En poco menos de 3 años dirigiendo a River, Marcelo Gallardo se constituyó en el entrenador mejor calificado del fútbol argentino. Sin tener chapa de elegido conquistó, más allá de los títulos internacionales que festejó, una regularidad que trasciende los resultados. La idea que no canjea. Su evolución despojada de contradicciones y una negativa a subordinarse a los vientos mediáticos.

A pesar de que todo indica que Jorge Sampaoli será el próximo técnico de la Selección nacional después del colapso de Edgardo Bauza, Marcelo Gallardo es el entrenador que hoy goza de mayores adhesiones en el ambiente del fútbol argentino.

¿Por qué esta apreciación se constituye en una realidad que difícilmente pueda desmentirse? ¿Porque dirige a River hace casi tres temporadas y la cosecha que logró en el plano internacional lo ubica en un primer plano? ¿Por su ductilidad probada para saber armar sucesivos equipos en la medida en que River renueva a su plantel? ¿Por su convicción y estrategia a la hora de poner a un equipo en la cancha?

Las preguntas e interrogantes pueden acumularse. Lo que se ve sin demasiado esfuerzo es que Gallardo parece superar la dinámica de los momentos. Como si no se subordinara a los momentos (buenos, regulares o malos) que suelen tener los equipos. Desde que asumió y firmó en River su contrato el 6 de junio de 2014 en reemplazo del renunciante Ramón Díaz, consiguió algo no muy frecuente y poco extendido: cierta regularidad, más allá de algún período calificado como mediocre. Y un nivel futbolístico que, de mínima, fue aceptable.

¿Qué lo distingue, entonces? Su crecimiento permanente como técnico. No porque tenga el perfil clásico de un fenómeno. Ni porque a los 41 años ya haya sacado chapa de elegido. No lo es. De hecho, River bajo su conducción no tuvo el funcionamiento propio de un equipazo, aunque habrá que recordar que en el segundo semestre de 2014 protagonizó una docena de partidos estupendos (por lejos, los mejores de su ciclo), a pesar de que terminó Racing consagrándose campeón aprovechando la participación de su rival en la Copa Sudamericana. Copa que ganó en los dos cruces finales frente a Atlético Nacional.

No logró mantener River ese nivel de producción que alcanzó con Gallardo durante algunos meses de 2014, pero nunca se derrumbó. Conquistó algo valioso que no tiene prensa: un piso futbolístico. Que le permitió estabilizarse y crecer a partir de ahí. De ese piso. Que no fue siempre una zona de confort y sí un umbral para relanzarse. Y lo hizo sin ser el pasajero de ninguna crisis.

La estabilidad que revela Gallardo (sería aún más plena si se victimizara y llorara menos durante el transcurso de cada partido) quizás es la estabilidad que también supo denunciar River tanto en la adversidades como en los éxitos. No hay cimbronazos que confundan. No hay golpes de efecto que revelen imprudencias notorias. No hay humo en el horizonte para disfrazar algo en particular. No lo necesita. Y no lo adopta.

Lo que se ve sin demasiado esfuerzo es que Gallardo parece superar la dinámica de los momentos

Es cierto, se está formando Gallardo. Está en pleno período de construcción profesional. Un período que por otra parte nunca se agota. Sin embargo, se advierte que para leer e interpretar la lógica y los misterios del fútbol no lo acosan las grandes contradicciones. ¿Cuáles serían? Acomodar los pensamientos, las ideas y las palabras al compás de los resultados que se van obteniendo. Ser, en definitiva, un oportunista en tiempos de oportunistas que venden lo que las distintas audiencias quisieran escuchar. No parece serlo Gallardo. No cultiva esa estrategia. No va y viene haciendo los mandados. No dice una cosa y después hace otra en nombre de las circunstancias. No se suma con obediencia a la dirección de los vientos mediáticos siempre exitistas y en muchos casos frecuentados por la saga de las mentiras organizadas.

El hombre al que desde pibe apodan Muñeco se protege sin esconderse. Se protege como en general lo hace su equipo jugando de local y de visitante: con la pelota. Y por supuesto adoptando ese método tan viejo y vigente como el mismo fútbol, sale ganando, aunque en la cancha no gane siempre, como en el 1-1 ante Sarmiento en el Monumental. ¿Quién gana siempre? Nadie.

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¿Qué es lo que le falta? Trayectoria. La trayectoria que mientras conduce está elaborando. Hasta ahora con más aciertos que errores. Con más virtudes que claudicaciones. No solo por los 5 títulos internacionales y una Copa Argentina que River disfrutó bajo su gestión, sino por sus elecciones y sus búsquedas.

Esto, seguramente, es lo que más lo debe enorgullecer. Y lo que la gente de River aprueba casi por mayoría absoluta. Ahí se impone por goleada Gallardo en la dinámica del resultado invisible.

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