La escena se repetía siempre. Como un rito necesario, como un sello indeleble. Alberto Olmedo, en el rol del Manosanta, palpaba las curvas de una joven voluptuosa e inocente. En el camino le decía alguna obscenidad, le regalaba una sonrisa picarona a la cámara, se agachaba hasta la cintura de su partenaire y ahí se quedaba un rato. Sonreía de nuevo y masajeaba las piernas de La Nena, que buscaba soluciones y consuelo en un falso curandero que impostaba su origen brasileño. “Vocé está cargada”, le decían. Ella aprobaba el diagnóstico fingiendo no estar convencida y, entre promesas de una vida feliz, se entregaba mansamente al manoseo.
“Obviamente hoy no podríamos hacer ese sketch –afirma Adriana Brodsky, La Nena, en conversación telefónica con POPULAR-. Los tiempos van cambiando y tenemos la necesidad de elevarnos como individuos. En aquellos tiempos no se pensaba como se piensa hoy, y es evidente que en algunas cosas hemos evolucionado. Vos pensá que esto fue hace más de 30 años. Es como la prehistoria, mi amor…”.
La conclusión de "La Bebota", una de las más célebres “chicas Olmedo”, parece dejarlo claro: hay un humor que el inolvidable "Negro" hoy no podría hacer. Hay más barreras para pensar en una tribuna televisiva que se ría ruidosamente mientras una mujer es toqueteada en cámara por un hombre bajo una desigual relación de poder. Y la muerte del comediante dejó la postal del esplendor a flor de piel. Olmedo se fue como un ídolo popular impoluto. Partió en los días dorados de su popularidad. No tuvo baches artísticos, nunca se lo vio fuera de línea en su obra. Tampoco nadie lo fue a despedir a la cama de un hospital: el "Negro" se apagó de repente y se llevó lo mejor. Acaso parece haber sido su único –e irremediable- desliz.
En ese escenario, la ausencia, todo lo que Olmedo dejó de ser y hacer con su muerte, dispara una pregunta: ¿es posible cuestionar su humor con la lente del presente? ¿Cuándo se hubiera extinguido el Manosanta? ¿Hasta dónde hubiera sido posible sostener a El Psicoanalista, que le pegaba al personaje de su esposa (Silvia Pérez) y luego escuchaba las intimidades de su sensual paciente, Susana Traverso, mientras simulaba colocarse una bolsa de hielo seco por encima del pene? ¿Qué recepción tendría hoy aquella escena en que “La Negra” Susana Romero, incontenible, se le tiraba encima a Rogelio Roldán y lo besaba y tocaba contra su voluntad?
“La naturaleza del humor es incomodar –sostiene Axel Kuschevatzky-. El humor es un arma de reflexión, aunque parte del humor mismo hace que eso no se vea. Si el humor no incomoda, pierde su concepto y su sentido. Y eso era lo que hacía el Negro: incomodaba”.
Ganador del Oscar como productor asociado de El Secreto de sus ojos, cerebro de tiras como Casados con Hijos -donde había una marcada intención de destacar las curvas y la inocencia del personaje de Luisana Lopilato-, Kuschevatzky continúa el análisis: “¿Había cosificación en el Manosanta? Había. ¿Estaba mal? Claro que estaba mal. Pero ahora es fácil decirlo… En aquel momento, Olmedo cumplía con su rol de incomodar. Y era brillante en eso... ¿De qué otra cosa hablaba un personaje como Rogelio Roldán, sino del acoso laboral? Había un cuestionamiento del status quo incluso en el Manosanta. Y Olmedo siempre se rió de cierta mística ridícula que impera en los medios de comunicación”.
En épocas en que varias estrellas de la televisión y el cine nacional e internacional se ven involucradas en denuncias de abuso, Adriana Brodsky cuenta que “jamás me sentí toqueteada por Olmedo" y que "él siempre me respetó muchísimo”. Y agrega: “Quizás he tenido problemas con otros. Famosos, no famosos. Poderosos, no poderosos… –prefiere guardarse los nombres-. Pero jamás con él. Al contrario, yo lo buscaba, le hacía cosquillas, lo abrazaba... Era un señor. Y mirá que eran varias las que querían estar con el Negro en esa época, eh. Van a seguir pasando los años y siempre voy a estar agradecida de haber trabajado con él. No habrá otro igual”.