El escritor de aforismos José Narosky destaca la experiencia de las abuelas y el cariño que manifiestan a sus seres queridos. Y señala: “Si en su juventud aprendieron la sabiduría, en la vejez pueden ejercerla”.

Los ancianos también tienen presente. Todos recordamos que se celebra en muchos países el Día de la Madre. También el Día del Padre, el Día del Amigo, y algunos más. Pocos recuerdan que hay también un Día de la Abuela que unos 50 países del planeta -de Europa y América la mayoría- festejan. En nuestro país, el Día de la Abuela, conmemoración de origen católico, se lleva a cabo el 2º domingo de Noviembre de cada año.

En nuestro caso, este año el 12 de Noviembre.

Las Naciones Unidas las recuerdan los días 1º de octubre de cada año y lo denominan Día Internacional de las Personas de Edad.

Es un justo homenaje a la labor que han realizado durante su vida y al cariño que normalmente manifiestan a sus seres queridos.

Las abuelas poseen normalmente esa palabra que los jóvenes -no todos- suelen desmerecer: experiencia.

Es que sólo la podrán comprender, cuando a ellos les toque vivirla. Porque hay quienes no perdonan a las abuelas su vejez.

Muchas de ellas -actualmente- juegan un papel fundamente en la familia.

Muchos son los niños cuidados por las abuelas, cuando ambos padres trabajan. Garantizan la tranquilidad de estos, por su responsabilidad y cariño por los niños.

Suele desoírse la opinión de las ancianas. Y sólo por ancianas.

Ellas se aferran a la vida. Por irreemplazable.

Si en su juventud aprendieron la sabiduría, en la vejez pueden ejercerla. Y suele dolerles no encontrar destinatario para su tesoro: el saber. Y no pretenden un rol protagónico.

Pero rechazar que les adjudiquen el último papel. Y que su único refugio sea el pasado, que si fue productivo, se parece al otoño.

Lo que perdieron en flores lo ganaron en frutos.

Si son inteligentes, no pudieron naturalmente evitar los retrocesos en su salud y en su memoria.

Pero les permitió conservar su talento y por ello lograron también avances. Agregaría que, aun recordando menos, pueden pensar mejor.

Tengamos por las abuelas la comprensión que merecen, y el hecho que su soledad espiritual, les hace creer que viven en un desierto. Aunque les sobre el agua, y que la soledad en la que suelen vivir, es una herida desgarrante. Aunque no sangre. Y la real soledad no es estar sola. Es sentirse sola.

Y cierro con dos aforismos que pretenden reflejar el sentir de muchas abuelas.

“Hay dolores para los que las lágrimas no alcanzan”.

“El dolor físico lastima. El espiritual desgarra”.

La página web del escritor de aforismos es www.josenarosky.com.

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