A los 32 años, Fernando Gago reflexiona sobre su futuro después de padecer una nueva lesión. El crack que parecía encarnar en el 2005 la sucesión de Fernando Redondo. La adaptación táctica y estratégica que nunca completó ni aquí ni en Europa. El  fútbol posicional que interpretó. Las resistencias del ambiente.

Desde que irrumpió en la Primera de Boca en el arranque de 2005 cuando el técnico era el Chino Benítez, Fernando Gago parecía predestinado a ser un verdadero crack. Algo así como un Fernando Redondo (al que siempre admiró hasta considerarlo su ídolo) pero diestro. Un volante central con buen pase, panorama de juego y capacidad para interpretar el viejo dilema del fútbol: combinar los tiempos y los espacios.

Es cierto, lo acosaron las lesiones. Graves lesiones ligamentarias, rotura del talón de Aquiles y desgarros variados, como el último que padeció en la pretemporada en Estados Unidos que por ahora lo tiene cultivando una duda existencial: sigue en Boca hasta fin de año (lo más probable) o acelera su retiro.

A esa chapa de crack que todo indicaba que le quedaba perfecta a sus condiciones de jugador muy técnico e inteligente, siempre le faltó una confirmación potente. Insinuó muchísimo Gago. Aquí y en Europa, donde jugó en el Real Madrid, en la Roma y en Valencia. Insinuó proyectarse como un volante muy influyente en la Selección ya desde la época en que Alfio Basile la dirigió por segunda vez luego de Alemania 2006, reemplazando a José Pekerman.

Pero no logró consolidarse Gago. Ni con Basile ni con los técnicos que lo sucedieron, aunque en Brasil 2014, bajo la conducción de Alejandro Sabella, empezó como suplente, continuó como titular hasta que lo terminó desplazando Lucas Biglia.

¿Qué le faltó? No hablamos de entereza, garra, temple, agallas o cosas por el estilo, muy habituales para caerle a un volante de salida con obligaciones de recuperación, pero que no se destaca en absoluto por su capacidad real para ganar la pelota en zona defensiva.

Gago fue encontrando resistencias del ambiente y de no pocos hinchas de Boca por interpretar el rol del jugador cómodo. Del jugador que participa solo cuando tiene la pelota. Y cuando la tiene el rival hace poco para ayudar a su equipo.

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Esta observación se fue radicalizando con el paso del tiempo. Quedó Gago estigmatizado como un volante valioso para distribuir la pelota con sentido de la progresión ofensiva, pero sin un espíritu solidario para colaborar en otras tareas menos atractivas. Algo parecido a una fragmentación para medir sus cualidades: muy bien de la mitad de campo hacia arriba, mal de la mitad de campo hacia atrás.

Nunca operó un cambio sustancial en el juego de Gago. Un cambio en el plano de un crecimiento más integral como, por ejemplo, sí lo experimentó Redondo a partir de su llegada al Real Madrid, después de romperla en el Tenerife. O Esteban Cambiasso, claro y preciso para manejar los ritmos y pasar la pelota y también muy generoso en el repliegue y en el rubro de la funcionalidad.

Fue y es muy posicional Gago. “Se va a tener que adaptar en el Real Madrid y jugar en otros lugares de la cancha. Si no lo hace la va a tener complicada”, nos dijo el Cholo Simeone mientras ejercía como entrenador de Estudiantes, anticipando lo que le iban a pedir al volante de Boca.

Esa adaptación o flexibilidad táctica y estratégica que le reclamaba Simeone casi en clave de consejo, nunca se concretó en la medida de las necesidades de los clubes europeos que lo contrataron y de los técnicos que lo dirigieron.

No acreditó un paso irrelevante por España e Italia, pero lejos estuvo de convertirse en una figura muy importante. En su regreso a la Argentina en 2013, primero en una etapa breve y olvidable en Vélez y luego en Boca, ese perfil de jugador con escaso despliegue lo acompañó hasta estos días.

Hoy, con 32 años, Gago quizás pueda expresar la naturaleza del futbolista que siempre estuvo para colgarse más medallas de las que tiene. Hace 13 años, en aquel Boca urgente del Chino Benítez, parecía nacer un fenómeno. Un crack. No se quedó a mitad de camino, pero está claro que no recorrió todas las estaciones.

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