Florencia tenía hecho el esmaltado semi permanente y vio una extraña mancha en su dedo. No había elegido pintarse con un color fuerte sino con un brillito así que la mancha verde en la uña del dedo anular izquierdo se veía igual. No había hecho nada nuevo, al contrario: hacía dos años y medio que se hacía las manos de esa forma cada 15 días y nunca le había pasado nada.
“Pensé que podía ser humedad, pero en cuestión de una semana la mancha pasó de ser muy chiquitita a tomarme toda la uña”, cuenta al medio Infobae Florencia, que es abogada, vive en la Ciudad de Buenos Aires y tiene 26 años. “Enseguida la uña empezó a desprenderse, si la tocabas adentro se sentía como un ruido hueco”.
Lo que siguió fue un derrotero de médico en médico durante casi un año hasta que finalmente pudo tener un diagnóstico preciso. “Tenía un carcinoma espinocelular in situ: un tumor localizado en el sector de la uña. Cáncer de piel, sí”, señaló Damián Ferrario, médico que operó a la joven y miembro de la Sociedad Argentina de Dermatología.
Cuando Florencia escuchó “carcinoma” se desmoronó. “Lloré por todo el hospital, era algo incómodo y molesto pero siempre pensé que era algo menor, jamás un tumor cancerígeno. Imaginate: por más que te digan que es chiquito o que está encapsulado, yo sentía que podía estar en todo mi cuerpo, que me iba a morir. Yo pensaba ‘tengo 26 años, ¿por qué me está pasando esto a mí?”.
Lo que sintió en el cuerpo cuando recibió el diagnóstico lo cuenta la propia Florencia. “Me asusté tanto que en ese momento dije ‘llévenme al Roffo, a donde sea, métanme en una máquina y díganme dónde más tengo cáncer”.
Sus médicos le dijeron que no hacía falta: lo habían agarrado a tiempo. Terminaron de sacar las células cancerígenas con una cirugía (llamada cirugía de Mohs).
Florencia tocó el fondo de la angustia cuando un cirujano traumatólogo le dijo que iba a tener que amputarle el dedo. “Me bajó la presión, mi mamá lloraba, yo lloraba”, sigue ella. “Yo pensaba ¿amputar? Entonces esto claramente no es un tumorcito, esto es otra historia”, sigue.
Al final no fue eso lo que sucedió, sólo perdió la uña. “Pero eso depende de dónde esté localizado el tumor y del tamaño, a veces no queda otra que amputar”, explica Ferrario.
La sospecha es concreta y ya hay estudios que aportan evidencia. La acumulación de rayos UV producto de las lámparas que se usan para algunos tratamientos estéticos en las uñas, por ejemplo, el esmaltado semi permanente y el kapping.
Parte central del problema es la frecuencia con la que se irradian las manos: como las uñas quedan tan débiles (porque se lima la superficie brillosa para que el esmalte penetre), cuando se saca el esmalte enseguida se vuelve a pintar. Se usa la lámpara tanto para sacar el esmalte viejo como para fijar el nuevo.
“Las pacientes nos dicen que para tener las uñas perfectas lo hacen al menos dos veces al mes. Entonces la exposición que tienen a los rayos UV es enorme”, dice a Infobae Matías Maskin, jefe de dermatología del CEMIC y secretario del último Congreso Mundial de cáncer de piel.
“Yo le recomiendo a mis pacientes que no se lo hagan directamente, o que a lo sumo lo hagan alguna vez para una ocasión especial. Hacerlo cada 14 días me parece una locura”, destacó.