El periodista narró en un texto cómo fue su primera cita con su colega y cómo se enamoró de ella "desde ese primer encuentro".

Con el dolor y la angustia de haber perdido a su compañera de vida, el periodista Enrique Sacco contó cómo fue que se enamoró de su colega Débora Pérez Volpin, quien falleció en la clínica Trinidad de Palermo en el marco de una endoscopía.

En un texto publicado en la revista Gente, el hombre rememoró cómo fue su primera cita, en la que confesó que se enamoró “desde ese primer encuentro”, y recordó a su mujer como una persona “honesta, inteligente, humilde, amable, simpática, independiente, y además bella”.

“Me abrió las puertas de su corazón, confió en mí y me regaló lo mejor que una mujer puede dar: ¡AMOR, dos hermosos HIJOS del corazón, Agustín y Luna, y una gran FAMILIA! Ese legado es eterno”, escribió.

El dolor del periodista se siente en cada palabra y lo resume de esta manera: “Caminamos juntos por la vida casi siete años y lo hicimos a la par, plenamente a la par. Disfrutamos, reímos, lloramos, conversamos, viajamos, siempre juntos. Dimos lo mejor de nosotros para construir este profundo amor”.

El texto completo:

"Comenzamos con un: '¿Cómo venís hoy? ¿Comemos tipo nueve?'. Nuestra primera cena fue mágica. Me enamoré desde ese primer encuentro. Me enamoré del todo, de su belleza –aquello que los ojos pueden ver–, y fundamentalmente de su estilo, de esa particular elegancia espiritual y conceptual que traspasa la imagen. Esa noche conversamos mucho. De casi todo: de sus hijos, de nuestros padres, la familia, los amigos, de nuestra profesión, de cine, e incluso, hasta de política.

Corrían los tiempos del estreno de Medianoche en París, la película de Woody Allen. Coincidimos en que estaba entre nuestros directores favoritos. Yo la había visto justo ese día, pero acordamos ir juntos al cine. Fue nuestra película emblemática. A los dos nos encanta esa ciudad (a mí me gusta su cielo gris y la lluvia, a ella no tanto), pero ese destino resumía muchas de nuestras preferencias importantes. Amamos viajar, y entonces, obvio, allí fuimos en nuestro primer paseo largo juntos: la Ciudad Luz, y también Londres. Un viaje que permitió conocernos profundamente en el día a día, con todo lo que una persona puede expresar y sentir. Disfrutamos de ambas ciudades.

A poco del retorno a Buenos Aires, recuerdo siempre esa linda escena en la puerta del hotel, esperando mi regreso de un partido de la Premier League (Fulham-Arsenal) para cenar juntos. Vestida de negro, pelo recogido, labios pintados y un par de pitadas al cigarrillo… El abrazo que nos dimos representó nuestro amor. Consolidaba el inicio de nuestra relación. El momento justo en que un hombre llega a la felicidad cuando siente que está con quien desea, sin importar el lugar.

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Para viajar conmigo me pidió presentarme a sus padres, Marta y Aurelio. Creo que era necesario que ellos me conocieran para estar tranquilos y por supuesto, opinar en la intimidad, como hacen todos los padres del mundo. ¡Qué linda cena! Aurelio –o Cucú para sus nietos– poseía un carisma especial. Y Marta, una escorpiana inteligente que lo dejaba conducir, aunque al final ella marcaba el ritmo. Cualquier similitud entre madre e hija, pura coincidencia. Honesta, inteligente, humilde, amable, simpática, independiente, y además bella. Me abrió las puertas de su corazón, confió en mí y me regaló lo mejor que una mujer puede dar: ¡AMOR, dos hermosos HIJOS del corazón, Agustín y Luna, y una gran FAMILIA! Ese legado es eterno.

Nuestra primera partida familiar fue a Nueva York, Boston y Disney. Los chicos aman viajar y, siempre que pudimos, tratamos de cumplir sus deseos. Me integró después de tomarse su tiempo de madre, y, naturalmente, colocar las cosas en su lugar. Luego de esa salida juntos, me sentí en la mejor versión de mí mismo. Compartíamos el amor y se animó a entregarme la llave de su tesoro más sagrado: sus hijos. ¡Mis hijos del corazón!

El tiempo fue transcurriendo con amor, paz y armonía, siempre. Naturalmente, me integré a esa grande y hermosa familia. Me hizo hijo de sus padres, hermano de sus hermanos –Alejandro, Sergio y Sol–, de sus compañeros –Ile, Barbie y Adolfo– y tío de sus sobrinos –Brenda, Megui, Emilia, Abril, Santi, Flor y Nico–. Amigo de sus amigas, principalmente Marisa, María y Fabiana, también Gaby, y de sus amigos y compañeros. Por mi parte integré a Yoli, mi mamá, y a mis amigos. Y compartimos la grandeza espiritual de considerar lo mejor para los chicos con Marcelo, el papá de Agus y Luni, su mujer Melina (Fleiderman), sus hijos y los padres de ambos. ¡Somos una familia unida!

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Claro que con Débora también discutíamos… Más que discutir, debatíamos sobre nuestra profesión, la política y hasta sobre pequeñeces cotidianas, como nos sucedió aquella primera vez en un lugar de mucho frío. Estábamos comprando souvenires; ella quería hacer una cosa y yo otra. No nos pusimos de acuerdo y el momento se tensó. A los pocos minutos se detuvo en la caminata, me tomó de los hombros, me miró a los ojos con una sonrisa y me dijo casi cantando: '¡Souvenir, souvenir!'. Nos dimos un gran abrazo de amor. Así sellamos esa mínima diferencia, y de ahí en más, cada vez que lo necesitamos –muy pocas– utilizamos esa clave de paz y alegría.

Caminamos juntos por la vida casi siete años y lo hicimos a la par, plenamente a la par. Disfrutamos, reímos, lloramos, conversamos, viajamos, siempre juntos. Dimos lo mejor de nosotros para construir este profundo amor.

Compartimos el tiempo de egresados de los chicos, de la escuela primaria, luego del Colegio Nacional de Buenos Aires de Agustín, los 15 años de Luna, el crecimiento de los dos, cómo fueron evolucionando de niños a adolescentes, nuestras vacaciones en la misma casa de Cariló, los asados familiares en el quincho, las fiestas de Navidad y Fin de Año, los viajes, las cenas y nuestras interminables charlas de sobremesa. También nuestras preocupaciones o tristezas profundas, como el fallecimiento de Aurelio, su papá, sin duda la experiencia más fuerte que tuvimos que afrontar. Siempre lo hicimos en equipo.

En el mismo lugar de nuestra primera cena hablamos sobre su decisión de dedicarse a la política. Sabía que en algún momento lo iba a hacer. Siempre me había expresado esas ganas, y el ofrecimiento llegó antes de lo esperado. Una vez que lo analizamos, le dije: 'Si es tu deseo, hacelo… Nosotros te apoyamos en todo y nos adaptaremos a los cambios'. Rápidamente, con firmeza y convicción, tomó la decisión.

Así de intenso fue nuestro tiempo juntos. Imposible olvidarlo. Orgulloso y feliz de ser el compañero en la vida de Débora, excelente persona, gran profesional, de convicciones firmes e intransigentes, madre todo terreno, mujer inmensa, compañera leal de cada momento, dueña de una sonrisa especialmente brillante. Celebro por siempre nuestro amor inolvidable. Y como cada día antes de dormir con el beso de las buenas noches, va la frase de siempre: '¡Te amo, hermosa D!'".

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