Los viejos fantasmas de aquel domingo 31 de agosto de 1969 en La Bombonera, cuando Argentina se quedó afuera del Mundial de México 70 con un 2-2 ante Perú (dirigido por el brasileño Didí), nunca se disiparon por completo. Ese fracaso inolvidable de aquella Selección que conducía Adolfo Pedernera persiguió al fútbol argentino durante décadas, como una especie de mancha venenosa imposible de neutralizar.
Las posteriores consagraciones de Argentina en el 78 con el Flaco Menotti y en el 86 con Carlos Bilardo, a su vez sin pretenderlo amplificaron lo que había sido el desastre del 69, superior al desastre de Suecia 58, cuando la Selección en aquel primer Mundial que conquistó Brasil fue eliminada en la primera ronda y padeció 6 goles de Checoslovaquia.
Esos fantasmas reconocibles hasta por los que nunca visitaron las memorias del 69 volvieron a instalarse en la superficie del fútbol nacional con la Selección actual atrapada por demasiados laberintos que la terminaron depositando en los bordes más filosos del fracaso o quizás en los pliegues de cierto alivio existencial.
No se reconstruyó la Selección con la celeridad ni la inteligencia reclamada después del colapso del 69. Continuó a la deriva. Intervenida la AFA, deslegitimada la Selección como expresión del fútbol argentino, manoseados hasta el hartazgo los jugadores convocados por los distintos entrenadores que duraban poco y nada en los cargos, sin una mínima organización, calendario ni logística para abordar los compromisos internacionales; la atomización marcó a fuego un destino inevitablemente perdedor que malogró a un par de generaciones.
Esa figura desangelada de la Selección que no generaba una gran adhesión en los hinchas ni le permitía a los jugadores alcanzar un prestigio, incluso se manifestó luego de lograr la clasificación para el Mundial de Alemania en 1974. El técnico Enrique Omar Sívori, conductor de la Selección en las Eliminatorias de 1973, no llegó al Mundial por diferencias irreconciliables con los dirigentes. Asumieron en reemplazo del Cabezón Sívori un trío: Vladislao Cap, Víctor Rodríguez y José Varacka. En el Mundial, Argentina solo fue recordada por caer de manera estrepitosa frente al fútbol total de Holanda por 4-0, con un baile fenomenal organizado por Johan Cruyff.
A partir de tocar nuevamente fondo, comenzó a gestarse algo distinto y superador. A César Luis Menotti, inspirador de aquel estupendo Huracán campeón del 73, el titular de AFA, David Bracutto, le ofreció en septiembre del 74 tomar la Selección. La aceptación de Menotti modificó por completo la línea de zafarrancho permanente que estaba institucionalizada en el ámbito de la Selección.
Abrió el juego por completo Menotti. Federalizó a la Selección. Armó lo que nunca se había armado: un calendario de partidos aquí y en el exterior. Integró a las provincias en una selección del interior. Probó jugadores sin arrojarlos al descrédito. Compitió en Europa. Y para ejemplificar sus objetivos de brindarle a la Selección un menú de opciones de jerarquía, estructuró en el escenario de La Bombonera una serie internacional irrepetible, consiguiendo las visitas durante ochos semanas consecutivas de Polonia (3-1), Inglaterra (1-1), Alemania (1-3), Escocia (1-1), Francia (0-0), Yugoslavia (1-0) y Alemania Oriental (2-0).
“Ahora si tengo que hacer una película del pasado, realmente me sorprendo de todo lo que hicimos. Deposité un caudal de energía impresionante para arrancar prácticamente de cero. Hoy, en cambio, un técnico de la Selección parece más un secretario técnico que un entrenador”. Las palabras de Menotti recogidas de algún encuentro informal con el hombre que este 22 de octubre cumplirá 79 años, quizás sirvan para interpretar aquellas circunstancias y postales del pasado.
Esa versión integradora de Menotti para observar las verdaderas necesidades y prioridades de la Selección modificó de manera radical el perfil de una labor muy específica. Plantear que refundó la Selección es abonar un pensamiento falso. Porque hasta la llegada de Menotti, la Selección nunca había sido fundada en términos operativos y programáticos.
Y suena raro. El entrenador que es definido por amplios sectores de la prensa como el representante de la improvisación y el lirismo inconducente, fue el primer y mayor organizador a gran escala que dispuso la Selección.
Todo eso, muchos años después, se fue dejando por el camino. La derrota cultural, entre otras tantas derrotas, se afirmó en el tiempo. La Selección modelo 2017 es un caso testigo.