Apenas 18 minutos de contenidos diversos frente a River le bastaron a Carlos Tevez para quedar parado frente a las audiencias del fútbol argentino como un jugador que no puede estar afuera del partido final por la Copa Libertadores en el Monumental. Su influencia mediática y reivindicación oportunista.

En la gran dificultad de haber empatado 2-2 en La Bombonera y tener que definir el partido decisivo de la Copa Libertadores el próximo sábado en el Monumental, el sentimiento boquense más fiel le pone muchas fichas a Carlos Tevez. ¿Demasiadas?

Y hay que insistir con lo de “muchas fichas”. Porque no es que Tevez despierta lo que puede despertar un jugador influyente en el desarrollo de cualquier partido. No, en este caso, Tevez genera en todo lo que rodea a Boca (cuerpo técnico, compañeros, dirigentes, hinchas y prensa adicta sin ser partidaria) algo así como una expectativa y una ilusión que parece ser desmesurada. Y lo es.

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En el crepúsculo inevitable de su estupenda carrera profesional, se deposita en este hombre que el 5 de febrero cumplirá 35 años la posibilidad real y simbólica de quemarle las naves a River en su propio estadio. Casi una ofrenda y un legado para los dioses del fútbol. La última ofrenda y legado que podría ofrecer este Tevez resignificado en los últimos días, cuando a esta altura quizás ni él creía en semejante reivindicación pública y privada.

En la necesidad imperiosa de aferrarse a una victoria imaginada y soñada en territorio enemigo (lo de enemigo es una licencia futbolística), la figura asimétrica de Tevez hoy captura unanimidades en la aldea xeneize. Y asume para el show del fútbol vernáculo el rol sublime del salvador predestinado a la hazaña inolvidable.

Es cierto, suena desproporcionado. Pero el espacio del fútbol (un fenómeno cultural y económico impresionante) es desproporcionado, por lo menos en la Argentina. Por eso la magnitud de los deseos se mezclan de manera arbitraria con los contenidos de una ficción.

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Le alcanzó a Tevez jugar poco más de un cuarto de hora ante River (ingresó por el colombiano Villa a los 27 del segundo tiempo) para hacer saltar los tapones en una maniobra fundamental sobre el cierre del encuentro que no terminó en gol: arrancó en tres cuartos, cambió el ritmo, limpió a Maidana que intentó bajarlo desde atrás y no lo logró y tocó suave hacia su derecha para la entrada franca y limpia de Benedetto, mano a mano con Armani. El goleador que suele ser implacable para definir en condiciones más complejas (con tiempo a favor pierde efectividad), resolvió con poca polenta y convicción. Sacó un remate débil que se estrelló en la rodilla izquierda de Armani. El gol inminente que hubiera puesto el partido 3-2 a favor del local se desvaneció. Y el 2-2 final se dibujó para Boca como una chapa tan peligrosa como amenazante.

Apenas finalizó el partido, Tevez protagonizó su segundo acto de gran alcance mediático: puteó a mansalva a varios compañeros para que se retiren de la cancha con la mirada al frente, entre ellos a Izquierdoz, quien de cabeza acarició la pelota en disputa con Pratto y fue coautor con el Pity Martínez, lanzador del envío, del segundo gol de River.

En esos instantes casuales en el que los jugadores caminan hacía los vestuarios recibiendo aplausos y recriminaciones, Tevez, conocedor del paño del fútbol, se mostró con un histrionismo desbordante, propio de un hombre en llamas. Sobreactuó su vergüenza deportiva a la vista de todos y reveló su faceta de hombre que sabe editar los pequeños y grandes secretos del oportunismo. Vendió humo, en definitiva. Tribuneó y se viralizó su tribuneada. Vendió lo que muchísimos hinchas siempre están dispuestos a comprar con los ojos cerrados en episodios cargados de emotividad. Y se paró de otra manera más enérgica y vital para la revancha frente a River del 24 de noviembre.

Ese Tevez que no estaba en los papeles como un intérprete perfilado para meter un sorpasso fulminante, sacó en un suspiro un conejo de la galera. Y Boca celebró sin pausas su reaparición. Así lo recibieron y despidieron los hinchas en el 1-0 sobre Patronato del pasado sábado en La Bombonera. Casi como un héroe. Así lo eligieron figura los medios. Y así declaró él, entre sonrisas y felicitaciones de rigor, como si fuese la carta más influyente y ganadora que tiene Boca para quebrar la superioridad formal (¿y efectiva?) que expresa River.

“Siempre soñé con volver a Boca y ganar la Copa Libertadores”, dijo lo que la audiencia esperaba que dijera, luego del 1-0 a Patronato. Ahora tendrá que esperar que en el cruce ante River, Guillermo y Gustavo Barros Schelotto decidan su ingreso de arranque o como una opción en el banco.

Lo que tenía que hacer, Tevez ya lo hizo. Esos 18 minutos en que actuó frente a River lo acercaron a la postal del jugador imprescindible. Se verá si lo es. O no.

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