Ante la crisis futbolística desatada en la Selección a partir de los últimos resultados (los empates ante Venezuela y Perú y la caída frente a Paraguay), se le reclama a Bauza, en definitiva, que haga lo que él siempre hizo: armar un equipo que se fortalezca atrás y que se maneje ofensivamente con el contraataque.
Pero esto no es una cuestión de defenderse más o atacar menos. O atacar más y defender menos. Bauza no llegó a la Selección para cultivar el rol de un viejo picapiedra. El contexto de la Selección es muy distinto al de un club. Aunque ese club sea más grande o más chico. La Selección argentina es otra historia. Y la está viviendo y padeciendo Bauza como se viven y padecen estas experiencias intransferibles.
Encontrar un funcionamiento, como pidió Mascherano después de la durísima derrota en Córdoba, nunca es responsabilidad exclusiva de un entrenador. Los jugadores son el contenido esencial de un funcionamiento. Y si los jugadores resuelven mal hasta los detalles más básicos (para un arquero cubrir el primer palo, para un volante no regalar la pelota en la salida y para un media punta o punta tener movilidad y ritmo ofensivo), nada puede prosperar. Ni aún con Mandrake dirigiendo al equipo.
El funcionamiento que invoca Mascherano como una pieza a conquistar no es otra cosa que la armonía colectiva que debe naturalizar un equipo. Es entender a qué se juega. Y como se juega.
Bauza habrá cometido errores en la formación, en los cambios y en la estrategia, si pretendemos enfocarnos solo en el técnico. Pero el derrumbe, sin pausas, que expresa Argentina trasciende largamente a Bauza. Es el derrumbe de varias individualidades que vienen en caída libre desde no hace poco tiempo. Por lo menos desde el Mundial de Brasil cuando no superaron la mediocridad. Pasaron más de dos años y esa tendencia que estallaba a los ojos de cualquiera que frecuente el fútbol, se agravó. Antes con Gerardo Martino y después con Bauza.
Ahora desde algunos sectores se le recuerda a Bauza que apenas asumió tendría que haber borrado de un plumazo por lo menos a medio equipo para reestructurar y renovar la Selección. Y se lo acusa de tibio y complaciente por no producir cambios fuertes en todas las líneas y sostener a algunos jugadores aún sin tener producciones destacadas con la camiseta de la Selección. El reclamo apuntaba y apunta a que haga cirugía mayor sin anestesia.
Estos pedidos de ajustes estructurales suelen ser siempre muy oportunistas. Está claro que no se hicieron después del 1-0 a Uruguay hace apenas un mes. Se fueron construyendo vertiginosamente en estos días a la luz de los últimos resultados que encendieron todas las alarmas.
Aquellos mismos que veían a Bauza como un técnico inteligente y convencido que privilegiaba el equilibrio, abonaba el conocimiento táctico para encontrar ventajas posicionales y estaba equidistante de las corrientes extremas del fútbol argentino, hoy sostienen que los defraudó. Que no mantuvo en alto sus convicciones. Y que fue insensible e indiferente a su método de cautela y precaución que tanto le rindió en Liga de Quito y en San Lorenzo, consagrándose con ambos clubes como campeón de la Copa Libertadores.
Pero no cambió Bauza. Lo que cambió fue la dimensión del escenario. El tenía que administrar lo que le habían dejado. Con Messi adentro o con Messi afuera. No tenía margen ni espaldas para comprar una tijera y cortar de apuro y en flecos al plantel de la Selección. Los tiempos no se correspondían con esas decisiones. La prioridad que nadie desconocía era promover el regreso de Messi luego de su renuncia en New Jersey.
Messi volvió ante Uruguay y el gol que anotó y el buen rendimiento que tuvo, tapó absolutamente todo. Tapó la falta de elaboración que denunciaba el equipo. Elaboración de la que nadie puede hacerse cargo desde que Riquelme se despidió del fútbol en diciembre de 2014. Salvo que se quiera jugar a los pelotazos, sin elaboración naufraga cualquier idea futbolística. Porque no hay pase ofensivo. No hay pausa. No hay distracción. No hay mirada filosa para advertir los espacios y los tiempos de la entrega.
Ahora, ya metidos en el medio del baile, Bauza lo único que tiene a mano es lo que tuvo a mano Alfio Basile después de perder 5-0 contra Colombia el 5 de septiembre de 1993 y jugar el repechaje ante Australia: convocó a Maradona. Argentina jugó en un nivel muy discreto los dos partidos: empató 1-1 en Sidney, ganó 1-0 en el Monumental y clasificó a USA 94. Maradona no brilló, pero su influencia fue de alto impacto.
Bauza tiene a Messi. Y aunque no se puede esperar que resuelva todo porque nadie resuelve todo
(la excepción la encarnó Diego en México 86), tendrá que ser más Messi que nunca. En principio, ante
Brasil en Belo Horizonte el 10 de noviembre y el 15 frente a
Colombia en San Juan. Después se verá.