Objetos impresos en 3D se exponen en Buenos Aires, y aunque esta técnica tiene cada vez más adeptos, muchos aún necesitan un viaje al centro de la tecnología que promete una nueva revolución industrial, para la cual habrá que estar preparado

Piel humana, prótesis y el busto de Nefertiti. En Buenos Aires se exponen objetos impresos en 3D llegados de todo el mundo, incluido Argentina, pero aunque esta técnica tiene cada vez más adeptos, muchos aún necesitan un viaje al centro de la tecnología que promete una nueva revolución industrial.

La guía para un trayecto así es la curadora de la muestra “3D, imprimir el mundo”, la española Carmen Baselga, quien apunta que hay que “perder el miedo y ganar confianza” con un método presente en América del Norte, Europa y Asia pero que está en ciernes en Sudamérica.

La oscuridad inicial de la exposición se rompe cuando al visitante le asalta una llamativa instalación que desprende un color azul eléctrico: es la representación de cómo se crea una impresión 3D desde cero.

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En uno de los extremos de la escultura hay una pantalla en la que se ve una cabeza humana y en el otro esa misma cabeza en seis fases distintas de su producción, con ambos lados conectados por infinidad de hilos azules que simbolizan la impresión por deposición.

“Expresa de forma muy inmediata la esencia de la impresión 3D. Generalmente tenemos todos miedo cuando aparecen nuevas tecnologías y cosas que suponen un cambio tan drástico”, explica Baselga sobre la primera de las etapas del trayecto.

La arquitecta e interiorista originaria de Valencia (España) incide en que hay muchas exposiciones que enseñan piezas impresas en 3D, pero recalca que la que ella cura junto al también español Héctor Serrano es una de las primeras que ahonda en el concepto que hay detrás de una tecnología tan real como los objetos producidos gracias a ella.

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Por eso, a modo de interludio, es necesario el segundo salón de la exposición, en el que toman los 10 principios de la impresión 3D que enunciaron los investigadores Hod Lipson y Melba Kurman y que incluyen propósitos sostenibles, como la ausencia de desperdicios que sí existen en la fabricación tradicional.

Uno de los enunciados más importantes del decálogo es, sin embargo, el relativo a la producción en cadena.

“En la fabricación tradicional tenías que fabricar el coche en un sitio y luego transportarlo. Con la fabricación compacta y portátil estamos minimizando, las fábricas se van a reducir”, insiste Baselga, quien a su vez subraya que con la exhibición tan solo muestran “las cartas sobre la mesa” y que no toman partido por el sistema tradicional ni por el nuevo.

De acontecer, sería una “nueva revolución industrial parecida a la del siglo XVIII”, un “cambio de paradigma” que podría significar una “vuelta al artesanado, a un artesanado digital”.

Es entonces cuando el espectador alcanza la parte del viaje en la que comprueba que sí, que quizá la nueva técnica contenga una nueva concepción del arte, porque a fin de cuentas ve collares tribales de una artista sudafricana, una Nefertiti idéntica a la del Neues Museum de Berlín y esculturas de animales, todo ello creado con detalle mediante ordenador

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