El Pipa se despide de River de una manera innecesaria y en un momento inoportuno, pero deja recuerdos imborrables. Los hinchas, los jugadores y el dolor de los amores unilaterales.

De chico yo jugaba a ser Francescoli. Agarraba una pelota en el patio de la escuela y me imaginaba que era él o me relataba siendo él en el living de casa. Un par de años después, cuando Enzo se retiró, sentí por primera vez que me quedaba solo.

Con el tiempo aprendí que el fútbol se parece bastante al amor y que el amor muchas veces duele, pero no por eso uno deja de enamorarse. Ser hincha -o estar enamorado- te da alegrías y también puñaladas y hoy toca otra vez esa sensación de desamparo.

"El club por encima de los nombres" y "Nosotros le dimos mucho más a él que lo que él nos dio a nosotros" son lemas que, desde lo racional, suenan lindos. Por suerte esto no es para racionales y a algunos sólo nos sale sentir como propios a los que mejor defienden nuestra camiseta.

Alario no fue un jugador más en la historia de River y sobre todo no fue un jugador más en mi historia. El que venga después quizás sea mejor, haga más goles o se bese el escudo en algún festejo, pero no va a ser nunca el que hizo que me abrazara con las personas que más quiero en Asunción, en Núñez abajo de la lluvia, en Osaka o en Córdoba. Y uno a los jugadores los quiere por eso, porque los asocia a momentos que no se olvidan.

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Es cierto que se va justo ahora que lo necesitamos para la Libertadores, justo ahora que empezamos a corear su nombre, justo ahora que cierra el libro de pases y no podemos reemplazarlo. La explicación lógica es que se va a una liga mejor, a ganar más plata y que ya tiene edad más que suficiente para ir a demostrar que el fútbol argentino le queda chico hace rato.

Aunque lo repita mil veces voy a volver a chocarme, pero ahí voy de nuevo: el amor por los futbolistas profesionales es unilateral porque ellos son futbolistas profesionales y nosotros somos hinchas.

Como cuando te deja una novia y tus amigos opinan, duele por igual el "Es un hijo de puta" que el "Quedate con lo bueno", porque vos querés salir corriendo a pedirle que no se vaya, que se quede un ratito más, que todavía tienen mucho para darse. Pero él ya decidió y, desde ese momento, la cosa sólo puede empeorar.

Todo lo que vino después (las declaraciones del representante, el minuto a minuto de la revisión médica, las notificaciones cruzadas, el circo mediático) solamente enturbió una relación que adentro de la cancha fue parecida a muy pocas. Alario fue uno de esos elegidos que cuando hacía un gol te ponía contento porque hacía un gol River, pero también porque hacía un gol Alario.

Con el dolor de lo que pudo haber sido, queda aferrarse al "Los técnicos se van, los jugadores pasarán" y esperar al próximo que nos haga sentir protegidos para después rompernos el corazón. Igual que en el amor, vale la pena intentarlo otra vez.

Gracias por nuestros días más felices, Pipa. Nos quedan los abrazos.

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