Las frustraciones que viene acumulando la Selección no deberían sorprender a nadie. José Pekerman había anticipado hace varios años las graves dificultades que estaban al acecho. La pérdida de calidad. Las ideas ausentes.

Llorar no sirve. Por lo menos en este caso. La etapa más o menos dorada de la Selección se extinguió hace varios años. Hubo reflejos favorables que confundieron. Reflejos erráticos que no alcanzaron para coronar con un título que pudo ser una Copa América o incluso un Mundial en Brasil 2014, cuando Alemania se quedó con todo sin superar a Argentina en el juego.

Dejarse atrapar por el llanto no ofrece en bandeja ninguna conquista. La Selección, hoy, es un equipo del montón. ¿De qué montón? De los que se agrupan para participar de un Mundial. Pero no para ganarlo. De los que se sienten satisfechos con hacer un buen papel. Pero no un gran papel.

Argentina sigue teniendo buenos jugadores. Y un super crack en decadencia (no olvidarse que cumplió 31 años el pasado 24 de junio) como Messi. Y un crack como Agüero, calificado por el ambiente como un jugador sin futuro en ninguna Selección nacional.

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Esta realidad difícil de cuestionar coloca a Argentina en un plano de igualdad futbolística con muchas selecciones que hasta hace unos años parecían estar por debajo. Esa percepción de superioridad que expresaba Argentina se demolió en Rusia 2018. Y ni Messi se salvó del naufragio. Porque Messi siempre necesitó estar respaldado por un funcionamiento muy aplicado y convincente para poder mostrar su juego en plenitud. Con un funcionamiento discreto o directamente sin un funcionamiento que lo acompañe, Messi no levanta vuelo. Y no lo hizo. Los repetidos ejemplos en esta dirección son por demás elocuentes.

¿Qué tiene entonces para ofrecer la Selección? Lo que ofreció en la derrota reciente por 1-0 frente a Brasil en Arabia Saudita. Una representación de un equipo modesto. Humilde en sus aspiraciones. Discreto como para soñar con los grandes escenarios. Y este perfil trasciende a ese hombre providencial que es Lionel Scaloni en la Selección, más allá de lo influyente que puede ser un entrenador.

Acá faltan jugadores de élite. Faltan jugadores que hagan la diferencia en serio. Ya lo anticipaba José Pekerman en agosto del 2000 cuando sostenía que iba a ser “muy pero muy difícil para el sistema del fútbol argentino reemplazar a cracks de la dimensión de Riquelme, Aimar, Verón, Cambiasso y D’Alessandro entre otros”.

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Aquella mirada filosa de Pekerman se subestimó, como se subestiman tantas opiniones valiosas en nombre de las circunstancias y los apuros del presente. Los años transcurridos operaron en la frecuencia que adelantó Pekerman. La Selección fue perdiendo categoría en sus intérpretes. Fue resignando calidad. Fue dejando talento por el camino. Y no hubo sucesores o herederos a esa altura. Alcanzaría con enfocarse en un solo nombre propio a modo de ejemplo y preguntarse: ¿hay alguien en la Argentina o en Europa que juegue en un nivel similar al que lo hacía Riquelme?

La respuesta estalla a los ojos: no hay nadie. Ese vacío de amplio espectro que puede proyectarse a varias funciones en todos los sectores del campo, también explica los serios problemas que aquejan a la Selección. Y que la empujan a un área de alta vulnerabilidad. Porque esta sensación inocultable viene revelando Argentina desde la etapa previa a Rusia 2018: fragilidad, inconsistencia, debilidad estructural y el riesgo latente de perder sin atenuantes.

Esta zona de emergencia además se extendió por la ignorancia suprema que cultivan los dirigentes, expertos en patear la pelota para adelante. Lo hicieron y lo continúan haciendo. La Selección es un caso testigo. Si algo está claro es que sigue a la deriva. No hay plan. No hay proyecto. No hay nada que valga la pena rescatarse. Sobra la improvisación. Una improvisación sin rumbo. Por eso Scaloni llegó al lugar que nunca soñó llegar.

En el arranque planteamos que llorar no sirve. Las páginas de gloria de la Selección descansan en los archivos. Esperar que el día menos pensado regrese Messi y acerque soluciones importantes, es una ilusión para iniciados. La crisis de la Selección supera largamente la frustración por una derrota. Es la crisis que antes vio Pekerman. Y que hoy está al desnudo.

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