Hace poco más de medio siglo, más precisamente el 12 de agosto de 1964, Independiente conquistaba su primera Copa Libertadores e instalaba en el imaginario colectivo del fútbol la figura de la mística como un gran valor agregado. Ese contenido que adquirió relieves casi esotéricos regresa como una compañía deseada para la final de la Copa Sudamericana ante Flamengo. La marca registrada.

“La mística que tiene Independiente no se compra en ninguna farmacia ni en ningún almacén de ramos generales. Antes nosotros teníamos mística. No era verso. Se veía. Cualquiera lo veía. Esa mística, que es irreemplazable, se transmitía de generación en generación. Ahora es mucho más complicado encontrarla. Los jugadores hoy están acá y mañana en otro lado. Y falta sentido de pertenencia. Igual espero que esta Copa que se ganó después de tantos años de decadencia le abra las puertas a una nueva etapa. La necesitamos todos”.

En la medianoche del miércoles 8 de diciembre de 2010, cuando en la dramática definición por penales Independiente venció al Goias y conquistó la Copa Sudamericana, el Negro Rubén Galván (volante central de aquellos equipos de Independiente que en la década del 70 marcaron una época y escribieron páginas gloriosas de su historia), habló desde la emoción, reivindicando el valor de aquellas cosas muy complejas de analizar y explicar.

Quizás el Negro Galván en aquella noche de grandes reencuentros que después no fueron tales, advirtió que volvía a ser el momento indicado, aunque a los dos años y medio el club de Avellaneda tocó fondo y se fue al descenso bajo una bruma fatal de desconsuelo.

Pero Galván, seguramente, creyó aquella noche que ese equipo que acababa de vulnerar al Goias con el penal decisivo que convirtió Tuzzio, comenzaría un viaje hacia su propio pasado. Un viaje para reconocerse en el perfil más ganador y más revolucionario de Independiente. En esa estación virtual tenían que estar todos los que refundaron la historia futbolística del club durante los 60.

Porque allí, más precisamente en 1963 con la conquista del campeonato en una arremetida fulminante y espectacular que postergó a River, aquel equipo conducido por Manuel Giudice e integrado, entre otros, por Toriani, Navarro, Rolan, Ferreiro, Acevedo, Maldonado, Bernao, Mura, Suárez, Mario Rodriguez y Savoy, puso la piedra basal de una gigantografía espiritual definida como mística, que no era otra cosa que el fuego sagrado al servicio de una causa noble.

Después fueron llegando una riquísima variedad de protagonistas que aportaron en esa misma dirección: Santoro, Pavoni, Pancho Sa, Miguel Angel López, Garisto, Comisso, Raimondo, Semenewicz, Pastoriza, Bochini, Barberón, Percudani, Maglioni, Bertoni, Villaverde, Trossero, Goyen, Burruchaga, Marangoni, Carlos Enrique, Clausen, Giusti y otros de alto alcance.

¿Qué es la mística enfocada en el fútbol? Es lo que transmiten y contagian los equipos que en la urgencia, en la situación límite o en la frontera del abismo, encuentran un recurso más, una respuesta más, una salida más. Y se imponen jugando bien y aún sin jugar bien ni superando a su rival. Se imponen porque creen en la épica del triunfo inviable. De la victoria que no puede ser pero que sin embargo es.

Hace algunos años en una charla breve e informal con David Acevedo (defensor polifuncional o volante central de Independiente en los 60), nos remarcó una virtud muy influyente en la dinámica de los grupos y de los equipos: “Ahora, a la distancia, valoro una enormidad la unidad de ese plantel. Era de fierro. Había una convicción terrible en lo que hacíamos”.

Y cerró el Negro Acevedo apelando al valor agregado de la mística: “Se fue creando ese clima. El clima que te predispone no a llevarte a todos por delante, pero sí a sentir que vas a ganar. Eso es la mística”.

Aquellos brazos en alto en el medio de la cancha saludando al público antes y después de cada partido, simbolizó la presencia de un equipo que no se bancaba ser un actor de reparto en el festival del fútbol internacional. Independiente, a partir de allí, fue ocupando todos los espacios desde su primera Copa Libertadores obtenida el 12 de agosto de 1964 con el golazo de Marío Rodríguez ante Nacional de Montevideo.

A 53 años años de aquel logro, este Independiente desequilibrante y aguerrido que conduce Ariel Holan, parece querer reinstalar (en la inminencia de la final ante Flamengo por la Copa Sudamericana en el Maracaná de Río de Janeiro) la sensación de que el plantel es sensible a un mandato cultural histórico: la mística, que es lo que el Negro Galván asegura que “no se compra en ninguna farmacia”, emite señales y no certezas de poder regresar a los pagos de Avellaneda.

Es cierto, todavía no ganó Independiente El partido decisivo está por jugarse. Nadie puede garantizar nada. Ni a favor ni en contra. Y nadie tampoco puede confirmar que este equipo que armó Holan tiene el fuego sagrado (o no lo tiene) que demandan los grandes acontecimientos.

Ese estadio tan viejo, tan moderno y tan mágico que siempre fue el Maracaná será testigo de un reencuentro histórico o de una claudicación. Intentar explicar e interpretar los alcances de la mística aplicada al fútbol parece una tarea que no va a arrojar resultados concretos.

Pero la realidad que nunca está encerrada entre cuatro paredes sigue anunciando que entre otras cosas la mística es una marca. Y aunque no sea propiedad de alguien en particular, es la marca registrada de Independiente.

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