La vigencia incuestionable de Lionel Messi a sus 33 años. Sigue siendo claramente la individualidad más influyente y decisiva del mundo, más allá de cualquier competencia.

¿Qué estímulos extraordinarios continúan acompañando a Lionel Messi a sus 33 años? A la luz de las evidencias incontrastables que quedan en primerísimo plano, esos estímulos que no dejan de visitar a Messi tienen un foco excluyente: el fútbol.

Quizás por eso precisamente se explica su vigencia incuestionable. Por su entrega sin reservas al fútbol. Y cuando nos referimos a su vigencia, subrayamos ese perfil celebrado de mejor jugador del mundo. Porque sigue siendo claramente la individualidad más influyente y decisiva del mundo, más allá de la competencia permanente que pueda ejercer el portugués Cristiano Ronaldo o algún otro futbolista ocasional que no está a su altura.

En este Barcelona desconectado, errático e impreciso que conduce el vapuleado entrenador Quique Setién, Messi no encuentra a un muy buen equipo que lo respalde. Porque el Barça hoy ni por lejos es un muy buen equipo. Y en muchísimas ocasiones no alcanza ni la categoría de bueno, para terminar expresándose como un equipo discreto, mediocre y poco confiable. Como, por ejemplo, lo reveló en el 3-1 del pasado sábado frente al Napoli por los octavos de final de la Champions.

“Sin la presencia de Messi, la verdad. este Barcelona no sé donde estaría. Sin duda, muchísimo peor que ahora”, nos comentó hace unos días César Luis Menotti, sintetizando las formas y los contenidos muy deteriorados del conjunto blaugrana. Es la inspiración siempre renovada de Messi la principal reserva futbolística que nutre al Barça. Y hasta podría ampliarse esta observación: es también la principal reserva moral que alimenta al club catalán. Porque sin Messi, Barcelona quedaría al desnudo. Como una hoja en la tormenta.

¿En que sentido quedaría al desnudo? No solo en desequilibrio e ingenio ofensivo, sino en su identidad como equipo. Como nunca antes, Messi se convirtió en la bandera inequívoca del Barcelona. Ya no están esos motores esenciales del funcionamiento colectivo como lo fueron durante varias temporadas, Iniesta y Xavi. Y si a estas ausencias irreemplazables le sumamos que hace ocho años se despidió Pep Guardiola en su rol de arquitecto consagrado de aquel maravilloso equipo que deslumbró al mundo, saltan a la superficie una batería de problemas. Es verdad, se quedaron Piqué, Busquets y luego llegaron Jordi Alba, el croata Rakitic, el francés Griezmann y el uruguayo Luis Suárez, entre tantos otros.

Es cierto, ellos pueden arrojar papel picado y serpentinas en carnaval, pero salvo las intervenciones goleadoras de Suárez, que ahora no son tan frecuentes ni habituales, solo Messi se revela como el fenómeno que es. Y por Messi, Barcelona jugará este viernes ante el Bayern Munich en Lisboa por los cuartos de final de la Champions, en un partido (único) en que va de punto, porque la banca es el equipo alemán.

¿Cuánto hace que el Barça no va de punto en una competencia a eliminación directa como en esta circunstancia? Muchísimos años. Y Messi, más bien que lo palpita, lo adivina, lo vislumbra y hasta quizás lo anticipa. Lo ve como lo puede ver cualquiera sin entrar en explicaciones y respuestas muy profundas.

“El está en condiciones de ganar uno, dos, diez, veinte partidos seguidos, pero no puede resolver la línea de juego ni el estilo del equipo. Y esto que le viene pasando al Barcelona lo afecta, lo pone impaciente, ansioso o incluso frustrado. Porque el momento que atraviesa su equipo es muy complejo. No encuentra la idea el Barça. No encuentra el equipo ni los jugadores. Y Messi lo sufre como lo sufriría cualquiera”, nos decía Menotti la semana pasada.

A pesar del funcionamiento que no tiene, igual Barcelona puede aferrarse a una ilusión que lo mantiene vivo: cuenta con el genio de Messi, aunque el equipo no esté en marcha. Porque no aparece. El que está y aparece es Messi. Como estuvo en el reciente 3-1 al Napoli, configurando un primer tiempo aplastante: convirtió un golazo entre cuatro rivales que no pudieron detenerlo, hizo otro que increíblemente fue anulado por ese mamarracho que es el VAR en un fallo incomprensible y provocó el penal que Suárez tradujo en el tercer gol.

El foco inalterable de Messi a sus 33 años continúa siendo el paisaje del fútbol. Y ninguna otra cosa. No le capturan su atención otras actividades, aunque por momentos las pueda considerar. Por él, por su jerarquía, Barcelona está en cuartos. Claro que si el equipo no crece (a esta altura parece muy difícil), necesitará de un Messi descomunal para quebrar al Bayern y acariciar las semifinales.

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