El Sarín es una de las sustancias denominadas “agentes nerviosos”. Se trata de un líquido transparente, incoloro y sin sabor, que se convierte rápidamente en vapor.
Los agentes nerviosos son mortales y mucho más fuertes que los venenos como el cianuro. Tal es así que una cantidad tan pequeña como para caber en la cabeza de un alfiler puede ser fatal en menos de dos minutos. Por lo general, la muerte ocurre dentro de un cuarto de hora de la exposición al vapor.
Alguien que estuvo expuesto al sarín puede desarrollar una gran variedad de síntomas, que incluyen: mocos, baba, dolor en los ojos, visión borrosa, problemas respiratorios, náuseas, vómitos, diarrea, y convulsiones.
En casos extremos, a las convulsiones y los fallos respiratorios le sigue la muerte.
Existen antídotos como la atropina y pralidoxima, pero deben ser administrados inmediatamente para que sean efectivos.
La víctima debe ser llevada a un lugar seguro y se le debe quitar la ropa para evitar una mayor contaminación. Los ojos deben lavarse con agua y la piel y el cabello con un polvo absorbente tal como talco o harina o, en su defecto, agua y jabón. Hay que evitar ducharse porque puede propagar el agente.
El personal médico debe protegerse con guantes, mascarilla y gafas protectoras, si es posible.
El sarín fue inventado en Alemania en la década de 1930, pero no fue utilizado en combate durante la Segunda Guerra Mundial.
Después de la guerra, la mayoría de las potencias desarrollaron el gas nervioso, mientras los británicos inventaron otro tipo, el VX.
El sarín fue uno de los agentes utilizados por el gobierno iraquí cuando mató a 5.000 kurdos iraquíes en Halabja en 1988.
Bolsas perforadas de sarín líquido fueron abandonadas en el metro de Tokio por la secta budista japonesa Aum Shinrikyo (Verdad Suprema) en un ataque en marzo de 1995 en el que murieron 12 personas.
Estados Unidos ya había hablado previamente de una evidencia similar de uso de sarín en otros ataques en el conflicto en Siria.