Venía sosteniéndose Boca en algunas individualidades y en resultados favorables. Pero el equipo nunca terminó encontrando un estilo y un perfil futbolístico. Esas deudas se revelaron en plenitud ante River. Evidencias de vieja data.

Después de la nueva caída ante River en La Bombonera, las críticas a Guillermo Barros Schelotto se multiplicaron de manera abrumadora. En realidad, las críticas siempre parecen enfocarse más en las derrotas que en los rendimientos, producto del facilismo interpretativo.

Es la derrota que provoca las reacciones más duras, más filosas, más potentes. Incluso las que provienen del Patrón Bermúdez, responsabilizando a Guillermo del “carácter” ausente del equipo y de las excusas esgrimidas por el técnico para explicar la victoria de River.

La verdad inocultable es que a Boca lo viene persiguiendo desde hace demasiado tiempo algo esencial que no tiene: funcionamiento. Es cierto, se consagró bicampeón del fútbol argentino, pero esas conquistas no llegaron acompañadas por un contenido futbolístico destacado. Salvo ráfagas o algunos partidos, Boca no tuvo el relieve suficiente para despejar todas las dudas instaladas.

Porque las dudas siempre se manifestaron. Aún en el triunfo. Y aun protagonizando los dos últimos campeonatos y sacando una ventaja muy apreciable con sus perseguidores. Por aquellos días en que se encadenaban los resultados positivos no pocos voceros y lobistas del ambiente del fútbol repetían casi en cadena nacional que Boca batía records manteniendo la punta en el torneo.

La mirada banal privilegiaba el valor supremo de los resultados. El funcionamiento que Boca no terminaba de encontrar quedaba fuera de foco, escondido detrás de la magnitud de los puntos conquistados en el ámbito local.

Este Boca de Guillermo y Gustavo continuó elaborando una hoja de ruta basada en la aparición desequilibrante de sus individualidades. Pero nunca mostró signos o señales perdurables de convertirse en un equipo afirmado y convencido. No lo fue ni lo es. Dependió de las inspiraciones de sus volantes y delanteros. Inspiraciones decisivas y en muchos casos rotundas. Por ejemplo de Pavón. Y de Wanchope Abila en su rachita goleadora. Y de Pablo Pérez. Y de Benedetto cuando estuvo iluminado y parecía un fenómeno que nunca fue. Y de otros que entraron en escena hasta sin anunciarlo.

Pero Boca, en general, no jugaba bien. O jugaba en un tono discreto. Despojado de una red de contención cuando no le sonaban los violines a los que con frecuencia resuelven en el área adversaria. Esto precisamente le ocurrió frente a River. Los violines sonaron desafinados. Y quedó desnudo.

Los antecedentes dicen que el equipo suele recuperarse después de una caída. Ya lo hizo en varias oportunidades. Pero esa recuperación más emotiva que conceptual y estratégica, se desvanece rápidamente. No puede Boca sostener en el tiempo buenas producciones. Porque su problema es estructural. Es un problema de raíz futbolística. De armado futbolístico. No alcanza con que se reivindique como un equipo de ataque. O como un equipo que va al frente en todos los partidos. Esto no es una cualidad que lo pone a resguardo de cualquier consideración. Es casi una obligación natural que le determina su historia.

Le faltan argumentos a Boca, aunque gane mucho más de lo que pierde. Argumentos colectivos. Alcanzaría con construir una pregunta casi elemental: ¿a qué juega Boca? La respuesta es muy compleja. Y es tan compleja porque la respuesta habría que inventarla. No se sabe a qué juega. No se sabe cuál es su norte futbolístico. No expresa un estilo. Quizás el estilo podría ser la falta de estilo. Pero no deja de ser una falencia grave que se revela en circunstancias críticas.

Ya hace dos años y medio que Guillermo y Gustavo conducen a Boca. Un tiempo no menor para adquirir un perfil definitivo. Pero ese perfil sigue siendo un boceto. Un dibujo con más aspiraciones que proyección. La búsqueda del equipo es errática. Nunca se estabiliza. Nunca amplía su horizonte. Nunca se consolida. Y queda partido. Como quedó partido otra vez frente a River.

La caída no es lo más importante, aunque la caída enciende el fuego y promueve rumores que indican que Guillermo y Gustavo se irán de Boca a fin de año. Lo que no sorprende es que Boca juegue mediocre o mal. Ya lo ha hecho varias veces. Pero los triunfos tapaban todo. Esta vez, en cambio, una derrota fulera destapó todo. Y Boca para los enamorados del resultado, quedó en evidencia.

Se acordaron tarde. Las evidencias siempre estuvieron en primerísimo plano.

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