Se combinaron un par de factores negativos en la noche de Mérida. La subestimación inicial que expresaron los jugadores argentinos y la sobrecalificación de Edgardo Bauza para medir a Venezuela. El saldo fue muy discreto. Cuando parecía todo encaminado hacia una derrota durísima se conquistó un empate que debe servir como lección.
Subestimaron el partido los jugadores de la Selección nacional. Y sobreestimó el partido el entrenador Edgardo Bauza. Quizás esta fue la síntesis más potente del 2-2 frente a Venezuela en Mérida.

La subestimación de los jugadores nunca va a explicitarse. Porque es una subestimación que tiene relación directa con los distintos potenciales y hasta con el último enfrentamiento que protagonizaron en la Copa América Centenario en Estados Unidos. Allí Argentina, hace casi tres meses, derrotó a Venezuela en cuartos de final 4-1. No habría que desconocer que en esa oportunidad la Selección que por aquel entonces dirigía Gerardo Martino contó con la presencia de Messi. Y en el 2-2 reciente Messi estuvo ausente.

Igual, con Messi o sin Messi, Argentina tiene que demostrar que es muy superior a Venezuela. En Mérida, sin embargo, no lo demostró. Ni por asomo. Y alcanzó un empate casi de última con esa arremetida de Otamendi a la salida de un córner de Di María cuando se olfateaba la derrota que iba a ser muy pesada de digerir para el plantel y para el Patón Bauza, demasiado cauteloso para plantear el partido desde el arranque.

Por eso si los jugadores imaginaron un desarrollo mucho más accesible y favorable antes de ponerse la pelota en movimiento, Bauza pensó todo lo contrario. Y dejó agrandar a Venezuela, que venía de cosechar apenas un empate en 7 encuentros, lo que prácticamente la despojaba de cualquier ilusión de clasificación para el Mundial de Rusia 2018.

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¿En qué se equivocó Bauza? En respetar más el sistema que las características de las individualidades. Por ejemplo, con Lamela. ¿De qué jugó Lamela? Todavía lo debe estar descubriendo el ex jugador de River. El técnico lo ubicó sobre la derecha en la misma posición en que parte Messi. Pero Lamela no es Messi. Tiene cierto manejo, puede sacarse un tipo de encima, pero el lugar en la cancha que le dio Bauza lo condicionó por completo. Porque no fue volante ni delantero. No fue nada. Hasta que lo sacó a los 21 minutos del complemento para que ingresara Correa.

El caso Lamela y su función inespecífica revela también la confusión del técnico, subordinado al rigor de la táctica. Cuando la táctica en el plano del juego es un valor relativo. Y secundario. Lo más valioso es el juego colectivo. Bauza no puede negar su pasado. Por lo menos su pasado más inmediato. El es un entrenador que cultiva el tacticismo. En este caso en el marco de ese tacticismo sacrificó a Lamela para cumplir lo que el jugador no puede cumplir, aunque pretenda ser muy obediente con todas las indicaciones.

La realidad es que Bauza sobrecalificó a Venezuela en el dibujo táctico y en la orientación estratégica. Y complicó las posibilidades de la Selección. Cuando la Selección casi entregada a un destino perdedor después del segundo gol que convirtió Martínez antes de los 10 minutos del complemento (Chiquito Romero se arrojó antes hacia su izquierda cuando el remate fue a la derecha) fue a buscar con decisión y desorden el descuento y después el empate, reveló que esa actitud la tenía que haber manifestado desde el mismo comienzo del partido, cuando expresó una parsimonia, una cautela y una tibieza exasperante.


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Reconfirmar que Argentina sintió la ausencia de Messi es una obviedad sin remedio. Si Barcelona que hace varios años es una máquina futbolística que desequilibra por funcionamiento e inspiración individual se debilita en gran medida cuando no está Messi, ¿qué efecto puede tener sobre la Selección cuando el mejor jugador del mundo no está disponible?

El efecto es implacable. La Selección sin Messi es como aquella Holanda de los 70 sin Cruyff, como Brasil sin Pelé en los 60 y 70 o como Argentina sin Maradona en los 80. Es otra Selección. Es otra dimensión de equipo. Y los rivales, naturalmente, no lo desconocen. Por eso Venezuela se le atrevió sin complejos. Y expuso hasta las flaquezas inocultables de Argentina para defender los espacios en los contraataques que elaboró en las dos etapas. Si a esas flaquezas severas le sumamos la noche de brujas que tuvo Romero saliendo a cazar mariposas en los centros, comiéndose brutalmente el amague previo al segundo gol y rebotando pelotas como la que le explotó en el pecho hasta terminar con un bombazo en su palo derecho casi en el cierre del encuentro, el saldo fue menos que discreto.

La aventura en Venezuela dejó en definitiva como balance positivo apenas el punto que se conquistó con una guapeada de Pratto y con una búsqueda efectiva de Otamendi en el área chica adversaria. Si la Selección empató cuando parecía que estaba en la lona, obedece mucho más a lo que puso que a lo que jugó. Porque jugar, jugó decididamente mal.

Quiso controlar el partido con suficiencia y no controló nada. Y el Patón Bauza quiso poner el partido en un pizarrón y le quedó grande. El 2-2 es lo de menos. El desarrollo, en cambio, hay que guardarlo en la memoria.
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