Tan mala fue la experiencia 2019-2023 que hizo que más de la mitad apostara por el león pese a su inexperiencia política y de gestión estatal, opina el consultor político Carlos Fara.
Esta elección presidencial era de cambio y eso lo sabíamos hace por lo menos 2 años cuando el gobierno perdió el comicio legislativo de medio término. Esa era la certeza y la duda era qué opositor se llevaba los laureles. Pero al convertirse en un balotaje entre un outsider muy particular (Javier Milei) y el representante del statu quo (Sergio Massa), todo lo previsible se volvió incertidumbre.
Ya fue casi una hazaña que Sergio Tomás Copperfield haya logrado ganar la general y llegar competitivo hasta el final. El ministro-candidato pierde, pero hizo una elección mucho mejor de lo esperado, cuando al inicio de la carrera se debatía sobre si entraba al balotaje. Eso lo convierte en un perdedor digno. Un candidato no gana una elección porque quiere, sino porque puede. Esto es, las variables macro del ciclo histórico son las que definen lo que sucederá al final del camino, más allá de la intención de voto coyuntural.
Los desastres del gobierno de Alberto fueron demasiado grandes como para que dar vuelta una inercia potente, lo cual se agravó con la aceleración inflacionaria de este año. En función de eso, Massa maximizó las posibilidades, lo cual es un gran mérito, pero no logró cambiar la historia.
Como lo marcamos hace mucho tiempo, esta iba a ser la elección del menos malo, siguiendo lo que ocurre en la política contemporánea en otras partes del planeta. Aquí nomás tenemos los ejemplos de Brasil, Chile, Perú o EE.UU. ¿Podía más la imprevisión de Milei o el tren fantasma detrás de Massa? Tan mala fue la experiencia 2019-2023 que hizo que más de la mitad apostara por el león pese a su inexperiencia política y de gestión estatal. Para que después nadie diga que los argentinos y argentinas son “conservadores”: ayer decidieron correr un riesgo grande.
Argentina inicia así una nueva era, ya que el peronismo no pierde contra un par del sistema político, sino contra una incógnita. Repasemos los últimos 40 años: Alfonsín, Menem, De la Rúa, los Kirchner, Macri y Alberto, fueron todos hombres y mujeres del statu quo. Nunca hubo lugar para outsiders. En todo caso, el último outsider fue el propio Perón en 1946.
Plan platita, estructura territorial, más recursos del Estado, promesas por doquier, toda la gestión a pleno jugando, el silencio de Alberto y Cristina, la estrategia del miedo, los gobernadores e intendentes propios, la expectativa de mayor gobernabilidad, la potencia parlamentaria, el apoyo disimulado de varias embajadas extranjeras (empezando por “la embajada”), la preocupación del establishment económico, un campaña muy profesional y un candidato que dejó la vida no pudieron contra un economista disruptivo, un entorno pequeño y endogámico, una campaña mucho más austera, apoyado por el Emir de Cumelén y su séquito.
Cuando la gente quiere dar un mensaje, va y vota. Hubo un nivel de participación más que aceptable. Buen reflejo de la salud democrática después de 40 años, pese al desastre económico y social.
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