Con lo justo y sin sobrarle nada, Independiente venció 1-0 al Cerezo Osaka e igualó a Boca en cantidad de Copas conquistadas

La victoria de Independiente en Japón derrotando 1-0 al Cerezo Osaka, seguramente no va a quedar inscripta en la gran historia futbolística del bautizado Rey de Copas, más allá del registro estadístico. Conquistar la Suruga Bank no será un mojón inolvidable, considerando la dimensión de otras consagraciones. Pero tampoco pasará desapercibida para las viejas y nuevas memorias del club de Avellaneda.

Independiente hizo foco en esta Copa como no lo había hecho el 3 de agosto de 2011 cuando cayó 4-2 en definición por penales ante el Júbilo Iwata, después de empatar 2-2 durante los 90 minutos. El foco obedeció a una circunstancia no menor: entre otros estímulos, igualar a Boca en títulos internacionales. Tiene 18 Boca. Y ahora tiene 18 Independiente.

El partido también se jugó en ese plano de la supremacía internacional, muy sensible al marketing farandulizado del fútbol actual. Lo jugó Independiente y lo espío Boca a la distancia, aunque este escenario simbólico y real lo niegue o lo oculte en el marco de su autonomía. Pero ese escenario al que cada uno le suma su propia subjetividad, estaba ahí. Al alcance de cualquiera que intentara visibilizarlo o rescatarlo de alguna trastienda.

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La producción global de Independiente en la tropical noche asiática fue errática. No jugó bien el equipo. “Tenemos que ser ordenados para atacar y defender. Cuidar la pelota y no exponernos a las réplicas muy veloces de un rival disciplinado”, había manifestado Ariel Holan antes del encuentro, intentando anticiparse al desarrollo.

¿Qué pasó en la cancha cuando a las palabras se las lleva el viento? Pasó poco. Porque a Independiente le faltó frescura y dinámica ofensiva. Y le sobraron imprecisiones de tres cuartos de cancha en adelante. Quizás la larga inactividad y la ausencia de partidos para entrar en ritmo (solo jugó frente a Central Ballester por la Copa Argentina, goleando 8-0) condicionó sus movimientos.

Ganó porque en una de las muy pocas chances que tuvo lo favoreció un rebote en un rival y Romero casi en su única acción valiosa eludió al arquero y tocó suave de derecha para clavar el 1-0 decisivo. Fue en ese primer tiempo cuando Independiente expresó superioridad para controlar la pelota pero sin revelar sintonía fina para progresar ni sorpresa en ataque. Ni Benítez ni Meza funcionaron en relación a sus antecedentes. Como si no tuvieran un cambio de velocidad en la gambeta para hacer la diferencia. Como si estuvieran ahogados.

Lo del complemento se redujo al empuje sin vuelo ni recursos del Cerezo Osaka y a la resistencia organizada de Independiente, extenuado para imponer condiciones y aferrándose al gol de Romero. Casi estaría de más sostener que no le sobró nada a Independiente. Que ganó otra Copa, en esta oportunidad aguantando el partido. Y que la aventura en Japón tuvo un cierre acorde a sus expectativas.

El mérito excluyente, en definitiva, es traer para Avellaneda la Copa que no tenía y que había resignado en el 2011 cuando el entrenador era el Turco Mohamed. El objetivo lo cumplió. Por supuesto que el equipo tendrá que crecer (individual y colectivamente) para superar al Santos en los octavos de final de la Copa Libertadores.

Lo que elaboró frente al Cerezo Osaka fue discreto. Aunque el festejo estuvo a la altura del contexto. Y la Copa Suruga Bank se dejó acariciar por todos los perfiles del sentimiento Rojo.

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