El 6-1 que le regaló en bandeja España a Argentina empuja al entrenador Jorge Sampaoli a encontrar respuestas y resoluciones inmediatas en vísperas del Mundial. La Selección volvíó a expresar que cuando no tiene la pelota puede estar al borde del suicidio futbolístico. La circulación y la contundencia de España la terminó exponiendo de manera brutal. La nueva  ausencia de Messi, un líder que está más afuera que adentro de la cancha.      

Verlo a Messi en un palco junto a Lanzini mirando con su habitual inexpresividad el baile infernal que se comió Argentina frente a España, fue realmente tristísimo. Ver al líder sobreactuado de la Selección (no tiene pasta ni sustancia de líder) otra vez afuera de un partido por una fatiga muscular, mientras sus compañeros se bancaban el toqueteo y los goles en cadena de su rival, nos pusieron de frente a algunas preguntas inevitables: ¿de qué se cuidó Messi? ¿Se iba a romper si jugaba ante España? Si jugaba contra España, ¿después no podría actuar para el Barcelona? ¿O el Barcelona termina imponiendo condiciones taxativas en el ámbito de la Selección?

Es cierto que Messi no iba a poder salvar a la Selección del naufragio. Pero de un capitán siempre se espera algo más. Aunque ese capitán no esté entero. Aunque acuse molestias y dolores. Como tuvieron otros en otros tiempos. Ni hace falta decir quién o quiénes. Especialmente uno en particular: Maradona.

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Messi decidió una vez más no jugar porque según los comentarios y trascendidos no estaba diez puntos. Y quedó afuera del papelón histórico que afrontaron varios jugadores casi sin experiencia internacional. Si la goleada recibida servirá para algo en particular nadie lo sabe. Su técnico Jorge Sampaoli, tampoco. Nadie en el fútbol puede anticipar nada. Ni aquellos que se enamoran de todas las plataformas tecnológicas existentes. El fútbol siempre corrió y correrá por otros escenarios, por otros lugares, por otros misterios.

Sampaoli ya había anunciado que antes de Rusia 2018 no quería medirse con España. Ni con Brasil. Ni con Alemania. Ni con Francia. Selecciones con funcionamiento. Temía que ocurriera lo que finalmente ocurrió. Después del 2-0 a Italia, sosteníamos que el gran problema de la Selección era cuando le quitaban la pelota. Ya lo había sufrido en la derrota por 4-2 del 14 de noviembre del año pasado frente a Nigeria. E incluso en la victoria ante Italia, cuando durante 20 minutos del segundo tiempo, le robaron la pelota. Y casi le roban el partido, convirtiendo a Caballero (de pésima labor con España) en una figura destacada.

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En Madrid, España expuso a Argentina. Y la expuso en su fragilidad estructural: ¿qué hace el equipo cuando no encuentra la pelota, cuando se la sacan, cuando la tiene que recuperar, cuando precisa orden para volver a conquistarla? La respuesta fue el 6-1. No sabe que es lo que tiene que hacer. Decíamos después del 2-0 a Italia, que sin la pelota la Selección se parte, se quiebra, se atomiza, se fragmenta y se confunde.

Si el rival es flojito como lo fue Italia, quizás las consecuencias no son graves. Y de hecho no lo fueron. Si en cambio el rival es España, ya fortalecido y convencido en la idea y en la ejecución de su idea, los efectos pueden ser demoledores.

Y lo fueron. Argentina con la pelota tuvo momentos en la primera etapa que comprometió defensivamente a España. Claro que Higuaín con la camiseta de la Selección es un corso a contramano. Desaprovecha todo. Como la pelota de gol que desaprovechó a pasos del arco después de un formidable centro de Meza casi en el arranque del partido. La pifió y la mandó arriba, así como otras intervenciones siempre fallidas y desalentadoras. Ese Higuaín, torpe hasta la exasperación que Sampaoli reivindicó después de la victoria a Italia, asoma nuevamente como un ciclo cumplido, más allá de sus repetidas y aburridas justificaciones. Igual que Mascherano. Otro ciclo cumplido. ¿O seguirán hasta que ardan las velas?

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La cuenta de España se cerró en seis goles. Pudieron ser algunos menos o algunos más. No es demasiado significativo. Lo más importante es que aquella leve mejoría que había experimentado Argentina hace unos días en Manchester, se estrelló de una manera impiadosa. Porque estas producciones atadas a estos resultados infrecuentes suelen desatar tembladerales ocasionados por los miedos. Miedos que en el fútbol siempre están muy presentes. Y más en la inminencia de un Mundial.

La realidad es que la Selección volvió a ser una hoja en la tormenta. Este nivel de vulnerabilidad tiene costos emocionales que no pueden subestimarse. Porque pulverizan la autoestima. Porque bajan las defensas. Porque promueven dudas generalizadas. Porque Sampaoli, seguramente, también debe estar sujeto a todas las dudas. Y debe preguntarse lo que cualquiera se preguntaría en estas circunstancias de alta complejidad: ¿qué hago? Esta pregunta de tono existencial es la madre de todas las preguntas. Encontrar las mejores respuestas es otra historia.

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Y hay que regresar necesariamente a Messi. Al jugador que viene faltando demasiado en la Selección por una cosa o por otra. Pero la verdad es que se ausenta más de lo que juega. Un líder tiene que estar casi siempre. Aunque físicamente pueda dar alguna ventaja. Son las obligaciones naturales de un líder. Messi vio la goleada desde un palco. La comunidad del Barcelona lo habrá observado con gran satisfacción. Ahora lo tienen para ellos.

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