Los tres goles a Ecuador que convirtió a Messi expresan la versión más agresiva y más contundente del crack argentino. Que por instantes se convierta en un gran pasador para habilitar con ventaja a sus compañeros no puede limitar sus búsquedas ofensivas. El gol sigue siendo el argumento más potente de Messi para ganar los partidos. Como, por ejemplo, los ganó Maradona en México 86.

¿Y ahora? La pregunta quizás irrelevante y tal vez existencial remite a demasiadas cosas. Es casi abstracta. O es abstracta directamente. ¿Y ahora qué hay que hacer? ¿Por ejemplo con Messi, hoy elevado a cumbres inalcanzables a partir de su brillante producción frente a Ecuador?

Si el foco está puesto en Messi, si por los tres goles de Messi a Ecuador, Argentina logró la clasificación al Mundial de Rusia 2018, está claro que habrá que referirse a Messi. Una vez más. Y es natural que así sea.

La realidad incontrastable es que no la venía rompiendo Messi en la Selección. Y menos aún en partidos de carácter decisivo. Es cierto, ponía buenas pelotas. Habilita con ventaja a sus compañeros.

Metía pelotas muy filosas para que otros intentaran convertir los goles que él no hacía. Y se destacaba su capacidad de asistidor, palabra muy lejana y hasta impropia del folklore del fútbol argentino. Nadie dice en la tribuna, en la platea, en el palco o mirando un partido por televisión, "que buena asistencia dio Messi".

Como nadie que frecuenta el fútbol dice tampoco “que bien maneja el balón”, como se acostumbra repetir en la tele y leer en los medios.

Volviendo a Messi. Quedó más que claro que su presencia resultó fundamental en la celebrada victoria frente a Ecuador por los goles o los golazos que anotó. Goles que con la Selección venía anotando en cuentagotas durante las Eliminatorias: 4 hasta el cruce contra Ecuador.

Necesitaba Messi hacer goles con la camiseta argentina y necesitaba la Selección que Messi le resolviera los partidos que el equipo no resolvía aunque quedara un jugador mano a mano con el arquero rival, como por ejemplo ocurrió en el 0-0 ante Perú en La Bombonera o en el 1-1 con Venezuela en el Monumental.

Es verdad que puede mimetizarse Messi con ser una especie de tiempista lanzador para los compañeros que le pasan por derecha e izquierda yendo vacíos al encuentro de la pelota perfecta.

Lo hace en Barcelona.Lo hizo siempre. Como lo hacía Riquelme. Y Bochini. Y el Beto Alonso. Y el Pibe Valderrama. Y Maradona, por supuesto. Y tantos otros con gran panorama y lectura del juego.

Pero no se puede agotar el amplio repertorio futbolístico de Messi encriptado en la función de gran pasador. El tiene que ir a los bifes con determinación goleadora. Como lo demostró en el 3-1 a Ecuador y en sus 13 años de trayectoria desde que debutó en la Primera del club catalán en un partido oficial.

Una cosa no puede tapar la otra. Messi todavía puede hacer las dos: meterla al espacio como nadie y llegar al gol como nadie arrancando de atrás o imponiendo su desequilibrio en los últimos 25 metros de la cancha. Esta obra integral de pasarla como nadie y llegar al gol como nadie la protagonizó Maradona en México 86. Y la cosecha fue extraordinaria. Ya en Italia 90, con menos aire, menos piernas y más excesos, Maradona solo pudo cumplir una faceta: pasarla como nadie, como en el gol a Brasil que le sirvió en bandeja a ese punta envidiable que fue Caniggia. El gol a Diego le fue quedando demasiado lejos. Y su producción no tuvo equivalencias con el show inolvidable que había mostrado en México 86.

Messi encontró algunas facilidades operativas con Ecuador que no se le venían presentando en la Selección. Pero las evidencias que se reflejaron en la cancha expusieron que Messi fue mucho más agresivo que en sus compromisos anteriores. Como si hubiera interpretado que con meter un pase gol o varios pases gol no alcanzaba. Que el gol lo tenía que hacer él. Construirlo él y definirlo él.

Este fue el cambio más importante que mostró Messi en el partido crucial de la Selección. No esperó que otros dieran la puntada final. No transfirió esa responsabilidad esencial que modifica el mapa estratégico de cualquier encuentro.

Fue capaz de liderar el partido desde el arranque hasta el cierre. De hacerse cargo de lo más difícil. Porque el gol siempre fue y es lo más difícil.

La apariciones explosivas de Messi en la altura de Quito expresan las imágenes que todos queremos ver. Las imágenes del crack que con un par de trazos simplifica y naturaliza lo más complejo. Y gana el partido. Como antes lo ganaron otros genios.

El Messi pasador tiene que convivir con el Messi goleador. La síntesis idealizada se vio el martes 9 de octubre de 2017 en el Estadio Atahualpa de Quito.

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