Vuelve al protagónico en el cine nacional con un papel entrañable en El Último Traje. Dice que el film "no les va a gustar a los que hacen un negocio de la degradación y el odio".

"Supe que debía hacerlo desde la página treinta del guión. Al terminarlo, supe que me iba a ganar el rechazo de todos los antisemitas, y que corría el riesgo de que a una parte de la colectividad judía pudiera no gustarle verse representada por un ‘goy’ (católico), y también que aquellos que hacen un negocio de la degradación y el odio, no iban a apoyar una película que quiere la esperanza como camino y el encuentro como meta. ¿Presintiendo todo esto, por qué la hice? Por mí, que soy parte del resto de la gente deseosa de vivir entre los demás, con ilusión y hasta el último minuto. No me equivoqué. Es una película que ilusiona”, contesta Miguel Ángel Solá, quien interpreta a Abraham Bursztein en la película que acaba de estrenar El Ultimo Traje del director Pablo Solarz (el mismo de Me Casé con un Boludo, 2017).

El actor se pone en la piel de un abuelo que fue salvado del Holocausto, emigra a Argentina, arma una familia de clase media y ante la decisión de sus hijas de llevarlo a un geriátrico quiere cumplir el deseo de encontrarse en Polonia con el amigo que le salvó la vida.

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“Sus familiares están encerrados en sus propios problemas y creen que Abraham es el mayor de ellos, que está a un paso de acabar su ciclo vital y que no pueden cargar demasiado con él. Y lo ven como un ser que no colabora, como a un niño caprichoso en un cuerpo agotado y sin futuro”, cuenta Solá, quien se pone al hombro el film. Sin él sería casi impensable esta película por calidez interpretativa.

“El cree que no debe dejarse cortar la pierna (tiene problemas de coagulación sanguínea), ni quiere recluirse en un asilo. En medio de eso, surge el hecho mágico: una promesa olvidada en forma de traje. Y Abraham cree en ella. A partir de elegir dar el primer paso, empieza a creer en la caminata, y, creyendo, crea los bastones llamados personas que creen, también mágicamente, en que el de Abraham no es un viaje estéril. Y que un ser humano, no es un hecho estéril. Abraham se va abriendo a los demás De eso trata El Último Traje: de recordar que, hasta el último suspiro, formamos parte de una vida única”.

Los bastones a los que se refiere Sola son los personajes que ayudan a cumplir el deseo de Abraham de su viaje a Polonia, y como él dice sin pasar obligatoriamente por Alemania: Martín Piroyansky, un joven que necesita el permiso para vivir en España; Angelina, la dueña del hotel que se apiada del abuelo en España, país donde vive su hija menor (Natalia Verbeke), con quien se reencuentra; una antropóloga (Julia Beerhold) que lo acompaña a cruzar Alemania y la enfermera Oga Boladoz, que lo atiende en Polonia, cuando lo internan.

"De eso trata El Último Traje: de recordar que, hasta el último suspiro, formamos parte de una vida única"

El actor vive entre Buenos Aires y España. Cuando se le preguntó cómo se vive hoy el Holocausto en Europa a casi 80 años del nazismo y si se aprendió algo, dice: “Allá todo es más cercano, porque el horror sucedió allá, pero, quienes no se animaron a cerrar las heridas ni terminaron de entenderse, produjeron catástrofes similares, no en cantidad, pero la intención era la misma: exterminar a un grupo étnico -o social si se quiere-, vecino, contiguo, prójimo. Los Balcanes fue un ejemplo horroroso de la desintegración de una sociedad y sus consecuencias en los 90. Hoy, hay resurgimientos xenófobos, homofóbicos y religiosos repletos de fanatismo en todas partes. Todos se justifican en el odio al ‘diferente’, para desgracia de la especie”.

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Después de casi 20 años Miguel Angel Sola tiene un protagónico en el cine nacional. El Ultimo Traje lo vuelve a colocar como uno de los actores imprescindibles por su omnipresencia en la película. Su querido y tierno personaje está en todas las escenas con una magistral interpretación. Para su guionista y director, Pablo Solarz: “Solá es simplemente un actor fantástico e interpretó al Abraham que yo quería (una conjunción de mis abuelos judíos polacos, de los cuales dos de ellos viven y tienen entre 92 y 95 años). Yo trabajé mucho con gente de esta edad y cuando llegan a la recta final de la vida sus recuerdos de niñez aparecen muy nítidos, claros, y no se acuerdan las cosas del ayer”.

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