Así, casi como al pasar, el ídolo xeneize ya desplazado de la titularidad, supo resumir en un puñado de palabras lo que tiene y ofrece el equipo de Gustavo Alfaro como fundamento futbolístico prioritario.

Palabras y definiciones de Carlos Tevez después del reciente 2-0 de Boca sobre San Lorenzo: “Somos un equipo molesto. Trabajamos cada pelota como si fuera la última. No es un fútbol vistoso, pero a los contrarios se les hace muy difícil”.

El razonamiento de Tevez, ya naturalizando ser un habitante permanente del banco de suplentes (“Si estaría en otro club no me bancaba esta situación”, explicó), quizás simplifica de manera rotunda el modelo de fútbol que viene aplicando Boca desde la llegada del entrenador Gustavo Alfaro en enero de este año.

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Lo que sin rodeos hay que reconocerle a Alfaro es su notable coherencia futbolística. El hombre de 58 años no hace distinciones de ninguna naturaleza. No acomoda sus formas e ideales al equipo que conduce. Hace lo mismo en Boca en términos tácticos y estratégicos que lo que hizo en Olimpo, Arsenal y Huracán (por citar solo a tres de los clubes que dirigió), más allá de los jugadores y la logística que dispone.

Es el libreto original de Alfaro. Es la idea medular de Alfaro. Una idea que por otra parte siempre lo acompañó desde que se lanzó en 1992 a proyectarse como técnico teniendo su bautismo en Atlético Rafaela. Pedirle a esta altura que cambie, que modifique su interpretación del juego o que incorpore otros perfiles más audaces o ambiciosos sería exigirle que renuncie o resigne sus convicciones futbolísticas.

Y Alfaro nunca resignó ni renunció a esos conceptos que, en definitiva, lo llevaron después de una prolongada trayectoria a ser el entrenador de Boca. Claro que esto no significa que en virtud de su coherencia ideológica haya que elogiar todo lo que desarrolla y elabora. Esta es otra historia.

La claridad de Tevez para revelar la postura colectiva de Boca fue demoledora: “Somos un equipo molesto”, aseveró casi a modo de síntesis. Parecen ser pocos contenidos para Boca. Ser “molesto” es pensar más en los rivales que en la propia potencialidad. Es jugar en función del adversario. Es molestarlo, incomodarlo, fastidiarlo, complicarlo, cerrarle los caminos y neutralizarlo para recién después coordinar un relato ofensivo más o menos efectivo.

Así jugó Boca ante River en el aburrido 0-0 del 1º de septiembre en el Monumental. Y así, sin grandes variantes conceptuales, volvió a jugar Boca en la victoria por 2-0 que conquistó el pasado sábado frente a San Lorenzo.

Fútbol con la regla de cálculo debajo del brazo. Fútbol con una clara orientación especulativa y conservadora. Fútbol de un equipo que no se siente convencido de ir al frente y que prefiere esperar con una paciencia infinita la posibilidad de sorprender con una pelota parada o de contraataque, ofreciendo muy poco para quedarse finalmente con todo.

Por eso aquellas observaciones certeras de Tevez tal vez hayan sido una radiografía perfecta que contiene el ADN de este Boca ultrapragmático que Alfaro reivindica y que amplios sectores del ambiente del fútbol argentino ponderan siempre y cuando lo habiliten y legitimen los resultados favorables.

Si esos resultados el día de mañana se dan vuelta, en especial en las semifinales ya inminentes de la Copa Libertadores frente a River, esos mismos sectores tan comprensivos, elogiosos e indulgentes con los planteos timoratos de Boca, serán los primeros en criticar con dureza descalificatoria y extrema a los responsables del cuerpo técnico. Y Alfaro será demonizado como un profesional capturado por el miedo. O por “el cagazo”, como suele sentenciar sin elegancias el Loco Gatti.

Mientras las buena señales estadísticas caminen a la par de Boca, todo será maravilloso y superador. Pero cualquiera puede advertir que lo de Boca en la lógica irrefutable del juego, no es maravilloso ni superador. Lo dice Tevez sin rebusques dialécticos. Dice lo que ve. Que es lo que transmite Boca. Lo que da. Lo que propone. Y lo que quiere, cuando interpreta que del otro lado del mostrador tiene a un equipo que en el mano a mano puede crearle problemas.

Es habitual que en la atmósfera envenenada del exitismo (una epidemia muy extendida en las sociedades contemporáneas), al triunfo se le pretenda encontrar virtudes ocultas. O calidades muy dignas de mencionarse. O recursos tácticos extraordinarios para someter iniciativas ajenas.

Es cierto que Boca ganó en solidez defensiva porque Alfaro es un especialista en armar dispositivos que se enfocan en la protección. Pero no habría que olvidarse que una de las grandes figuras de Boca es su arquero Esteban Andrada, decisivo frente a San Lorenzo. Y también decisivo en otros partidos. Lo que indica que Boca está muy lejos de ser una roca en el fondo.

La alta eficacia que muestra Boca se basa en esos argumentos: el brillante momento por el que atraviesa Andrada (hace fácil lo difícil), cierta fortaleza para defender los espacios y una búsqueda del instante oportuno para agredir a campo abierto.

Esa búsqueda es siempre muy selectiva. Si Boca conserva el cero en su arco como lo viene acreditando, se va animando (en especial en los últimos 20 o 25 minutos de los partidos) a levantar levemente el pie del freno y salir a imponer alguna condición.

Estas partidas de ajedrez que diseña Alfaro, fiel a su doctrina de entrenador muy cauteloso, por ahora, coinciden con sus propósitos. Boca gana. No juega bien, pero gana. Y es meritorio ganar en tiempos donde son muy pocos los que ganan.

Claro que a esta religión inclaudicable de Alfaro le falta todavía una escala crucial: son los cruces determinantes contra River. Allí, en ese escenario de ida y vuelta se verá la auténtica dimensión que adquirió Boca

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