocados para el 14 de octubre. "Soy humana, damos todo lo que podemos hasta que llega la hora, y para mí llegó la hora", indicó.
"Me voy porque con un trabajo tan privilegiado hay una gran responsabilidad, la responsabilidad de saber cuándo sos la persona indicada para liderar y cuándo no", sostuvo.
Dotada de una personalidad que le permitió mostrar fortaleza sin perder la serenidad, supo conciliar la función con el hecho de ser la jefa de Gobierno más joven del mundo y la segunda en dar a luz durante su mandato, etapa en la que se la pudo ver en la Asamblea General de la ONU con su hija en brazos antes de dar su discurso.
Ardern, quien se define a sí misma como socialdemócrata, progresista, republicana y feminista, se convirtió en primera ministra gracias a un acuerdo de coalición con el Partido Verde y el partido Nueva Zelanda Primero.
Su primer desafío lo tuvo en marzo de 2019, cuando un supremacista blanco australiano abrió fuego en dos mezquitas de la ciudad sureña de Christchurch matando a 51 fieles musulmanes, en el peor atentado de la historia del país.
Otro de los momentos trágicos que le tocó administrar fue la erupción del volcán Whakaari, en 2019, que dejó 22 muertos entre trabajadores y turistas, donde otra vez expuso sus dotes de líder empática con los familiares de las víctimas y con los rescatistas.
Su gestión de la pandemia de coronavirus, considerada exitosa en todo el mundo, supuso medidas de cierre y bloqueos que rápidamente cortaron el número de muertos e infectados. Sin embargo también fue su talón de Aquiles, cuando la oposición empezó a cuestionar esas medidas estrictas que se extendieron por muchos meses.
El apoyo que tuvo en ese primer momento comenzó a caer cuando mientras muchos países levantaban las restricciones, Ardern decidió prolongar los bloqueos a ciudades y aeropuertos para mantener el virus controlado, lo que desató protestas en todo el país.
Sin embargo, posiblemente haya sido la crisis económica que está atravesando hoy Nueva Zelanda -con una inflación del 7,2%, suba del tipo de interés y el aumento del precio de los combustibles-, lo que más influyó en la caída de la popularidad de Ardern y del Partido Laborista.