Fernando Belluschi llegó a un fútbol argentino que lo miraba de reojo. A principios del 2016, cuando Pablo Guede decidió apostar por él, el volante era eso: una apuesta, una incógnita. Venía del trote del fútbol mexicano. Traía pocos minutos en su valija porque en Cruz Azul no rindió. El jugador de rastas que pisaba el área con la agresividad de un cazador parecía en decadencia.
Tardó pocos minutos en desempolvar su jerarquía. Un control con el pecho, una volea, un grito; una goleada de San Lorenzo a Boca en una final que arrojó al Vasco Arruabarrena al precipicio y empezó a construir una relación entre el rosarino y Boedo muy especial. A partir de entonces, Belluschi, que peleaba el puesto de atrás, se ganó la titularidad con su andar de esgrimista. A partir de entonces, la finalización del contrato empezó a ser una espada que apretaba contra el cuello.
"Era el jugador que nos faltaba", lo había elogiado Guede, el técnico que lo incorporó. "Es un placer dirigirlo, hace todo bien", dijo Diego Aguirre, su actual entrenador. Los halagos también llegaron desde Ezeiza. Edgardo Bauza: "Tiene un nivel bárbaro", indicó en septiembre. Semanas después, lo convocó para los partidos de la selección contra Brasil y Colombia por las Eliminatorias al Mundial de Rusia 2018.
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Metió seis goles en el año. Pero su importancia se vio en la circulación de la pelota. Belluschi promedió alrededor de 40 pases por partido con una precisión del 85%. Sus remates de larga distancia, la dinámica con la que agiliza las transiciones y su capacidad para ser protagonista en momentos críticos le dieron su recompensa: a fin de año lo eligieron como el mejor jugador en los Premios Olimpia.
"Estoy contento por la renovación", dijo en la conferencia de prensa que brindó esta mañana para confirmar su extensión del vínculo. "Me recibieron muy bien acá, me trataron bárbaro desde el primer día", explicó. La Copa Libertadores es el gran desafío del año. El escenario donde espera mostrar la calidad que destella todos los domingos en el fútbol argentino.
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