La actriz protagoniza la Mishinguene de la carpa 4, obra que sirve para cuestionar la mirada tradicional del amor. "Una espera que la felicidad te toque el timbre y quizás la temes enfrente tuyo"

Una mujer se pierde de vivir el presente por permanecer anclada en sus fantasías y recuerdos. A pesar de estar en la mediana edad, sigue soñando con el amor platónico de su juventud, el bañero de una playa de Miramar, balneario donde pasó las vacaciones de su infancia y adolescencia. Y creyendo que esa es su realidad, decide declararle su amor, enfrentándose a sus miedos más profundos.

Mirta Wons le da vida a este personaje en “La mishinguene de la carpa 4”, de Sebastián Kirszner (“La Shikse”, “El ciclo Mendelbaum”), con puesta y dirección de Matías Puricelli y las actuaciones de Daniel Ibarra y Federico Lomba, en El Método Kairos de Palermo, los sábados y domingos a las 18.30.

l ¿Qué significa “mishinguene”?

-Es la loca, la chiflada. Y Laura está chiflada. Tiene muchas cosas mías, así que cuando leí la obra, me sentí muy feliz. Yo había visto La Shikse que me había encantado. Es una especie de nuevo teatro judío, que a alguna gente le gusta y a otra no.

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l ¿Por qué?

-Porque tiene una mirada crítica o irónica de algunos aspectos de la cole. Yo creo que uno también puede tener sentido del humor. Yo lo tengo. Los judíos tenemos mucho sentido del humor mientras no nos toquen. Pero a mí me encanta poder hablar de estas cosas cotidianas, del día a día, porque no son cuestiones de fondo o filosóficas.

l ¿En qué aspectos del personaje de Laura te identificás?

-En que soy muy fantasiosa. Soy de pensar: ‘¿Qué hubiera pasado si me hubiera encontrado con ese chico que me gustaba?’ o de colgarme con un novio que tuve a los 17.

l ¿Tiene que ver con una cuestión generacional?

-Sí, porque este personaje es judío pero nos pasa a todas las mujeres, en especial a las que estamos por los 50 y nos criamos con los resabios del príncipe azul, de creer que alguien iba a llegar para salvarnos, un pensamiento que tiene muy poco de la mirada feminista que está surgiendo ahora con fuerza, gracias a Dios, donde dependíamos de un hombre que nos iba a salvar. Yo realmente tenía la fantasía de que alguien iba a tocar el timbre de mi casa e iba a decir: ‘Aquí estoy’. Es más, a veces no sé si lo sigo esperando, jajaja. Uno cree que la felicidad llega cuando uno lo decide y en el formato que uno quiere, y a veces está delante de tus ojos y no la ves por quedarte atrapada en el pasado.

l ¿Tuviste un amor platónico?

-Por supuesto, moría por el quiosquero, pero tenía prohibido ir al quiosco porque estaba haciendo dieta. Mi infancia fue en los ‘70 y no había tantos kioscos como ahora. Entonces, sábado a la tarde, yo quería comer un alfajor y por ahí me rajaba de mi casa para ir a verlo al pibe éste. Que no me acuerdo cómo era, pero llegaba, pedía un chicle, y era quedarme ahí pensando: ‘Hoy me va a decir’. Porque uno aparte lo planea todo, cuándo te vas a casar, cómo vas a tener hijos.

l ¿Las nuevas generaciones son menos fantasiosas?

-Creo que sí. Por suerte. Porque esta cosa de dejar en manos de otro la felicidad de uno, de no poder verse al espejo en el presente, hace que te pierdas de vivir la vida. Ahora hay una mirada femenina y feminista sobre las mujeres. El tema del aborto legal y seguro, al que adhiero absolutamente, hace que se haya refrescado el espíritu feminista donde no tenemos que esperar que venga un hombre a salvarnos.

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l ¿Las telenovelas tuvieron la culpa?

-No creo que haya que culpar a las telenovelas. Pero hay ciertos arquetipos que están muy arraigados en nuestra historia. Hay que salir del mito del príncipe que conquista a la chica pobre del barrio. El príncipe azul destiñe. No hay príncipes azules, y si alguna vez te salvó un príncipe azul, sospechá. Sospechá de vos misma.

l ¿Proyectos de televisión?

-No. Está durísimo para los actores, hay falta de propuestas. No hay presupuesto para la cultura. Es una cuestión política, porque somos un gasto los que trabajamos en cultura, no somos una inversión. Se nos desprecia a los actores diciendo que somos parte de la industria del entretenimiento. Y creo que se están equivocando fiero, porque lo que hacemos los actores es una cuestión de cultura, es nuestra identidad. Entiendo que sea más barato poner una lata que hacer una tira, pero no hay ningún tipo de fomento estatal para la actividad cultural. Entonces, ¿qué pasa? Traen novelas turcas donde fajan a una nena que da calambre. ¿Cómo puede ser que estamos hablando todo el tiempo de violencia de género y le están pegando a una nena o a una mujer en una novela?

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