El Parque Japonés y el Italpark, víctimas de una bruja que lanzó un conjuro mortal.

Los memoriosos que llevan en las retinas del alma los momentos mágicos vividos de niños en el entrañable Italpark, el mítico parque de diversiones que por 30 años estuvo emplazado en avenida Libertador y Callao, quizás ni se imaginen que aquel predio convertido en epicentro de sus paseos felices estaba dominado por una maldición de alcance mortal.

De hecho, el final del Italpark como exponente de domingos de sol y risas en familia, se desencadenó con un tremendo accidente que le costó la vida a una adolescente en una desgracia que es considerada como una las marcas oscuras derivadas de esa maldición imperante desde hace 106 años, aproximadamente.

La muerte de Roxana Alaimo, de 15 años, y las heridas que sufrió su amiga Karina Benítez la tarde del 29 de junio de 1990 cuando un desperfecto en Matter Horn, una de las atracciones del parque de diversiones, se constituyó en otro de los episodios traumáticos allí ocurridos, en ese caso potenciados por el mal estado del juego.

En rigor, el Italpark no fue el destinatario original del daño que, aseguran historias y leyendas nacidas el siglo pasado, fue obra de una bruja que maldijo a pedido de vecinos del espacio físico donde en 1911 se había instalado otro gran centro de esparcimiento y diversión, el Parque Japonés.

Esa locación fue ideada por el ingeniero suizo Alfred Zucker, como un aporte “extra” a la construcción del Hotel Plaza de Buenos Aires para lo cual había sido contratado en 1904, influenciado como estaba por los parques de diversiones que había visto funcionar en Estados Unidos.

Enemigos de la alegría

Fue así que en febrero de 1911 el famoso Parque Japonés abrió sus puertas a legiones de visitantes, muchos de ellos provenientes de los barrios bajos de la ciudad, que molestaron a los residentes habituales de la zona, en su gran mayoría familias acomodadas y de alcurnia.

Es en este punto donde entra a jugar la bruja en cuestión que logró mantener por siempre su anonimato y cumplió con miembros de la alta sociedad le encomendaron: un “trabajo” de magia negra para que no prosperara ni ése ni cualquier emprendimiento similar en el lugar, que arrastrara la presencia popular.

La acción maléfica no tardó en dar resultados porque a los 40 días de inaugurado un incendio de origen desconocido causó estragos que no impidieron que a los pocos días el parque de diversiones reabriera sus puertas hasta que otra vez las llamas, el 26 de diciembre de 1930, lo redujeran a cenizas para siempre.

Treinta años después, luego de algunos intentos que no tuvieron nada de suerte y hasta sufrieron episodios trágicos, el Italpark desembarcó en el mismo lugar y al parecer “heredó” parte de la maleficencia que impregnaba el lugar.

Una serie de incendios mancharon sus años de esplendor y destruyeron juegos en una aparente combinación entre la desidia empresaria por mantenerlos en perfecto estado y la maldición ya apuntada.

En 1978 el Tren fantasma sufrió el efecto de las llamas que también hicieron los suyo en 1989 con el Super Monza, primero, y el Laberinto del Terror, después, un preludio del accidente fatal ocurrido al año siguiente que apagó para siempre las risas, la alegría y la adrenalina que allí se concentraban.

La maleficencia también alcanza a los juegos

Todo indica que la maleficencia nacida del hechizo de una bruja también alcanzó a los juegos del Italpark, que tras su cierre derivaron a otros parques de diversiones. El Argenpark, en Luján, fue uno de ellos donde hace unos años un carrito lanzado a velocidad del juego Super 8, que supo ser atracción en el Italpark, impactó contra un técnico que acomodaba una máquina fotográfica sobre una de las curvas del circuito. El hombre, Rodolfo Herrender, de 51 años, murió en el acto tras caer desde una altura de cinco metros.

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