Muchas problemáticas sociales podrían reducirse si cambiáramos algunas conductas individuales. Y las políticas públicas son una gran herramienta para esto

Todo el tiempo estamos tomando decisiones. Algunas, como comer sano, hacer treinta minutos diarios de ejercicio físico, usar el cinturón de seguridad o no fumar parecieran ser elecciones puramente personales, que muchas veces nos cuestan.Pensamos que el perjudicado es solamente uno mismo. Pero ¿es completamente así? En realidad, no. Hoy sabemos que muchas de estas conductas, además, tienen un impacto en la comunidad en la que vivimos. En consecuencia, muchas problemáticas sociales podrían reducirse si cambiáramos algunas conductas individuales.

Las políticas públicas son una gran herramienta para esto porque pueden ayudarnos a achicar la grieta entre lo que queremos (nuestras aspiraciones) y lo que efectivamente hacemos (nuestras acciones). Nuestra conducta depende de actitudes y creencias, pero también de motivaciones de las que no siempre somos conscientes. Es por eso que para diseñar políticas que actúen sobre las conductas es necesario considerar lo que se ha llamado: “impuestos y subsidios psicológicos”, que pueden no ser materiales (como el respeto, la autoestima, la identidad o los valores). Con diferentes intervenciones se pueden “añadir” o “quitar” estos impuestos y subsidios.

Un ejemplo de este tipo de intervenciones se llevó a cabo en Estados Unidos en 1990. Era una campaña por la seguridad vial que tenía como objetivo reducir la conducción bajo efectos del alcohol. Un eslogan decía: “los amigos no dejan que los amigos conduzcan alcoholizados”. La campaña fue muy exitosa ya que logró hacer sentir incómodas a las personas que dejan que otros conduzcan alcoholizados. Es decir, generó un impuesto psicológico: “si dejás que tu amigo conduzca alcoholizado, no sos un buen amigo”. Además, esta intervención ayudaba a reducir las inhibiciones que muchas personas tienen al momento de enfrentarse a otros acerca de temas delicados, como evitar que conduzca si consumió alcohol. Resumiendo, el éxito de la intervención estaría dado por su capacidad de vincular la conducta deseada con un valor extendido muy positivo: ser un buen amigo.

La evidencia científica puede contribuir a mejorar las políticas públicas aportando información sobre un aspecto clave del proceso: cómo son y cómo verdaderamente actúan las personas y no cómo deberían ser o cómo se cree que actúan. Por eso, las intervenciones para modificar conductas individuales deben tener en cuenta las circunstancias que motivan esas conductas y acciones. Y no debemos olvidar que nuestras acciones personales terminan de una manera u otra impactando también en la circunstancia del otro, de todos.

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